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19 de abril de 2015

Amigos por siempre

La presente historia me la relato Julio César Zapata, alter ego del Payaso Tomy que inicia con buenos augurios la publicación de Espacio Infantil La Revista y en donde incluirá una serie de artículos relacionados con principios y valores, principalmente aquellos que adquirimos en el seno familiar desde los primeros años. Considero que en México nos hace mucha falta conservar esas normas de conducta, para contrarrestar los terribles efectos de la corrupción, la violencia y delincuencia que hoy por hoy nos tienen en jaque.

Principios y valores son el conjunto de normas de conducta que caracterizan a las personas que poseen un sano juicio que nos inculcan desde niños en el seno familiar. Aunque resulte increíble muchas veces nuestras mascotas – las llamamos animales e irracionales – son quienes mejor practican esos comportamientos racionales.
La historia de Jerry y Molly es la mejor demostración de lo que aseguro, ellos me confirmaron que la amistad es uno de los mejores valores y que cuando adoptamos una mascota es nuestra responsabilidad además de proveerlas de una vida digna y un ambiente sano encomendar a médicos veterinarios el cuidado de su salud.
Jerry era un perrito Chihuahua de carácter intrépido, aventurero, travieso, bullicioso y juguetón, por su lado Molly era una simpática Bassethound, amistosa, juguetona, de mirada muy tierna. Por sus caracteres Jerry y Molly parecían hechos el uno para el otro, pero vayamos a la historia.
Un día al regresar a casa me encontré con la novedad de que la familia había aumentado, la más pequeña de mis hijas brincaba de alegría y no cabía en sí de gozo por la llegada de Jerry, a quien yo conocía de antes porque era la mascota de mi hermana.
Ella ya no lo quería en casa por su espíritu bullicioso e inquieto ni deseaba arrojarlo a la calle sin brindarle atención. A Jerry no le gustaba estar encerrado y prácticamente vivía en el exterior, tenía una gran facilidad para relacionarse con otros perros y con los niños por lo que era frecuente que una gran cantidad de niños y otros perros estuvieran en las afueras de ese domicilio.
Por su comportamiento yo vi en Jerry algo especial. Poseía el don de hacer amigos, resultaba extraordinaria la forma en que se relacionaba con los niños y con otros perros. Hubo dos acontecimientos que ocurrieron casi al mismo tiempo, la llegada a mi casa de Jerry y que conociera a Molly, la mascota de mi vecina.
A partir de ese momento Jerry y Molly se hicieron inseparables. Siempre estaban juntos, bueno casi siempre pues el encanto se rompía al oscurecer, cuando su ama iba por Molly para llevarla a pasar la noche en su casa, lo que provocaba las protestas de Jerry que gruñía y ladraba hasta que se resignaba a que por ese día había sido todo con Molly.
La historia se repetía a diario, al amanecer Jerry exigía que se le permitiera salir para ir a encontrarse con su amiga. Cuando por alguna circunstancia Jerry tardaba en salir era Molly quien rascaba la puerta pidiendo entrar, parecía decir: - ¡Sal. Ya es tarde… tenemos mucho que jugar!
La felicidad no es para siempre, un día la desgracia se presentó en forma de enfermedad y Jerry dejó de manifestar su dinamismo y carácter inquieto. Algunos síntomas que presentaba eran fiebre con accesos de vómito con sangre y en vez de relacionarse con los demás, permanecía echado visiblemente triste.
Ante lo grave de la situación, la familia decidió llevar a Jerry con un veterinario, quien  lo diagnosticó y le proporcionó medicamento aunque sin saber exactamente la enfermedad que lo afectaba.
De regreso en casa Jerry se desplomó en el rincón donde dormía, Molly acudía diariamente permaneciendo echada a su lado, ocasionalmente trataba de animar a su amigo y se angustiaba al no obtener respuesta, entonces aullaba de manera lastimera. Lo mismo ocurría día tras día hasta que…
Ese amanecer Jerry no abrió los ojos. Había muerto durante la noche. Ya no le permitimos entrar a Molly que presentía que había ocurrido algo muy grave. No comprendía que la hacía llorar con desesperación. Yo recogí el pequeño cuerpo de Jerry y lo deposité en una caja para llevarlo hasta el lugar de su descanso. Aunque Molly no lo podía ver lo sentía y aullaba.
A partir de entonces Molly perdió su alegría. Ya no jugaba ni buscaba a los niños, permanecía triste… echada... melancólica.  En menos de tres días presentó los mismos síntomas de la enfermedad que mató a su amigo.
La vecina la llevó al veterinario, uno diferente al que atendió a Jerry. El médico le reveló que era parvovirus lo que Molly padecía, se trata de un padecimiento sumamente infeccioso, mortal por necesidad.
Jerry la había contagiado. La vecina nos comentó lo que explicó el veterinario. Recomendó una limpieza profunda en el lugar en que dormía Jerry, para descontaminarlo y la destrucción de los utensilios para su alimento y agua.
Molly murió. Quiero pensar que no fue la fatalidad. Siento que de esa manera la historia de amistad de Jerry y Molly trascendió más allá de su muerte. Una vida se justifica plenamente cuando la usamos para hacer felices a los demás. Jerry y Molly se hicieron felices mutuamente mientras permanecieron juntos.
Ellos me enseñaron dos cosas muy importantes. Primero: el valor de la amistad; y en segundo lugar y no menos importante, la responsabilidad que implica adoptar una mascota.
Esa responsabilidad incluye proveerlos de un ambiente sano, un trato digno además del cariño y atención que merece cualquier miembro de nuestra familia, incluso el cuidado de un profesional de la medicina cuando sea necesario.
¿Saben? Jerry y Molly son ahora amigos por siempre. Disfrutan eternamente de ese lugar que se localiza más allá del arco iris, haciendo realidad el refrán: “Quien encuentra un amigo encuentra un tesoro”. A fin de cuentas la amistad es calle de doble  sentido, hay que darla antes de recibirla.
Telcel: 871 221 78 52

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