La
presente historia me la relato Julio César Zapata, alter
ego del Payaso Tomy que
inicia con buenos augurios la publicación de Espacio Infantil La Revista y en donde incluirá una serie de artículos relacionados con
principios y valores, principalmente aquellos que adquirimos en el seno
familiar desde los primeros años. Considero que en México nos hace mucha falta conservar esas
normas de conducta, para contrarrestar los terribles efectos de la corrupción,
la violencia y delincuencia que hoy por hoy nos tienen en jaque.
Principios y valores son
el conjunto de normas de conducta que caracterizan a las personas que poseen un
sano juicio que nos inculcan desde niños en el seno familiar. Aunque resulte
increíble muchas veces nuestras mascotas – las llamamos animales e irracionales
– son quienes mejor practican esos comportamientos racionales.
La historia de Jerry y
Molly es la mejor demostración de lo que aseguro, ellos me confirmaron que la
amistad es uno de los mejores valores y que cuando adoptamos una mascota es
nuestra responsabilidad además de proveerlas de una vida digna y un ambiente
sano encomendar a médicos veterinarios el cuidado de su salud.
Jerry era un perrito
Chihuahua de carácter intrépido, aventurero, travieso, bullicioso y juguetón,
por su lado Molly era una simpática Bassethound, amistosa, juguetona, de mirada
muy tierna. Por sus caracteres Jerry y Molly parecían hechos el uno para el
otro, pero vayamos a la historia.
Un día al regresar a casa
me encontré con la novedad de que la familia había aumentado, la más pequeña de
mis hijas brincaba de alegría y no cabía en sí de gozo por la llegada de Jerry,
a quien yo conocía de antes porque era la mascota de mi hermana.
Ella ya no lo quería en
casa por su espíritu bullicioso e inquieto ni deseaba arrojarlo a la calle sin
brindarle atención. A Jerry no le gustaba estar encerrado y prácticamente vivía
en el exterior, tenía una gran facilidad para relacionarse con otros perros y
con los niños por lo que era frecuente que una gran cantidad de niños y otros
perros estuvieran en las afueras de ese domicilio.
Por su comportamiento yo
vi en Jerry algo especial. Poseía el don de hacer amigos, resultaba
extraordinaria la forma en que se relacionaba con los niños y con otros perros.
Hubo dos acontecimientos que ocurrieron casi al mismo tiempo, la llegada a mi
casa de Jerry y que conociera a Molly, la mascota de mi vecina.
A partir de ese momento
Jerry y Molly se hicieron inseparables. Siempre estaban juntos, bueno casi
siempre pues el encanto se rompía al oscurecer, cuando su ama iba por Molly
para llevarla a pasar la noche en su casa, lo que provocaba las protestas de
Jerry que gruñía y ladraba hasta que se resignaba a que por ese día había sido
todo con Molly.
La historia se repetía a
diario, al amanecer Jerry exigía que se le permitiera salir para ir a
encontrarse con su amiga. Cuando por alguna circunstancia Jerry tardaba en
salir era Molly quien rascaba la puerta pidiendo entrar, parecía decir: - ¡Sal.
Ya es tarde… tenemos mucho que jugar!
La felicidad no es para
siempre, un día la desgracia se presentó en forma de enfermedad y Jerry dejó de
manifestar su dinamismo y carácter inquieto. Algunos síntomas que presentaba
eran fiebre con accesos de vómito con sangre y en vez de relacionarse con los
demás, permanecía echado visiblemente triste.
Ante lo grave de la
situación, la familia decidió llevar a Jerry con un veterinario, quien lo diagnosticó y le proporcionó medicamento
aunque sin saber exactamente la enfermedad que lo afectaba.
De regreso en casa Jerry
se desplomó en el rincón donde dormía, Molly acudía diariamente permaneciendo
echada a su lado, ocasionalmente trataba de animar a su amigo y se angustiaba
al no obtener respuesta, entonces aullaba de manera lastimera. Lo mismo ocurría
día tras día hasta que…
Ese amanecer Jerry no
abrió los ojos. Había muerto durante la noche. Ya no le permitimos entrar a
Molly que presentía que había ocurrido algo muy grave. No comprendía que la
hacía llorar con desesperación. Yo recogí el pequeño cuerpo de Jerry y lo
deposité en una caja para llevarlo hasta el lugar de su descanso. Aunque Molly
no lo podía ver lo sentía y aullaba.
A partir de entonces
Molly perdió su alegría. Ya no jugaba ni buscaba a los niños, permanecía
triste… echada... melancólica. En menos
de tres días presentó los mismos síntomas de la enfermedad que mató a su amigo.
La vecina la llevó al
veterinario, uno diferente al que atendió a Jerry. El médico le reveló que era
parvovirus lo que Molly padecía, se trata de un padecimiento sumamente
infeccioso, mortal por necesidad.
Jerry la había
contagiado. La vecina nos comentó lo que explicó el veterinario. Recomendó una
limpieza profunda en el lugar en que dormía Jerry, para descontaminarlo y la
destrucción de los utensilios para su alimento y agua.
Molly murió. Quiero
pensar que no fue la fatalidad. Siento que de esa manera la historia de amistad
de Jerry y Molly trascendió más allá de su muerte. Una vida se justifica
plenamente cuando la usamos para hacer felices a los demás. Jerry y Molly se
hicieron felices mutuamente mientras permanecieron juntos.
Ellos me enseñaron dos
cosas muy importantes. Primero: el valor de la amistad; y en segundo lugar y no
menos importante, la responsabilidad que implica adoptar una mascota.
Esa responsabilidad
incluye proveerlos de un ambiente sano, un trato digno además del cariño y
atención que merece cualquier miembro de nuestra familia, incluso el cuidado de
un profesional de la medicina cuando sea necesario.
¿Saben? Jerry y Molly son
ahora amigos por siempre. Disfrutan eternamente de ese lugar que se localiza
más allá del arco iris, haciendo realidad el refrán: “Quien encuentra un amigo
encuentra un tesoro”. A fin de cuentas la amistad es calle de doble sentido, hay que darla antes de recibirla.
Telcel: 871 221 78 52
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