Roberta Garza. |
Los
maestros de la CNTE
con su plantón en el Zócalo
del Distrito Federal ocasionaron pérdidas económicas que
bordan los 700 millones de pesos, pero al ser desalojados por la fuerza pasaron
de victimarios a víctimas, al grado de que se sumaron a su movimiento
profesores del SNTE, no obstante por su cerrazón y al no existir fundamento
para las marchas y protestas su movimiento se diluye. El texto corresponde a la
más reciente colaboración de Roberta Garza en
Milenio
Diario Laguna.
A los maestros se les dieron múltiples
oportunidades de retirarse del Zócalo para permitir la celebración del Grito.
Celebración que, si bien ahora y por los siguientes cinco años estará
encabezada por Enrique Peña Nieto y por los usos y costumbres de su partido, no
le pertenece a él ni a los suyos, sino a la historia de México y a los
mexicanos todos.
El plantón causó más de 700 millones de pesos
en pérdidas a los comercios vecinos, evidenciando que cualquier cantidad de
dinero, de publicidad y de esfuerzo que se invierta en rescatar al Centro
Histórico será inútil gracias a la gustada política oficial de dejar hacer,
dejar pasar: difícilmente algún pequeño restaurantero o tendero se animará a
montar allí un negocio que deberá pagar impuestos, servicios y sueldos a pesar
del riesgo de quedarse en cualquier momento por semanas o meses sin clientes
—además de correr el riesgo de ser destruido por los “luchadores sociales” en
turno—, sin que nadie se haga responsable de los daños.
A estas alturas salen
sobrando las causas: en los hechos ni el bienestar de sus agremiados ni la
educación han sido prioridades del SNTE o la CNTE, que no fueron creados por la
dictadura priista para eso, sino como mecanismos de control popular y músculo
electoral a cambio de prestaciones y de privilegios que ahora ven amenazados,
paradójicamente, por el regreso al poder de ese mismo partido. Que hoy estos
grupos se quieran vender como defensores comprometidos de los maestros y de los
niños mexicanos debía llamar a risa, pero el punto aquí es otro: ¿por qué seguimos
justificando la violación al libre tránsito de las mayorías en aras de una
falsa libertad de expresión de las minorías, cuando dejar escuchar las voces
disidentes en ningún lugar del mundo implica permitir que se joda el
respetable, salvo en México?
¿Por qué seguimos entonces confundiendo la defensa
legítima por parte del Estado de los derechos básicos de los ciudadanos con el
abuso de la fuerza policial? ¿Por qué al pedir que la autoridad despeje los
plantones que obstruyen la vía pública le gana a cualquiera, entre insultos
cargados de superioridades morales de pacotilla, el mote de oficialista o de
represor?
Hay que decirlo: la mayoría de los maestros
se fue antes del ultimátum dado por la policía, pero no todos. Quienes se
quedaron se vieron acompañados —voluntariamente o no— por los encapuchados de
siempre, y por los tubos y bombas molotov que estos blandieron, como tantas
otras veces, sin miramientos.
La policía entró desarmada y en relativo orden,
desalojando el Zócalo sin causar muertos o heridos de gravedad: sí, uno que
otro maestro recibió algún macanazo. Sí, a uno que otro policía le tocó su
ladrillazo. No, eso no es represión, o siquiera autoritarismo, ni mucho menos
una reedición de Tlatelolco, aunque los informados y no manipulados le apuesten
al encono mostrando en las redes escenas de las protestas en Egipto, pero
haciéndolas pasar como si hubieran tenido lugar en la Ciudad de México.
Aquí el problema mortal es que las políticas
públicas de nuestra ciudad capital, y a veces del país entero, acaban siendo
dictadas no a la luz de los mecanismos de la legalidad, ni con el interés de
privilegiar el crecimiento de una comunidad crítica, próspera y moderna, sino
por el miedo de nuestros líderes políticos y de opinión a ser denostados por la
minoría más oscurantista, mezquina e hipócrita entre cuantas conforman lo que
queda de México.
Twitter: @robertayque
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