En lo que va del Siglo XXI el gobierno federal no le ha podido
dar a los ciudadanos ni seguridad pública ni certeza política, tal es la
realidad que padecemos los mexicanos y de lo que nos habla el articulista René Delgado Ballesteros en la entrega de su columna Sobreaviso correspondiente al sábado 15 de
octubre del presente año. Delgado es colaborador de varios medios entre
otros los pertenecientes a Grupo
Reforma,
así como El
Siglo de Torreón
de cuyo portal en internet tomamos el presente texto.
Durante
dieciséis años, tantos como lleva el siglo, el gobierno no ha podido dar
seguridad pública ni certeza política a la ciudadanía. Tan simple y tan grave
como eso.
La alternancia
del priismo y el panismo en el Poder Ejecutivo no le ha significado a la
ciudadanía una alternativa. Gane uno u otro, el resultado final es el de la
incertidumbre política y la ausencia de gobierno. Gane uno u otro, la fiesta
del crimen persiste, a veces, incluso amenizada por la orquesta de las
policías, enajenándole -robándole, podría decirse- a la sociedad hasta la
capacidad de asombro frente a la tragedia de cada día.
A ese déficit se
agrega otro ingrediente tan nocivo como los otros: la corrupción. La alternancia
sin alternativa provoca la voracidad sobre los recursos públicos. Ante la
posibilidad de no repetir, la ocasión es una y, entonces, hasta para robar se
ha perdido el estilo.
Desde luego, los
partidos disocian los problemas, niegan los vasos comunicantes entre ellos.
Rechazan que la falta de gobierno favorezca al crimen y, a la vez, genere
bandas de funcionarios ansiosos por llenarse los bolsillos.
Hoy, el
agravamiento de la situación perfila la crisis sexenal sufrida infinidad de
veces.
***
El expresidente
Ernesto Zedillo detectó, hacia la segunda mitad de su mandato, el problema.
La poco
estudiada alternancia en el Poder Legislativo (1997) inauguró la era del
gobierno dividido: el Poder Ejecutivo en manos de un partido y el Poder
Legislativo en manos de otro u otros partidos. El beneficio supuesto no se dio.
La división no arrojó un sano equilibrio entre los poderes y, por lo mismo, se
desvaneció la confección de acuerdos que le dieran perspectiva al país, a
partir de una acción concertada de gobierno. La inmadurez de los partidos,
fortalecidos artificialmente y enriquecidos con las prerrogativas, y la
mezquindad de sus dirigentes por encontrar, en la circunstancia, la posibilidad
de cristalizar su ambición y aspiración personal, vulneró la hipótesis.
Ese descuadramiento,
inserto en la crisis financiera, social y política heredada por el salinismo,
desestructuró la política de seguridad y fortaleció al crimen organizado. Ahí
encontró su origen la Policía Federal Preventiva, cuyo concepto, diseño y
desarrollo original, apenas duró el resto del sexenio zedillista.
***
Desvirtuada la
oportunidad del gobierno dividido, tres años después se dio la otra
alternancia, la
del Poder Ejecutivo.
Giro en la
historia nacional que Vicente Fox redujo a una cuestión de turno, sin
interesarse en convertir esa alternancia en una alternativa, dando lugar a un
nuevo régimen político. Con sacar a los priistas, el viejo régimen
resplandecería. No fue así, salieron los priistas, no entraron los panistas y
Vicente Fox hizo de la popularidad el colmo de su dicha en Los Pinos, un rancho
sin sembradíos.
A su vez, los
gobernadores priistas pasaron del sentimiento de orfandad que les dejaba ya no
contar con uno de los suyos en la Presidencia de la República al júbilo de ya
no tener por qué responder de su actuación a un poder central. Celebraron el
neocaciquismo regional y la balcanización de la política. En el
desvertebramiento del poder central sin figurar otro, el crimen halló nuevos
espacios y, no sólo eso, en más de un gobernador encontró un nuevo socio.
Aunado a ello, el factor externo en el campo de la seguridad -el atentado
contra las Torres Gemelas- cambió por completo el mapa, la mecánica y la
dinámica del crimen nacional y transnacional. Y, además, la voracidad del grupo
en turno en el poder se desató. Si permanecer no era seguro, ni modo de perder
la oportunidad de enriquecerse.
***
Llegó, entonces,
el turno de Felipe Calderón.
Un político de
talla chica, receloso y desconfiado que, por lo mismo, nunca comprendió por qué
llegó a cruzarse al pecho la banda tricolor. Carecía de legitimidad y el crimen
organizado, a su parecer, le ofrecía el rostro del enemigo común que, al
declararle la guerra, favorecería la unidad nacional en su entorno.
Renunció a la
política y se fue a la guerra sin conocer al enemigo, haciendo de la ocurrencia
su estrategia; reduciendo la investidura presidencial a la casaca de un
comisario, diestro en dar palos de ciego; y haciendo del campo de guerra,
laboratorio de ensayos de la DEA. Asumido el rol, ni atención le prestó al
súbito enriquecimiento, vaya que había petrodivisas, de más de un colaborador.
Boyante el
crimen y la corrupción, ni luces del gobierno.
***
La expectativa
generada por Enrique Peña Nieto duró poco: dos años a lo sumo.
Después de darse
el marco jurídico para emprender las reformas estructurales, el gobierno no
sólo no apareció... sino desapareció. No supo esclarecer los señalamientos de
corrupción que recaían sobre la cabeza y los miembros de la administración, no
supo frenar la violación de los derechos humanos, no supo calibrar la
resistencia frente a las reformas y, en el colmo de la adversidad, el entorno
económico lo vulneró. Incluso, el logro de cambiar la percepción de la
inseguridad se desvaneció ante el peso de la necia realidad.
Hoy, de nuevo,
al panorama lo pinta la incertidumbre política, la fiesta del crimen, el
hartazgo frente a la corrupción y, algo más, el diseño del recorte presupuestal
a partir no sólo de la emergencia económica sino de la urgencia
político-electoral en puerta.
El gobierno no
aparece y la administración de los problemas se tropieza.
***
Resurge el
clamor de acotar el crimen y la corrupción, de dar certeza. Dieciséis años
después, no pueden responder sacando nuevos o viejos trucos de la chistera del
engaño. El país reclama rediseñar el régimen en su conjunto, sólo así se
repondrá el horizonte.
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