Alma Delia Murillo |
Muy interesantes las reflexiones y comentarios de Alma Delia
Murillo y Lilia Margarita Rivera Mantilla a propósito del copiloto alemán Andreas Lubitz, de los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari, del poeta suicida Cesare Pavese y de tantos depredadores como hay, de los que somos víctimas
potenciales. Alma Delia colabora
en el portal www.sinembargo.mx
VENDRA LA MUERTE, Alma Delia Murillo
y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Andreas Lubitz |
Es así como dice el deslumbrante poema
de Cesare Pavese, ese con el que pasó a la historia, pues aunque su obra
poética completa es de una fuerza y una belleza devastadoras, es por esos
inagotables versos que en el mundo entero conocemos su nombre y lo recordamos.
Es, precisamente por esos versos, que se volvió inmortal.
He pensado en las palabras de Pavese, el
poeta suicida, porque entre las muchas y pasmosas razones que se han ido
aclarando sobre la decisión deliberada, –también suicida– y letal del copiloto
alemán Andreas Lubitz de impactar el avión de Germanwings con 149 personas a
bordo contra los Alpes franceses, hay una que nos mira directo a los ojos e
insiste, imprudente, en que volvamos a preguntarnos de qué carajos estamos
hechos los seres humanos: que probablemente lo hizo porque, según refirió una
ex novia, Andreas le dijo que alguna vez haría algo tan grande que cambiaría el
sistema y grabaría su nombre para siempre en la historia. Y lo consiguió.
Su escalofriante logro hizo volar en
pedazos su vida y la de 149 personas, porque, aclaremos una sutileza
determinante, decir que estrelló un avión es un eufemismo: Andreas Lubitz
estrelló a ciento cuarenta y nueve seres humanos contra esa imponente cadena de
montañas.
Habrán leído, y si no se los platico
brevemente, sobre el Complejo de Eróstrato, llamado así por un pastor griego
del mismo nombre que alrededor del año 350 antes de Cristo, incendió el templo
de Artemisa en Éfeso con la única intención de trascender y de ser recordado
después de su muerte. Cuenta la historia
(esa gran mentirosa) que el pastor confesó bajo tortura su culpabilidad y su
sorprendente móvil, y que se ordenó, bajo pena de muerte, que nadie registrara
su nombre para que no lograra su cometido. Pero Eróstrato también lo consiguió.
Cesare Pavese |
Extraño fenómeno es este de la necesidad
imperiosa, ciega y casi de una delicada torpeza, que tenemos los seres humanos
de inventar cuantas reglas, leyes, artificios y artefactos sean necesarios para
no colocarnos como responsables en el centro de las tragedias más atroces. Y
para no mirarnos cabalmente porque mirar hacia adentro de la condición humana
provoca mucho miedo, es una experiencia pavorosa.
Andreas Lubitz tenía una depresión
clínica y un trastorno de ansiedad con ataques de pánico recurrentes, lo que
quiere decir que su alma estaba fracturada a tal grado que para él la idea de
la muerte representaba un alivio. Es doloroso y desgastante hasta lo indecible
vivir atrapado en un trastorno emocional, en una psicopatía que desgarra por
dentro a quien la padece; luego morir es liberador. Sin duda.
Pero Lubitz no lo ocultó: consultó a
especialistas, notificó a la escuela de vuelo de Lufthansa y a sus seres más
cercanos de su condición, de su enfermedad.
Los padecimientos del alma son tan
reales que duelen tanto como una pierna fracturada, una próstata inflamada, una
apendicitis o una angina de pecho pero no se ven, no se palpan. Y seguimos
siendo tan elementales que pensamos que lo no vemos no existe. Cuán vulnerables
nos hace creer que en el mundo sólo está aquello que nuestros ojos perciben,
“la fuerza del vampiro radica en que todos niegan su existencia” vuelvo una y
otra vez a esa frase profunda y desbordante de contenido de Bram Stoker.
Las emociones humanas, esas de las que
sabemos tan poco, han demostrado, incontables veces, ser el arma de destrucción
masiva más potente de todas.
El funcionamiento del alma es más
sofisticado que el de los mecanismos de cierre de las cabinas de pilotaje, pero
es en donde, con ejemplar eficiencia y convicción, se están enfocando los
expertos de las aeronaves para evitar que esto vuelva a ocurrir. Casi dan ganas de soltar una tristísima
sonrisa, tierna y conmovida ante nuestra simpleza, ante nuestro razonamiento
llano.
¿Cuánto sabemos de aviones?
¿Cuánto sabemos de la psique, del alma
humana?
Todos moriremos. Algún día y en alguna
circunstancia específica que ojalá sea venturosa pero si sólo tenemos la
certeza de una vida, de esta única oportunidad metida en esta única psique y en
este único cuerpo, ¿por qué no nos alarmamos ante la probabilidad de morir en
medio de esta escandalosa ignorancia sobre nuestro funcionamiento interior?
Comentario de Lilia
Margarita Rivera Mantilla
"La diferencia
entre una persona normal y un psicópata es la capacidad de amar a los demás. La
maldad solo puede amarse a sí misma."
De la novela Angel Malvado, Taylor Caldwell
Lilia Margarita Rivera Mantilla |
¡Ya matamos a Manuela! Así gritaban los
niños Raúl y Carlos Salinas de Gortari aquel diciembre de 1951, cuando le
dieron muerte a la jovencita Manuela, a quien "fusilaron" con un
rifle mientras la muchacha barría el patio o jardín donde ellos se encontraban
jugando con otro amiguito invitado. "¡Yo la maté de un balazo, soy un
héroe!", gritaba el niño Carlos Salinas de Gortari apenas próximo a
cumplir los cuatro años en abril de 1952. No se supo qué clase de tratamiento
psicológico se les habrá dado a los niños Raúl y Carlos Salinas de Gortari para
que entendieran lo que habían hecho; pero por los resultados, ellos siguieron
con su vida normal, haciendo de cuenta que aquella joven vida truncada no tenía
por qué afectar la de ellos; con montones de Manuelas como había y hay en
México, seres anodinos que da igual si existen o no, tan desechables como para
acabar con ellos jugando al fusilamiento.
Y Carlos Salinas de Gortari se convirtió
en Presidente de México en 1988. Poco más de seis años después, tuvo que
abandonar el país en medio de una crisis moral y económica que casi hunde al
país, de la cual aún no nos hemos recuperado, y, que al parecer, estamos
próximos a vivir una vez más.
Raúl Salinas de Gortari |
Yo no creo que Andreas Lubitz haya sido
una pobre alma atormentada víctima de la depresión. No soy psiquiatra, pero
coincido con aquellos que piensan que la maldad existe en la humanidad porque
sí. La gente no se explica cómo la compañía aérea ignoraba los trastornos que
padecía Lubitz, cómo lo dejaban pilotear un avión con la depresión
invadiéndolo. ¿Y si no fue así?
Leí que un psiquiatra español lo
calificaba como un narcisista maligno. Y algunas características de los
psicópatas los definen como individuos socialmente adaptables por pura
conveniencia, poseen habilidad para el disimulo y el engaño, capaces de
reaccionar de la manera más inesperada e impulsiva bajo presión.
Carlos Salinas de Gortari |
Ya se que la descripción anterior la
estarán encontrando en muchos personajes conocidos por todos: políticos,
militares, empresarios, gente dentro de las diferentes iglesias, artistas; pero
lo peligroso es que no imaginamos cuántos Andreas Lubitz giren a nuestro
alrededor. "La fuerza del vampiro radica en que todos niegan su
existencia", así escribió Bram Stoker. Pero es que ni siquiera sabemos
cómo es el vampiro, cómo es su aspecto, cómo es su conducta.
Empecé mi comentario con la historia de
los niños Salinas de Gortari. Hace poco vi un video en donde Anabel Hernández
presenta y habla de su libro México en llamas, esto fue en diciembre de 2012,
recién estrenado Peña Nieto como Presidente. Pero ella se concentra en la
figura de Felipe Calderón Hinojosa, a quien llama destructivo, miserable e
insensible, aparte de que lo califica de incendiario del país por haberlo
dejado en llamas, todo por llevar a cabo su obsesivo proyecto de declararle la
guerra al narcotráfico, algo que sabía nunca iba a conseguir.
Ante la reacción fría, tardía y también
insensible de Enrique Peña Nieto por lo sucedido en Ayotzinapa, Javier Sicilia
lo llamó inmisericorde, un ser sin misericordia, alguien que no puede sentir
piedad en su corazón por el sufrimiento de los demás.
Y me angustio al pensar en cuántos
Andreas Lubitz nos rodean, crueles, sin piedad por el sufrimiento ajeno,
dispuestos a acabar con todo aquello animado e inanimado que les estorbe para
la protección de sus intereses.
Ya hemos visto qué tan fácil es convertirse
en víctima de uno de estos depredadores.
Noticia sobre los niños Salinas de
Gortari