Hace 31 años, el 19 de septiembre de
1985, un sismo sin precedentes sacudió a la Ciudad de México echando
por tierra edificios emblemáticos y muy altos. El fenómeno telúrico fue sufrido
por nuestra colaboradora Lilia
Margarita Rivera Mantilla y
su familia, quien escribió una crónica del simulacro con que se recordó el
temblor. En esa fecha el gobierno de la República fue rebasado por la situación
de emergencia, lo que obligó a la sociedad civil a meterse de lleno a las
labores de rescate y de reconstrucción. El titular de ese gobierno que se quedó
pasmado ante la situación de emergencia era Miguel de la Madrid Hurtado. Ese día Jacobo
Zabludovsky fue
el protagonista de una demostración memorable de profesionalismo al olvidar su dolor
y congoja al ver desplomada la que por muchos años fue su casa de trabajo. El
conductor se sobrepuso y aunque con el ánimo aplastado por el horror, narró
momento a momento la tragedia. Al paso de los años, señala Lilia, poco o nada fue lo que aprendimos los mexicanos.
¡¡Alerta,
sísmica!! ¡¡Alerta sísmica!! ¡¡Alerta sísmica!!
Devastación en el reputado Centro Médico del Seguro Social. |
Así se escuchó
esta mañana, a las once en punto, la alerta para el simulacro de un terremoto
8.1. Como cada año, los recuerdos dolorosos, angustiantes, inquietantes. Desde
ese día a la fecha, cada sacudida en el piso, por leve que sea, nos pone en guardia;
no sabemos qué nos espera, no tenemos idea de cuánta vaya a ser la gravedad que
traiga aparejada ese fenómeno: el que la tierra nos recuerde que se mueve,
simplemente cuando le venga en gana.
¿Aprendimos algo
de tanta muerte, de tanta desolación, de tantos añicos, de ver fierros
retorcidos, edificios convertidos en pasteles de varias capas aplastadas por el
manotazo de un gigante? Me da pena decirlo, pero no. Cada día que pasa, se
talan más árboles para construir otros de concreto de treinta, cuarenta, o más
pisos. Zonas cuyo suelo es fangoso, tienen encima edificios de varios estilos y
tamaños. ¡Ah! Cómo nos gusta jugar con Dios a las vencidas.
Ahora
recordemos:
El
Laberinto de los Ingenieros
Hace ya tiempo
que no paso por allí. Pero recuerdo muy
bien el antiguo edificio de Minería 145
sede de esa impresionante empresa constructora que era el grupo ICA en los
primeros años de la década de los setenta...del siglo pasado. Para mí, tenía la
forma de una herradura o de la letra omega, formas con las que también alucino
al estado en que nací: Coahuila.
Edificio de la constructora Ingenieros Civiles Asociados. En su interior se ubicaba el laberinto de los ingenieros. |
Al ver de frente
su fachada, la entrada principal quedaba en el centro del edificio, por ahí se
iba directo a la Presidencia del grupo. Por ejemplo, el área donde yo trabajaba
estaba en el extremo derecho, digamos que en la “patita” de la omega de ese
lado; la Vicepresidencia de Construcción Urbana, creo recordar, estaba en el
tercer piso. Sin embargo, el área de las oficinas en donde se encontraban
funcionarios de alta jerarquía tenía una puerta que daba acceso a escaleras y
pasillos que conducían directamente a la Presidencia. Las personas facultadas
para usar esta especie de pasadizos secretos se dirigían o salían del centro de
su objetivo sin tener que encontrarse, verse y saludarse cuando, a lo mejor, ni
lo deseaban. Me imagino que todos aquellos ajenos a la empresa desconocían esa
especie de laberinto que había al interior del edificio.
Lo que fuera parque de beisbol y que en 1985 se utilizó como morgue, hoy es el terreno comercial en el que se yergue el centro comercial Parque Delta. |
Nunca recorrí el
laberinto interno del edificio de ICA mientras estuve trabajando en ese lugar.
Sólo una vez lo hice en sueños: Corría presurosa y angustiada por escaleras y
pasillos, abría puertas buscando a alguien en especial, por fin empujaba una y
un grupo de hombres me miraban intrigados por la interrupción. ¡Qué vengan los
ingenieros! gritaba, con el miedo hecho nudo en la garganta.
Entonces, me
despertó la voz de mi esposo que alarmado me ordenaba: “Lilia, levántate, está
temblando muy fuerte”. De un golpe, salté de la cama mientras él tomaba a
nuestro pequeño hijo en brazos. Corríamos rumbo a la puerta de salida de nuestro
departamento. Veía horrorizada como caían lámparas al piso, pensaba que los
muros se abrirían y que los muebles saldrían volando para caer al vacío.
Eran las 7 de la
mañana con 20 minutos del jueves 19 de septiembre de 1985.
Secretaría de Comunicaciones y Transportes. |
Salimos al
pasillo donde se ubica aún nuestro departamento, y todos los vecinos se
encontraban en el quicio de sus puertas con la sorpresa y el miedo alterándoles
el rostro.
Por fin paró.
Entramos cada quien a sus respectivas casas. No teníamos idea de lo que había
ocurrido. Corrí a encender la televisión; para mi esposo no era algo común lo
que acababa de ocurrir, pero no había luz eléctrica. Encendimos un radio con
pilas que, extrañamente, se había quedado sintonizado en la W, estación que
casi nunca escuchábamos. Y nos enteramos de la magnitud de la tragedia. Con la
voz demudada por el horror, el locutor contaba toda la destrucción que había
visto a su paso cuando se dirigía a la W para iniciar su noticiero de todos los
días.
Uruapan e Insurgentes en la Colonia Roma del ex Distrito Federal. La escena de devastación se mantuvo durante va rios meses. |
Y luego Jacobo
Zabludovsky inicia su célebre crónica de aquella mañana que dejó herida de
muerte a nuestra ciudad. El inamovible Zabludovsky llorando al ver en el suelo
su casa de trabajo de casi toda la vida.
Hoy, 19 de
septiembre de 2016, a las 11:00 de la mañana en punto, sonó la alarma sísmica
durante un minuto. Y volvieron los recuerdos dolorosos, y se me enchinó la piel
de todo el cuerpo, se me estrujaron el estómago, el corazón y todo lo que pueda
tener de estrujable en las entrañas.
Y recordé que
hace treinta y un años, en las labores de rescate y de reconstrucción de
nuestra hermosa ciudad, se reconoció el desempeño y eficiencia de los
ingenieros mexicanos, así como el prestigio de la Facultad de Ingeniería de la
Universidad Nacional Autónoma de México y, de igual manera, el del Instituto
Politécnico Nacional, entre otras escuelas.