El respetado político, abogado y periodista ROBERTO OROZCO MELO, comenta en su columna HORA CERO acerca de una de las tradiciones de la política a la mexicana EL TAPADO y que debido a la alternancia y a la democracia en los años recientes ha caído en desuso.
Arduo, largo e interminable es el camino del sistema político nacional, siempre ansioso de alcanzar el ejercicio de una democracia plena. Las distintas Constituciones Políticas de la Nación Mexicana, desde aquélla de 1824 hasta la muy transformada de 1917, plantearon y aprobaron normas generales que dieron aliento y esperanza al establecimiento de un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; modo consecuente al ideal republicano que los legisladores pudieron imaginar y plasmar dentro de sus circunstancias.
Para gestar, engendrar y dar a luz a la criatura primogénita que era nuestro país, el mismo que ahora vivimos, fue necesario mantener como empeño colectivo un proyecto que lo dotara con normas de conducta generales y particulares, que al ser acatadas y ejercidas en lo consuetudinario, hicieran viable el desarrollo económico, social y político de la República.
Sin embargo, fueron las constantes convulsiones bélicas en los ya transcurridos doscientos años de vida independiente, las que estorbaron el ejercicio de una vida institucional mexicana, que podría haber resuelto nuestras diferencias para la unidad del pueblo y de sus instituciones políticas y sociales.
Nuestra historia es rica en paradigmas de armonía y también en ejemplos de lo contrario, lo cual, si se analiza, podría ilustrarse con nuestras formas de conducta social y política, en aras de soluciones positivas, siempre y a condición de liberarnos de aquellos traumas históricos negativos que todavía cargamos a cuestas. Este inmediato ayer, y aquel otro remoto anteayer, se engarrotaron en nuestra historia, y ahí deben permanecer, aunque los políticos insistan en resucitarlos al servicio de nuevas e irreconciliables pendencias.
Mucho se acusa al PRI por culpas del tiempo; el "tapado" por ejemplo. Y en efecto, el tapado existía como un sistema monopólico para seleccionar presidentes de la República, gobernadores de los Estados, senadores y diputados federales, alcaldes y diputados locales. Nadie mejor para describir este proceso de selección política que don Daniel Cosío Villegas, gran cronista de nuestra historia política. Este sistema electoral se basaba en un presidente de la República todopoderoso y en un partido político con idéntica fuerza, que además era muy unido y disciplinado.
Pero cómo funcionaba el tapadismo? Quienes consideraban estar en posición de ser destapados se obligaban a guardar discretamente tales intenciones.
No las compartían ni con su madre y menos con sus hijos. Los "tapados" tenían amigos y enemigos, y de allí la exigencia del sigilo en el juego.
Quizá algún presidente de la República empezaría por observar la conducta de quienes podían sucederlo en el cargo, pero el jefe de las instituciones políticas también guardaba silencio. Veía y callaba. Solitario, en la intimidad de sus habitaciones, pudo atrever algún apunte secreto, una especie de diálogo consigo mismo. O un monólogo. Y no era, hasta en los cimeros momentos de ese cuidadoso proceso de escogitación que el presidente sólo se atrevería a destapar al "tapado" por medio de un disciplinado dirigente corporativo, como don Fidel Velázquez, el habilísimo líder de la Confederación de Trabajadores de México, quien pareció tener la "exclusiva" de aquella noticia.
El sistema funcionó en bien del elector y del elegido. En el caso del candidato presidencial, el destape del aspirante a presidente tenía lugar en los penúltimos días de septiembre, recién pasados los días patrios; alguno pudo haber acaecido en el mes de octubre, mas no recuerdo que hayan diferido el "suspense" del destape hasta el mes de diciembre, aunque a muchos aspirantes les hubiera caído bien el día dos del onceavo mes, o sea el mero día de los santos difuntos. Más muertos que los que no resultaron elegidos no había.
Uno que jugó al "tapado" y no resultó elegido me comentó que para él aquella situación había sido como saber que tenía un cáncer terminal. Los primeros síntomas lo asustaron en mayor grado que el diagnóstico final, pero, como él decía: ¡Valió madre! ni siquiera me desmayé para morirme.
No fueron vicios los del PRI de los años 40, 50, 60 y 65, piensa el columnista, sino folklóricas tradiciones que habrían empezado con un presidente fuerte y muy celoso de su autoridad, como era don Lázaro Cárdenas. Plutarco Elías Calles lo había destapado (a Cárdenas) en los días difíciles del presidencialismo, pero el general michoacano superaría el poder de destapar para inventar el de volver tapar, empezando con el mismo general sonorense como cobayo.