Un suceso que marcó a
quienes vivimos la generación de los 60 lo fue sin duda el asesinato del
presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy, un católico que
llegó a la primera magistratura de su país y que durante los años de su
gobierno trató de innovar y piso muchos callos de grupos de poder. El presente
texto me lo envió para que lo publique en el blog Lilia
Margarita Rivera Mantilla que en aquel entonces era una pequeña de escasos diez años.
Ya
pasa de la una y media del mediodía, ahora sí tengo hambre; lo bueno es que no
tengo tarea pendiente para hoy en la tarde. Mi mamá sale esta noche para México
y necesitamos velices extras en la casa. Mi tío Everardo siempre dice que ella
viaja como si fuera María Félix, con un montón de maletas repletas de cosas. Es
cierto, pero también es necesario. Mi
mamá aprovechará esta próxima semana en México para ir al médico y para comprar
la ropa de invierno para toda la familia, siempre encuentra todo más barato, de
muy buena calidad y mucho más variado que aquí. La semana entrante, el sábado,
nos reuniremos con ella en Saltillo. Ella vendrá ya de regreso rumbo a Torreón,
y mi papá junto con nosotros cuatro estaremos llegando a la capital de nuestro
estado el viernes por la noche. En esa misma semana, el domingo primero de
diciembre, habrá toma de posesión de la nueva gubernatura del estado; mi papá
tiene que estar presente, es parte de su trabajo como periodista del diario más
famoso y prestigiado de Coahuila. Por eso tuve que venir a casa de la comadre Esther,
para que nos prestara otro veliz que se
llevará mi mamá, así quedará equipaje disponible para nosotros cinco.
Desciendo
del camión urbano cargando la maleta a cuadros rojos y negros, me siento
importante, la muy enigmática; la gente me mira con extrañeza, a esta hora en
que las calles quedan casi solas, las pocas personas que andan por aquí son
señores; pensarán que qué andará haciendo una niña de mi edad a la hora de la
comida, sola por la calle, cargando una maleta tan grande.
Paso
junto a un automóvil estacionado, dentro hay dos hombres escuchando el radio
con mucha atención, hay sorpresa en sus rostros. Alcanzo a escuchar la voz del
locutor que dice “el presidente ha perdido mucha sangre, hay pocas esperanzas
de que sobreviva”. Me da un vuelco el corazón, me asusto. Apresuro el paso
rumbo a la casa. Pienso: ¿qué le habrá sucedido al Presidente López Mateos? En
aquellos años, 1963, los niños de México queríamos y sentíamos mucho respeto
por el presidente de nuestro país.
Entro
presurosa a la casa, recorro el largo pasillo que conduce al comedor, al fondo
del espacioso lugar; mi papá, de pie, mira fijamente la radio, como si
estuviera observando “en vivo” todo lo que está informando el conductor. Le
pregunto: Papá, ¿qué le pasó al presidente López Mateos? No fue a él, hija, me
responde. Fue al presidente Kennedy, de los Estados Unidos; le dispararon en la
cabeza, están informando que ya falleció. El y mi mamá hacen comentarios de
adultos, muy alarmados, y a mí se me clava un extraño presentimiento, me punza
el corazón, me siento triste. ¿Por qué? No lo sé. Pero nunca he podido olvidar aquel viernes 22
de noviembre de 1963.
Al
llegar al salón de clases, ese viernes por la tarde, los compañeros del quinto
año de primaria comentábamos el suceso. Todos opinábamos, como si estuviéramos
al tanto de la política del mundo. La culpa la tenían los rusos y los cubanos.
Seguramente eso era lo que se comentaba en la casa de todos, ¿de dónde tan
enterados?
Ese
fin de semana y los primeros días de la que sería la última de noviembre, fue
ver y escuchar los funerales de Kennedy, y enterarse de otro asesinato más: la
muerte por disparos a quemarropa contra Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino
del presidente norteamericano. Todo era tan extraño para mí. Era como si esos
acontecimientos me estuvieran jalando hacia el mundo de los adultos, era como
si mi “pepe grillo” interior me advirtiera: “Lilia, prepárate. Empieza a
decirle adios a la supuesta inocencia e ignorancia infantil. Te llegó la hora.
Santoclos no existe, los Reyes Magos, tampoco. Te quedan pocos años, tal vez ni
dos, para que te sigan considerando niña. ¿Ya te diste cuenta de qué manera tan
brusca y cruel pueden terminar los bellos cuentos de hadas? Mira a esa elegante
señora, de la misma edad que tu mamá, ahora está muy sola. Tuvo que cambiarse
su bonito traje color rosa mexicano porque estaba lleno de la sangre y la masa
encefálica de su esposo asesinado. Ahora viste de negro y toma de la mano a
cada uno de sus pequeños hijos.”
Solo
pienso en el viaje de fin de semana a Saltillo, quiero que regrese mi mamá;
quiero ver qué cosas bonitas nos trae de México; quiero pensar en que se acerca
la navidad, quiero seguir siendo niña.
Frío,
emotivo y alegre fin de semana en Saltillo. Por fin todos juntos. El aire
helado lastima un poco la cara, no importa, todos estamos contentos. Papá está
en sus actividades, los demás aprovechamos la tarde del sábado para recorrer un
poco la ciudad; mañana, después del desayuno, regresaremos a Torreón; papá se
quedará a la toma de posesión del nuevo gobernador.
Qué
bueno que me tocó el asiento de la ventanilla. Voy a cerrar los ojos como si
estuviera dormida, pero voy a pensar en lo que pudiera pasar en lo que termina este año. Falta poco para la navidad.
Ya quiero estrenar el traje sastre a cuadros que me trajo mi mamá, es muy
estilo Jackie, así nos dijo a mis hermanas y a mí. Presiento que ésta será la
última navidad en que recibiremos regalos de niños; la verdad es que ya no sé a
qué jugar con las muñecas.
Me
está dando sueño, en un par de horas estaremos en casa. Mañana de nuevo al
colegio, mañana y tarde. ¡Cuándo terminará la primaria!.
-Duerme,
Lilia. Aprovecha estos momentos. Tienes razón, pronto terminará tu infancia.
Vienen tantas experiencias por vivir. Hoy es domingo 1º. de diciembre de 1963,
pero en 16 años más, será un sábado tan soleado como este día. Si supieras que
a unos pocos cientos de kilómetros de aquí, se encuentra un jovencito de apenas
trece años, un poco mayor que tú, que esa hermosa tarde de sábado se convertirá
en tu esposo; quién sabe qué tan felices vayan a ser, pero vivirán juntos
muchos, muchos años.
Siento
un brinco en el corazón, despierto asustada. Veo por las ventanillas a mi
izquierda la hermosa cadena de montañas de la Sierra Madre Oriental. Eso me
tranquiliza, seguimos en el camión, me quedé dormida y estaba soñando. Sí, todo
eso que escuchaba tuvo que ser un sueño y nada más.
Lilia
Margarita Rivera Mantilla
México, Distrito Federal, noviembre de 2013