Roberta Garza |
Hay un asomo de justicia poética
en lo que sucede en Oaxaca y Guerrero. Nada que a nadie deba darle gusto: las
prácticas de esos porros extorsionadores disfrazados de maestros son ejemplo de
los usos y costumbres que arrastran una y otra vez a México al abismo. Pero la
maldita memoria se empeña en señalarme dos cosas: una, que los operadores del
gobierno de Enrique Peña Nieto fueron, en el sexenio pasado, quienes mejor
boicotearon las pocas y pobres iniciativas de la administración de Calderón en
cuanto a reformas
—en una versión mucho más astuta
de ese famoso “que se hunda Pemex, ya lo rescataré cuando sea presidente” de
López Obrador— y, dos, que los mayores obstáculos —corrupción, corporativismo,
ilegalidad, extorsión, demagogia y ausencia de una ciudadanía crítica— a la
prosperidad del país fueron concebidos, gestados y acunados, en los inicios de
nuestra historia moderna, desde el seno del PRI.
Sí, es cierto que ese PRI de
antes, el autoritario, el censor, el de los fraudes patrióticos y demás, no
existe más que agazapado en las filas de Morena. Pero no deja de ser notable
que los mecanismos que éste dejó, los que con mayor fuerza se oponen a la
entrada del país al concierto de las naciones civilizadas, hoy con Peña Nieto
en la batuta, se hayan enseñoreado en México gracias a los ancestros políticos
del mismo Peña Nieto: en el ejemplo que nos atañe los sindicatos nacionalistas
y revolucionarios no fueron originalmente diseñados para defender los intereses
de los trabajadores, ni para lograr la pujanza de sus industrias insignes, sino
para apuntalar a través del despliegue de masas —léase marchas, vandalismo,
mapacheo y plantones— a esa dictadura perfecta que le granjeó un perentorio te
vas sin comer a Vargas Llosa. La salvedad es que con la llegada de una
democracia hasta cierto punto genuina los aprendices de brujos, viendo que
nadie los mandaba pero tampoco retaba, decidieron apuntalarse solos: su músculo
ya no le sirve al desaparecido poder central, sino a los propios
líderes porros que saben que
tienen a cualquier prototípico político mexicano, medroso y electorero, de los
tanates.
La disyuntiva para Peña Nieto
está clara: no hay elbazo que valga. O desmantela desde la raíz esos mecanismos
perversos o los golems de sus ancestros seguirán mordiéndole la cola, a él o a
cualquiera que se siente en la silla de este país maldito; maldito por haber
sido hecho a imagen y semejanza de la vieja dictadura tricolor.
Karma’s a bitch, baby.
Twitter: @robertayque