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10 de diciembre de 2015

El Rasca

Alfredo Jaime Miranda "Rascacielos", dejó de existir el 8 de diciembre del 2015 víctima de cáncer. Les comparto una semblanza, que originalmente se publicó en el periódico Vanguardia, en la ciudad de Saltillo el pasado 1 de diciembre. Descanse en paz el amigo.
 

 


Resulta lamentable que nuestros valores sean reconocidos en otras ciudades mientras que aquí permanecen ignorados la mayor parte del tiempo pues regularmente no son “profeta en su tierra”, es el caso de Alfredo Jaime Miranda, también conocido como Rascacielos y a quien se hizo objeto de un amplio reportaje realizado por Diana Leticia Nápoles Alvarado y con ilustraciones de Daniel Galindo que se publicó el 1 de diciembre del 2014 en el suplemento Semanario del periódico saltillense Vanguardia.

La historia de un presentador de danzón que se convirtió en narrador de personajes extraordinarios del viejo Torreón.

Torreón. Tiene cabello blanco, sonrisa fácil y unos ojos apachurrados por los párpados. Entre la gente se distingue por su estatura; le dicen El rasca, por rascacielos. Trabajó en un circo, fue presentador de la Caravana Corona, actor callejero, y regresó de la muerte. Su nombre es Alfredo Jaime Miranda y nació en la calle Torreón viejo de la zona Alianza, el 14 de abril de 1937.
Es domingo y él, con micrófono en mano, va presentando las canciones que se escuchan en la conocida Tarde del danzón que se realiza cada semana en el Parque Victoria de Lerdo, Durango. “Muy buenas tardes damas y caballeros, la Presidencia Municipal de ciudad Lerdo y el departamento de Arte y Cultura, presentan ante ustedes lo que siempre les ha gustado para vivir en paz: ¡su majestaaaad el danzón!”, dice con tono de anfitrión.
El rasca es autor del libro Cien personajes populares de Torreón, Gómez y Lerdo, que editó el ayuntamiento de Torreón en 2007, así como del libro ¡No cierren que falto yo! Otros 101 personajes populares de Torreón, Gómez Palacio y Ciudad Lerdo (2012).También escribió los libros Calaveras Laguneras. Éstas son las meras meras, una publicación popular que este año publica su número 59 y que comenzó a distribuirse de manera ininterrumpida desde 1955 en Torreón, Coahuila.

Te voy a contar mi historia
La cancha de basquetbol se transforma en una pista de baile donde se hacen escuchar los sones y música de otros tiempos. Las gradas dejan de ser un espacio deportivo para convertirse en el asiento de quienes presencian el baile dominical, mientras esperan su turno para entrar a la pista.
El aire se perfuma con las lociones de todos los abuelos que disfrutan la ciudad donde vivió el poeta Manuel José Othón. Las señoras llevan vestidos o faldas con zapatos de tacón. Algunas se sientan a escuchar las canciones mientras rememoran algún amor de su juventud. Cientos de personas acuden al encuentro de una misma tarde, porque hay domingos en que salir a mover el cuerpo se hace necesario.
El Rasca está sentado en la mesa que preside el baile. Es el maestro de ceremonias. Viste un chaleco gris de tejido con una camisa azul de manga larga. Entre una canción y otra, come semillas y toma Coca Cola Light.
Cuando menos se dan cuenta, una cumbia se empieza a escuchar. Ágiles, van escribiéndola con el cuerpo. Las señoras no se amilanan de bailar sin pareja, están alegres, celebran la vida: marcan el ritmo, se despeinan, mueven los hombros, se desplazan por la pista, se saben observadas pero eso no las inquieta para seguirse sacudiendo de lado, para atrás, de frente, con caderazo y levantando la pierna. Así se baila aquí.
No sé cómo te atreves a vestirte de esa forma y salir así,
En mis tiempos todo era elegante sin malandros ni cumbión
No sé cómo te atreves a vestirte de esa forma y salir así,
En mis tiempos todas las mujeres eran serias, sin maldad
A ratos el Rasca consulta su programa y revisa cuál será la siguiente canción que va a presentar. Después, mira su reloj, le da un trago a su refresco y se frota las manos en señal de que algo emocionante está a punto de ocurrir.

Calaveras laguneras, éstas son las meras meras
Alfredo cuenta que lleva 59 años publicando su libro de calaveras. “Ahí incluyo a los que se han ido; los de la carnicería, los de la tienda de ropa, de la ferretería y la lonchería”.  El Rasca estudió en la Escuela Comercial Treviño SC y es licenciado en Administración de Empresas y Computación. “Pero desde cuándo…”. Fue ahí, en la escuela, donde creó sus primeras calaveras. Era el año 1952: “Escribí dos hojitas para recordar a Guadalupe Posadas que fue el iniciador de todo esto”, recuerda.
Alfredo dice que Guadalupe Posada hacía grabados con personajes como Don Chepito Marihuano. “Vanegas Arroyo era el que escribía los versos”. Al contar cómo elige él mismo a sus personajes, El rasca dice que distingue a aquellos personajes que se hacen populares de la noche a la mañana porque son dicharacheros, amistosos, creyentes o trabajadores. “A esos los incluyo para darles valor espiritual y moral”.
Sus primeras calaveras fueron escritas como un donativo a la Cruz Roja Mexicana, que estaba solicitando apoyo para comprar camillas. Cuenta que el profesor Enrique C. Treviño, director de la escuela, llegó y les dijo: “Los hemos reunido porque queremos hacer algo para ayudar a la Cruz Roja, ¿qué nos sugieren?”. Alfredo recuerda que él propuso hacer unas calaveras, diciendo que era lo que “estaba de moda”. Les explicó que podían venderlas a 3 pesos, “eran 2 o 3 hojitas”. Y cuando le preguntaron que cómo se iban a llamar, él contestó sin pensarlo dos veces: Calaveras laguneras, éstas son las meras meras. “Y ese título se les quedó para siempre”.
El Rasca recuerda que en aquella ocasión escribió una calavera para una muchacha de la escuela, “la cosa más hermosa que había ahí” y decía así: Arcelia Torres Cembrain/ una rubia muy hermosa/ que se fue a la fosa/ por estar tuberculosa. Cuando ella la leyó, le reclamó que por qué le había puesto que estaba tuberculosa, a lo que él respondió con una sonora carcajada.
El Rasca dice que lo primero que toma en cuenta al escribir una calavera es la anatomía de la persona: “Por ejemplo, si aquella persona vende aguacates y tiene un puesto chiquito, si está chaparro, gordo, o está equis, de ahí saco la anatomía; le escribo su calavera sin ofensas”. De repente se sonríe al recordar que a uno de sus personajes lo nombró “tapón”, porque era bajo de estatura y aquello provocó que fuera aún más conocido entre los del barrio.
“Había un comerciante, el señor Rosas, era de los más humildes que había aquí, le decían El Guapo, y me decía: ‘No Rasca, póngale más, ya me estoy haciendo famoso, póngale más’. Y mire, cuando estaba enfermito me dijo: ‘Me hace una calavera aunque esté muerto, pero me la hace de una hoja para darme importancia’, y así lo hice”.
Rascacielos dice que quien lee sus publicaciones es más bien la gente humilde. Cuenta que en una ocasión un profesor le dijo: “Mira, tú trabajo es de mucha inteligencia, no regales tus narraciones, aunque sea poquito pero sácales, porque así hasta tú aprecias lo que estás haciendo”.
Al hablar del libro de calaveras que se publicó este año, dice que tal vez sea el último que realiza. También explica que ahí agregó a los finaditos del danzón, incluyendo de dónde eran y qué hacían.
Alfredo Jaime Miranda fue incluido en el libro Cuéntame tu historia Remembranza del centenario de Torreón, editado por la Dirección de Cultura de Torreón, “ahí está mi foto, mire”. Dice que cuando se realizó la presentación del libro, a la que asistieron muchas personalidades, habló con Pedro Ferriz de Con y que ahí se hicieron cuates: “Pero al último él regó el tepache y se acabó. Yo creo que ya no lo van a contratar en ninguna parte porque perdió el piso”.
De niño su libro favorito fue Rosas de la infancia, de María Enriqueta Camarillo de Pereyra. “Era un libro de cómo debíamos comportarnos en la escuela, a nivel urbano y cívico; explicaba cómo debíamos estar frente a la bandera, además de incluir otras normas. Venían los dibujitos”, recuerda.
Dice que cuando estuvo en la primaria tuvo una maestra “que le entregó su vida a la educación”. Se llamaba María Guadalupe Vanegas y era muy estricta. El Rasca cuenta que su mamá nunca iba a la escuela a ver sus trabajos, hasta el día del examen final de sexto de primaria. Ahí, la maestra comenzó a hacer las preguntas del examen: “Vamos a hablar de las musas griegas: ¿Terpsícore?”, y entonces El Rasca se apresuraba a contestar: “La musa de la danza”, y así fue como terminó su curso de educación básica.

La Caravana Corona
Rascacielos no es ningún improvisado, durante sus comienzos se unió a la Caravana Corona, un evento de carpa que comenzó a realizarse en la década de los cincuenta. Ahí se presentaba un gran número de personajes, actores y actrices que por aquellos años realizaban su debut.
Alfredo llegó a presentar a Rolando Laserie, Irma Serrano, Olga Breeskin, el Trío Los Panchos, Tin Tan, El Loco Valdés, Irma Dorantes y muchas otras personalidades que en ese momento empezaban a figurar.
El señor cuenta que incluso, en una ocasión, llegó a presentar a Lázaro Cárdenas en su última visita a la Comarca Lagunera. “Estaba en la XETB cuando me dijeron que no encontraban a un presentador para el general Lázaro Cárdenas, a lo que yo rápidamente me ofrecí”.
Alfredo ha pisado cientos de escenarios por toda la República Mexicana: “Le conozco el mundo entero; estuve en Francia, Argentina, Alemania, España, y todo en la cosa artística. A mí nunca me contrataban las empresas, más bien me iba a ver qué Dios me daba. Me convertí en un personaje solitario de la Caravana; mi labor no era figurar sino conocer el mundo”.
El señor Rasca se juntaba con un grupo de artistas llamados Los Callejeros con los que salía de gira a cualquier lugar. En una ocasión visitó el Coliseo romano, dice que se sentó por ahí y el guía de turistas le dijo: “No se mueva señor, porque está usted en el asiento de Calígula”.
Cuenta que desde chiquito él ya traía esas cosas, que le gustó la carrera de Comunicación aún sin haberla estudiado. “Me gustó tanto que dije: ‘Voy a conocer el mundo a través de lo poquito que sé hacer. Preparaba sketches con mi propio talento, era humorista en los teatros de México y después fui presentador en la Caravana Corona”.
Para acabar pronto, El Rasca dice que ya traía “la venita”. Cuando estaba chavo iba a la Iglesia de Guadalupe de Torreón, donde se involucraba en las actividades de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). Cuenta que en una ocasión, una señorita le hizo un guión para que se lo aprendiera. Él le preguntó: “¿Y qué es eso de guión?”. Se trataba del monólogo El mundo al revés.
A pesar de que su madre no quería que Alfredo siguiera esa carrera, él se defendía diciéndole: “Déjeme señora, yo tengo que seguir algo, usted quiere una casa nueva y yo se la voy a hacer”.  El Rasca se casó, su esposa era costurera, “y con su capitalito y el mío levantamos todo”. Al contar sus recuerdos e ir sacando uno tras otro los libros con sus dibujos y textos, dice que ésta es sólo una parte de todas las travesuras que ha hecho. De repente se detiene y suelta: “Yo fui apostador de Las Vegas; de a 10 o 20 centavos, pero fui”.
Alfredo es miembro de la Asociación Nacional de Actores (ANDA), dice que ese grupo se formó en Torreón, Coahuila, teniendo como líder a Enrique González Meraz. Además, el Rasca también fue nombrado miembro honorario de la Asociación Nacional de Locutores de México AC. Recuerda que una Tarde de danzón llegaron los miembros de la mesa directiva de los locutores que había en ese tiempo y le dijeron: “Sorpresa, señor Rascacielos, es usted miembro honorario de nuestra asociación”.

Personajes populares de la Comarca
Alfredo escribió el libro Cien personajes populares de Torreón, Gómez y Lerdo, porque quería que se contaran las historias de la gente que construyó Torreón desde abajo, es decir, las personas que le pusieron los zapatos a la Comarca Lagunera. Dice que entre ellos están los albañiles, los sastres, los fontaneros, y la gente olvidada que hizo algo por la región. En su opinión, el narrador que no toma en cuenta las raíces de un pueblo no está haciendo nada.
El Rasca dice que en su libro dejó registro de muchos personajes que fueron sus amigos, y que ejercían oficios como cerrajeros o caballerangos de la clase alta de Torreón. “Incluso algunos ejemplares de mi libro llegaron a Estados Unidos, y me han contado que quienes los tienen a veces dicen: ‘Oye, vamos a acordarnos de cuando estábamos jodidos. Mira, aquí está don fulano’”.
Para lograr que se publicara su primer libro, Alfredo cuenta que tuvo que mover cielo, mar y tierra. “Iba y me peleaba al Teatro Isauro Martínez y a la Cámara de Comercio. Si uno no se pone como león, no le hacen caso. Un dócil no sirve para nada, hay que ser combativo; un poquito”.
Rascacielos no estaba de acuerdo con que el libro del centenario de Torreón sólo estuviera conformado por “gente de dinero”, él creía que personajes como el peluquero, el sastre, el vendedor, el loquito o el que junta la basura, tenían el mismo derecho de aparecer entre sus páginas, por eso quiso darles voz.
Alfredo dice que siempre ha vivido en la misma casa de la calle Torreón viejo. Sus recuerdos pertenecen  a esa ciudad que se vivió hace décadas y cuya realidad se quedó atrapada en la memoria de unos cuantos. “Yo creo aquí me voy a morir, que al cabo el panteón está cerca. Mucha gente me pregunta que por qué no me cambio y yo les digo: ¿para qué si aquí tengo todo?; aquí está la Alianza y la Iglesia de Guadalupe, si vas a cualquier parte del mundo de aquí te llevan los camiones hasta el aeropuerto. Si te quieres morir aquí nomás das la vuelta y se acabó”.
Incluso, dice que ya tiene lista la frase que irá grabada en el epitafio de su tumba (la cual también ya mandó hacer en el Panteón Municipal, donde están enterrados su mamá, su hermano y su esposa), y la frase es: “Ríete de la vida, porque la muerte viene en serio”.
Cuenta que la escribió para hacerle ver a la muerte que no le tiene miedo, sino respeto. “Ríanse de la vida no hay problema, porque cuando viene la muerte, viene en serio. Va uno a otra parte que quién sabe dónde será, a un mundo extraordinario, por ejemplo. No sé hasta dónde”.

El Lázaro viviente
El Rasca se declara a sí mismo un Lázaro viviente, hace años estuvo a punto de morir. “Ustedes no me lo van a creer. A mí me dieron por muerto hará unos 40 años, como 50 ya, por una tuberculosis que me dio”. Su voz adquiere un tono solemne cuando empieza a contar que le debe la vida a Alexander Fleming, el que descubrió la penicilina, y también a Robert Koch, el que encontró el bacilo de la tuberculosis.
“Tuve que ir hasta el Hospital General Dr. Manuel Gea González en la Ciudad de México, donde estaba la gente con tuberculosis, puros flaquitos ya moribundos. Ahí me pusieron un sello y me preguntaron: ¿Quién responde por usted?, a lo que yo contesté: Nada más yo porque soy solo, mi gente está muy lejos, en Torreón, Coahuila”. Los doctores le dijeron que era muy aventado por viajar hasta ahí en esas condiciones, a lo que El Rasca contestó muy firme: “Es que me voy a salvar señor, tengo fe”.
Alfredo dice que después su mamá, con muchos sacrificios, lo llevó a la Clínica del Norte y ahí le inyectaron una sustancia que tras ser administrada le provocó un shock: “Según cuenta la gente yo botaba como canica”, en su delirio empezó a ver una pantalla en la que se proyectaba la historia de su vida. “Luego me faltó el aire y escuché que un señor decía: ‘¡Aire, necesita aire!’, pero se oía de esta forma: “A-i-r-e,  n-e-c-e-s-i-t-a  a-i-r-e (léase como un susurro)”. Entonces, el médico le dijo a su madre: “Ya no tiene remedio, su hijo morirá en unos instantes”.
El Rasca dice que él sólo dijo para sí: “Virgen mía de Guadalupe”, y ¡pum!, en ese momento empezó a respirar y la sangre comenzó a circularle de nuevo.
Desde entonces, Alfredo lleva 49 años yendo a La villa de Guadalupe para dar gracias a la virgen por haber salido librado de aquello. “Con lo que me gano de las calaveras me voy a México; antes de ahí me iba a cualquier parte del mundo, pero ya no se puede, ahora todo está muy caro”.

Cómo nació ‘El Rasca’
Su apodo nació en un escenario. Dice que en aquel tiempo hacían fiestas en la iglesia de La Sagrada Familia, a las que él asistía disfrazado de ranchero para declamar versos. Como iba seguido a la capital se fijaba en lo que hacían allá y lo utilizaba para inventar sus propios shows. “Un día me dice un compadre mío: ‘Oye, compadre Alfredo, va a venir un cómico muy famoso de México, lo contrató la Jabonera de La Unión, vamos para ver qué le copiamos”. Alfredo le preguntó que cómo se llamaba aquella persona y el compadre le contestó: “No, es una sorpresa, hasta que estemos ahí”.
Recuerda que el lugar estaba lleno; entonces, el presentador dijo: “Damas y caballeros procedentes de toda la República, tengo el gusto de presentarles a un cómico de altura, Rascaaaaacielos”, y al igual que todos, Alfredo empezó a aplaudir; entonces, su compadre le dio una patada y le gritó: “Eres tú, baboso”. Al entender que a quien estaban anunciando era a él, tomó el micrófono y dijo: “Como ya me bautizaron, pues yo soy Rascacielos de aquí hasta que me muera”, recuerda. “Y lo estoy cumpliendo”.

Tardes del danzón
Alfredo lleva 14 años dirigiendo el danzón en Lerdo, Durango. Su canción favorita es “Nereidas”, porque con ella recuerda a toda la gente que ha conocido a través de la música y el baile. Aunque, después de pensarlo un poco, dice que también le gusta elsoundtrack de la película Candilejas (1952), que fue compuesto por Charles Chaplin.
El señor Rascacielos dice que ha vivido anécdotas muy bonitas en el danzón. Cuenta que por ahí tiene la fotografía de una niña llamada Carla. Cuando la conoció ella tenía 14 años, invidente. Alfredo dice que un domingo en el Parque Victoria la niña se acercó para preguntarle si le permitía hacer su fiesta de 15 años ahí, en el danzón: “Pues es un baile y mis papás no tienen para la música, ¿me permite hacerlo aquí?”, a lo que El Rasca contestó: “Cómo no”. A la siguiente semana la muchacha llegó muy bien vestida.
Aquella tarde, Alfredo abrió la pista con estas palabras: “Damas y caballeros, este baile está dedicado a Carlita”. El Rasca recuerda que a Carla “le sacaron fotografías, hubiera visto la alegría que le dio. Hasta se puso a cantar”.

De circos y  otros escenarios
De niño, a Alfredo le gustaba andar en los circos y conoció casi todos los que llegaban a Torreón. “A veces me decían: ‘Necesito un payasito’, y yo decía: ‘Yo le entro’, y me pintaba”. Recuerda que el primer circo callejero que conoció se instaló en el mercado Alianza, afuera de la cantina La feria. “Traían faquires, ventrículos y contorsionistas. Pero puros trucos”.
También dice que a veces iba a Gómez Palacio, donde le ofrecían papeles en obras de teatro. “Me decían: ‘Oye, se enfermó el primer actor’, y después de conocer lo que hacía ese personaje decidía si tomaba o no el papel. Una vez la tuvo que hacer de enterrador.
El Rasca dice que Miguel Ángel Ruelas (QEPD), un reconocido periodista por su labor en El Siglo de Torreón, fue su amigo, “él y yo nos criamos casi juntos y cuando acordé él ya estaba en el periódico, primero como reportero”. Alfredo dice que él le pasaba muchos datos sobre personajes para una columna que Miguel escribía: “De la vida misma”. Incluso, un día lo invitó a conocer el circo.
Alfredo se puso de acuerdo con los artistas del circo de los Hermanos Meraz, narra que un día llegó diciéndoles: “Báñense muchachos porque va a venir un reportero. Había unos travestis, un declamador, unos sketchistas, era un circo-teatro”, recuerda. Después de entrar en contacto con este ambiente, Miguel Ángel quedó encantado y le dijo al Rasca: “Qué cosa tan extraordinaria”.
“Lo metí por debajo del enlonado. Se acabó el rollo completo de la cámara porque se emocionó mucho con todo lo que encontró. A la semana siguiente se publicó el reportaje en la primera plana de la sección de Espectáculos: “El teatro de los Hermanos Meraz visto a través de otros ojos”.

De otros trotes
El Rasca cuenta que aunque muy poca gente lo sabe, él es miembro fundador de la Casa del Anciano Dr. Samuel Silva de Torreón. Narra que después de ir a darle la vuelta al mundo volvió al asilo para fungir como maestro de ceremonias de los eventos que ahí se realizaban. “Yo fui uno de los voluntarios más antiguos del lugar”.
Dice que el dinero que ha ganado con los libros se le ha ido en pagarse los viajes: “Para que no me digan, para que no me cuenten; pero no nada más yo, también iba mi mujer…, como no tuvimos hijos”.
De repente El Rasca se acerca a uno de sus roperos y de un cajón saca un montón de hojas sueltas que tiene guardadas en una bolsa de plástico: es su próximo libro. Lo tiene listo para que alguien comience a editárselo, se titula Ya no lo verán mis ojos. Cuenta que todo lo que está escrito ahí ya no lo volverá a ver. Entre los capítulos que lo integran están: El circo de la muerte, Una calesa en las calles de Torreón, Las mañanitas de abril de la Alameda Zaragoza, El cañonazo del Casino de La Laguna, La explosión de Guayuleras (1955), Teatro portátil Aurora, Los circos callejeros, El encantador de serpientes, así como El dandi y la pluma atómica. “Todos son recuerdos, yo no he copiado nada de ningún libro”, se defiende.

Domingos laguneros
Por momentos, la música del danzón es suave pero después comienza a tornarse escandalosa y envolvente. Van llegando las parejas, vienen recién bañadas, como quien llega a una fiesta. Las mujeres llevan collares de perlas de fantasía, blusas con estampado de flores, cabello recogido, el cordón del vestido bien atado.
Una niña pasa por entre las gradas con su canasta llena de dulces: semillas, mazapanes, cacahuates, todo tipo de botanas. Un padre toma a su hija pequeña de la mano y se pone a bailar con ella: tres generaciones reunidas en una misma pista de baile.
Al fondo se observa a un vendedor de algodones de azúcar: hay rosas y azules.
Una mujer baila con su bolsa al hombro, otra lleva una rosa en la mano, mientras que una tercera taconea con su abanico. Casi todos los bailarines –hombres y mujeres– llevan reloj de manecillas.
De repente llega un grupo de hombres con instrumentos; traen batería, platillos, güiro y micrófonos. Cuando han acabado de instalarse, El Rasca se levanta y los presenta; en su voz se nota el estruendo y la fuerza que imprimió a otras presentaciones en el pasado. Alza la voz y extiende los brazos. Se intuye que ha repetido ese mismo acto cientos de veces con artistas de talla y callejeros. “Con ustedes el Grupo Paaalmera, un conjunto guapachoso”, anuncia.

Cuando los bailarines regresan a sus asientos continúan con el ánimo encendido, los pies vibrantes y la juventud arrancada al pasado. Y es así como se dan cita cada domingo de 5 a 8 de la noche, en el Parque Victoria de la ciudad donde vivió el profesor José Santos Valdés, director de varias Escuelas Normales Rurales en México.