Ahí le encargo
Por Rubén MOREIRA VALDEZ
La República Árabe Saharaui Democrática vive
desde entonces una larga lucha por su libertad
Lejos, muy lejos de México, en el desierto del Sahara, toda una generación de huérfanos de la guerra no conoce su país. Viven a diario, desde hace 35 años, una interminable agonía. Son extranjeros en su propia tierra, discriminados por el régimen marroquí que los expulsó civil y militarmente.
Es la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), ubicada al noroeste de África y con cerca de un millón de habitantes. Sin embargo, en medio de las adversidades y con el inclemente desierto a sus pies, la orgullosa nación saca ímpetu de la gran fuerza colectiva, uniendo sus manos cada mañana para recibir el sol del desierto.
La trágica condición de la comunidad saharaui inició en 1975, cuando Marruecos invadió el Sahara Occidental. Tras soportar un siglo de injusticias por parte de los colonizadores españoles, la RASD registró durante los años 40 y 50 altos grados de represión y hambre. En 1963, el Rey Hassan II de Marruecos solicitó a Franco la anexión del Sahara, tierra rica en minerales y fosfatos. En 1967, la ONU planteó a España la independencia de esta nación, pero los desacuerdos entre Mauritania, Marruecos y Argelia por el territorio frenaron la iniciativa.
Fue hasta 1975 cuando el gobierno español firmó los “Acuerdos de Madrid”. El día que salieron los españoles, por el otro lado entraron Mauritania y Marruecos. La RADS es una espina en medio del África francófona y un ejemplo de una democracia moderna junto a naciones con prácticas medioevales.
El conflicto no se ha solucionado en décadas. A la RASD le asisten el derecho y la razón. Por unanimidad, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya emitió un dictamen el 16 de octubre de 1975 que demuestra la existencia de derechos, incluidos sobre la tierra, y rechaza los argumentos de Marruecos.
La República Árabe Saharaui Democrática vive desde entonces una larga lucha por su libertad. El alto al fuego vigilado por la Misión de las Naciones Unidas para el referendo en el Sahara Occidental, que el 29 de abril de 1991 estableció el Consejo de Seguridad de la ONU, abrigó una esperanza para resolver el conflicto. Ésta se desvaneció, pues la disputa se encuentra en un larguísimo “impasse” por la contundente negativa de Marruecos a aceptar el referéndum libre que apoyaba la mayoría de las naciones miembros. El proceso de paz se encuentra estancado, pero los saharauis no abandonan la búsqueda de su independencia total.
Las presiones marroquíes han impedido la autodeterminación de la RASD, como lo ha descrito Amnistía Internacional.
La gran mayoría de los saharianos viven en precarios campos de refugiados en territorio argelino, organizados por el Frente Polisario (Movimiento de Liberación del Sahara Occidental) para reclamar su legítimo derecho a la autodeterminación y el territorio que les pertenece. Aunque distante, poco conocido y a pesar de la brutalidad del colonialismo, es un pueblo con gran dignidad y constituye uno de los más grandes ejemplos de solidaridad y fortaleza social; un pueblo sin hambre y en donde las mujeres son el principal motor de su comunidad.
Pero lo peor acaba de suceder. Hace unos días, Marruecos asestó un golpe sangriento al atacar y desalojar un campamento saharaui. El saldo fue brutal: 18 muertos, 723 heridos y 159 desaparecidos. La comunidad internacional ha guardado silencio. La ONU tampoco se ha pronunciado al respecto. Disimulo, a veces convertido en complicidad, que condena a ese pueblo a seguir viviendo un exilio obligado.
Miles de saharianos habitan en tierras ajenas; tierras prestadas, áridas y agrestes del desierto de Argelia. Reciben ayuda internacional para poder sobrevivir, pero les falta lo más importante: su libertad.
Los saharaui caminan por el desierto en busca de la muy escasa lluvia. Por eso lo llaman con el hermoso nombre de “El pueblo de las nubes”.
rubenimoreiravaldez@gmail.com
Rubén Moreira Valdez es diputado federal del PRI y presidente de la Comisión de Derechos Humanos en el Congreso de la Unión.