Con
numerosas asignaturas por resolver los mexicanos nos empantanamos en los dogmas
del pasado y dejamos de atender lo urgente, como la gran cantidad de coterráneos
en pobreza extrema, dice en su columna Interludio el músico y periodista Román
Revueltas Retes quien colabora en Milenio Diario
Laguna.
Algunas cosas podrían (deberían) cambiar en
este país. Lo menos que se puede decir es que el modelo no ha funcionado. Ahí
donde Corea tenía hace unos cuarenta años un nivel de desarrollo inferior al de
México, hoy esa nación se ha colocado a una distancia que parece inalcanzable.
¿Por qué ellos sí y nosotros no?
Naturalmente, cada quien tiene sus propias
fórmulas para hacer las cosas pero, lo repito, nuestras recetas no nos han
servido: ahí están, para mayores señas, esos 50 millones de mexicanos que viven
en la pobreza y que serían la primerísima asignatura pendiente de cualquier
régimen o gobierno. Y, miren ustedes, la mera constatación de esta realidad
tendría que obligarnos a formular planteamientos diferentes y nuevas respuestas
a los problemas de siempre en lugar de seguir empantanados en los dogmas del
pasado, de rechazar la modernidad como si fuera una suerte de sustancia tóxica
para la bendita identidad nacional y de tener la mirada puesta en unas gestas
históricas cuya sacralidad termina siendo muy nociva en términos prácticos.
Lo más curioso es que estos llamados directos
al pragmatismo, por no hablar del mero sentido común, son recibidos como un
agravio por muchos mexicanos embrujados, a estas alturas todavía, por la
ilusión de unos tiempos remotos que no existen porque, con perdón, nunca hemos
sido un país próspero ni justo ni igualitario ni ordenado. Es más, hoy somos
decididamente más democráticos que hace apenas dos décadas. La transformación
de México, sin embargo, debería de comenzar por una muy simple tarea de
actualización de nuestra mirada. Por ejemplo, esa intervención de la Policía
Federal, el otro día, en el Zócalo, no tiene nada que ver con Tlatelolco.
¿Estamos de acuerdo? ¿No?
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