El 17
de septiembre de 1913 el Senador Belisario
Domínguez pronunció un discurso
histórico en contra del usurpador Victoriano
Huerta, mismo que habría de costarle la vida,
sacrificado en el Ara de la Patria. El Doctor puso muestra de dignidad, valor y sacrificio
actitudes que son impensables en políticos de nuestra época y que en los cargos
de representación sirven a los intereses propios y los de sus partidos, nunca a
los del pueblo. Recuerdo ese acontecimiento a unos días de que se cumplan 104
años de que ocurrió.
Señor
presidente del Senado:
Por
tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la Patria, me veo obligado a
prescindir de las fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted se sirva dar
principio a esta sesión, tomando conocimiento de este pliego y dándolo a
conocer enseguida a los señores senadores. Insisto, señor Presidente, en que
este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque
dentro de pocas horas lo conocerá el pueblo y urge que el Senado lo conozca
antes que nadie.
Señores
senadores:
Todos
vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por don
Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión el 16 del presente.
Indudablemente,
señores senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el
cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar,
señores? ¿Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres
ilustrados que se ocupan en política, que están al corriente de los sucesos del
país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a
la nación mexicana, a esa patria que confiando en vuestra honradez y vuestro
valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses.
Corresponder
a la confianza con que la patria la ha honrado, decirle la verdad y no dejarla
caer en el abismo que se abre a sus pies.
La
verdad es ésta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no
se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual
de la República, es infinitamente peor que antes: la Revolución se ha extendido
en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México,
rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase
depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la
República amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y ocultando
sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos
arrasados y, por último, el hambre y la miseria en todas sus formas, amenazan extenderse
rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria.
¿A
qué se debe tan triste situación?
Primero,
y antes de todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por
Presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó
del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la presidencia
fue asesinar cobardemente al presidente y vicepresidente legalmente ungidos por
el voto popular; habiendo sido el primero de éstos, quien colmó de ascensos, honores
y distinciones a don Victoriano Huerta y habiendo sido él, igualmente, a quien
don Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantables.
Y
segundo, se debe esta triste situación a los medios que Victoriano Huerta se ha
propuesto emplear, para conseguir la pacificación. Estos medios ya sabéis
cuáles han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres,
familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno.
"La
paz se hará cueste lo que cueste", ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis
profundizado, señores senadores, lo que significan esas palabras en el criterio
egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? Estas palabras significan que don
Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir
de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda
la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia,
ni derrame una sola gota de su propia sangre.
En
su loco afán de conservar la presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo
otra infamia; está provocando con el pueblo de Estados Unidos de América un
conflicto internacional en el que, si llegara a resolverse por las armas, irían
estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes a
las amenazas de don Victoriano Huerta, todos, menos don Victoriano Huerta, ni
don Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma
de la traición, y el pueblo y el ejército los repudiarían, llegado el caso.
Esa
es, en resumen, la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que
nuestra ruina es inevitable, porque don Victoriano Huerta se ha adueñado tanto
del poder, que para asegurar el triunfo de su candidatura a la Presidencia de
la República, en la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de octubre
próximo, no han vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los
estados, quitando a los gobernadores constitucionales e imponiendo gobernadores
militares que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas
ridículas y criminales.
Sin
embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber
la representación nacional y la patria está salvada y volverá a florecer más
grande, más unida y más hermosa que nunca.
La
representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a don
Victoriano Huerta por ser él contra quien protestan con mucha razón todos
nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente, por ser él quien menos
puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Me
diréis, señores, que la tentativa es peligrosa porque don Victoriano Huerta es
un soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo
aquél que le sirve de obstáculo. ¡No importa, señores! La patria os exige que
cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder
la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reina la paz en la
República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un
hombre que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado
presidente de la República, hoy que veis claramente que éste hombre es un
impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la
ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Penetrad
en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿Qué se diría a la
tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar
proceloso, nombrara piloto a un carnicero que, sin ningún conocimiento náutico
navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber
traicionado y asesinado al capitán del barco?
Vuestro
deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis
cumplirlo.
Cumpliendo
ese primer deber, será fácil a la representación nacional cumplir con los otros
que de él se derivan, solicitándose enseguida de todos los jefes
revolucionarios que cesen toda hostilidad y nombren sus delegados para que de
común acuerdo, elijan al presidente que deba convocar a elecciones
presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad.
El
mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional
Mexicano, y la patria espera que la honraréis ante el mundo, evitándole la
vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino.
Dr. Belisario Domínguez
Senador por el estado de Chiapas
17 de septiembre de 1913