Roberta Garza |
Me gusta mucho el
estilo de Roberta Garza como periodista pues
escribe las cosas como debe ser “sin pelos en la lengua” es caústica y
directa, sin eufemismos, como en el
presente caso en que se ocupa de “quienes, navegando en la marea de la
incompetencia oficial, lubricada por la baba de los apologistas de la violencia
disfrazada de lucha civil, parecen haber llegado, menos burdos, menos obvios,
pero igual de hijos de puta, ahora sí, para quedarse”. La columna la tomé del
portal electrónico de Milenio Diario Laguna en la sección Acentos, publicada el día de hoy.
Primero fue Cherán. Imposible no simpatizar con
esos comuneros abandonados por un Estado que no por bravucón fue menos
impotente; a pesar de los llamados de auxilio, nada se hizo para impedir las
violaciones, los secuestros, las extorsiones y la destrucción del bosque de
niebla azul de los altos de Michoacán, devastado en 70% a manos de talamontes
protegidos por gobiernos tan corruptos como medrosos y regenteados por las
verdaderas autoridades: los capos del narcotráfico. Así, cuando en la primavera
de 2011 las mujeres del pueblo lanzaron rocas y palos contra los camiones que
transportaban cerro arriba a hombres con sierras y AK 47, y luego los
apresaron, expulsaron a la policía quedándose con sus armas de cargo y sellaron
el pueblo con barricadas, algunos mexicanos los miramos con envidia.
¿Peor el remedio que la enfermedad? |
Hoy, a pesar del optimismo de Friedman y de otros
despistados, las brigadas de autodefensa, policías comunitarias, vigilantes
civiles o grupos paramilitares, asegún, se multiplican en otros sitios
calientes como Guerrero, Oaxaca, Morelos, y Veracruz, pero quizá con
intenciones menos inocentes. Como en Cherán, dicen surgir de la necesidad de
defenderse de los criminales que el Estado no puede o quiere combatir, pero el
problema no es solo el desaseo en derechos humanos de los usufructuarios de ese
eufemismo para el háganle como puedan que son los usos y costumbres, sino la
tesitura de algunos de estos grupos, sospechosamente parecida a la que
ostentaron, primero en Monterrey y luego en Guadalajara y DF, esos rostros
embozados que, en sus inicios, decían querer defenderse de los abusos del
Ejército pero que en realidad eran porros pagados por el narco.
¿Alguien se acuerda de los matazetas, vigilantes
gestados desde los rescoldos del cártel de los Beltrán Leyva? “Que la sociedad
confíe en que nosotros no extorsionamos, no secuestramos ni afectamos el patrimonio”,
y “respetamos las fuerzas armadas y a los poderes del Estado”, decían. Ajá,
chucha. Entre sus primeros actos nobles estuvo, por cierto, el reguero de 35
cadáveres una bonita mañana por las principales avenidas de Veracruz.
Ojalá que la urgente necesidad de seguridad y de
protección que padecemos los mexicanos no se convierta en la coartada perfecta
de quienes, navegando en la marea de la incompetencia oficial, lubricada por la
baba de los apologistas de la violencia disfrazada de lucha civil, parecen
haber llegado, menos burdos, menos obvios, pero igual de hijos de puta, ahora
sí, para quedarse.
Twitter: @robertayque