Lo normal en una sociedad
machista como la mexicana es que juzguemos desde una posición hipócrita y de
superioridad moral a quienes son diferentes en sus preferencias sexuales motivo
por el que resulta extraordinaria la manera de actuar de personas como Lilia
Margarita Rivera Mantilla, quien en el presente texto nos habla de homosexualidad,
tolerancia, yoga kundalini, cine y de como el llamado cáncer rosa o Síndrome
de Inmuno Deficiencia Adquirida o SIDA mató a tantos, de terror. En la actualidad el VIH sigue siendo una pandemia
aunque cada día un mayor número de personas de alto riesgo vive abiertamente su
sexualidad pero se informan y protegen para proteger su salud y llevar una vida
con decoro y dignidad.
Afortunadamente no todo es desolación en los
hospitales del sector salud en México.
Así pensaba ese mediodía cuando esperaba, entre
paciente y derrotada, el momento en que me tocara el turno para pasar a
consulta. A pesar de la medicina homeopática y de seguir rigurosamente la dieta
prescrita por el médico, había decidido que me operaran para que me extirparan
la vesícula biliar. Ya me habían dicho dos médicos que sería algo muy sencillo,
que no me arriesgara a que se presentara un cuadro más grave, que el cálculo
nunca se iba a desbaratar. Me convencieron. Y allí estaba yo en ese lugar
cuando podría estar ejercitando cuerpo, mente y alma en mi clase de yoga
kundalini.
Me encontré ese día con un buen número de personas
que esperaban ser recibidas por el médico en turno. Algunos buenos pacientes,
otros muy impacientes. Pocos como yo, indiferentes pero enojados consigo mismos
por ser tan estúpidamente mortales como para necesitar una operación.
Vitral Quinto Sol IMSS 2 |
Es un vitral de fuertes colores: rojo, amarillo,
azul y blanco que iluminan las figuras que representan; en el centro del mismo,
al sol en general, y en cada extremo el sol del oriente y el sol del
poniente. Me concentré en la imagen del
vitral y en sus colores que eran traspasados por la luz natural del sol; me
olvidé que estaba en un lugar al que había llegado sintiéndome como chivo rumbo
al matadero, y empecé a sentirme un tanto hipnotizada por figuras y colores,
como si estuviera meditando ante un mandala.
Me despertaron las voces de algunas enfermeras que
llamaban en voz alta a los pacientes a quienes, por fin, había llegado la hora
de pasar a su respectiva consulta.
Impaciente, me puse de pie y me dirigí al barandal
del pasillo, desde allí se puede ver toda el área de consultorios. Pero mi
vista se dirigió hacia abajo, hacia la entrada del hospital. Y pude ver como un
hombre aún de apariencia bastante juvenil, entraba partiendo plaza por el
centro del vestíbulo. Saludaba alegremente si se topaba con alguien a quien,
seguramente, ya conocía. Llevaba una pequeña bolsa tipo mochila colgando de un
hombro; a diferencia mía, subió con agilidad las escaleras y al llegar al piso
donde yo también me encontraba, giró con seguridad a su izquierda, al lado
contrario del pasillo en donde yo esperaba entrar a revisión. Y entonces lo vi
acercarse a donde se encontraba un grupo
de hombres. Sí, la mayoría eran hombres. Muchos entre sus treinta y cincuenta
años, podría asegurar que no vi mujeres, no en ese momento en que apenas me había llamado la atención ese grupo
de pacientes tan singular.
Decidí dirigirme hacia allá, al pasillo opuesto. Con
seguridad y naturalidad fingidas, y aprovechando mi uniforme blanco de yoga
–ilusamente pensé que mi cita sería respetada en tiempo y que llegaría a la
hora justa a mi clase, así es que iba vestida de impecable color blanco-, actué
como si fuera una trabajadora de ese hospital para que no fueran a pensar que
andaba haciendo una investigación morbosa, lo cual, efectivamente, así era.
Pasé junto al grupo. De manera atenta pero disimulada, me fijé en el letrero
que avisaba de la clase de tratamiento médico que se daba allí. Fueron ciertas
mis sospechas. Allí se seguía el estado de salud de los pacientes infectados
con el virus de inmunodeficiencia humana, VIH; portadores del virus, pacientes
con la enfermedad declarada, pero de pie, dispuestos a luchar.
Y sentí una mezcla de alegría y tristeza infinitas.
Alegría por estos hombres que sin tapujos, sin fingimientos venían a este
hospital, a la luz del día, a la luz de ese sol que se filtraba a través del
vitral para que, con todo derecho, se les ayudara a recuperar su salud, así
como yo estaba dispuesta a recuperar la mía, la cual también se había alterado
por no saber contener ni la boca ni las emociones.
Pedro Infante en el gimnasio. |
Han transcurrido siete años desde aquella mañana en
que contemplaba el vitral del Quinto Sol. Este sábado 27 de junio de 2015 se ha
celebrado la marcha anual del orgullo lésbico-gay, y no puedo dejar de comparar
lo que hoy se vive “gayly”, alegremente, con aquellos años de ansiedad, miedo y
profunda desolación.
La tristeza me hacía punzar el corazón al recordar a
todos aquellos que fallecieron cuando se declaró la epidemia del mortal SIDA.
Yo supe de esa nueva enfermedad que estaba atacando ya a un preocupante número
de personas, pero que la comunidad científica no acertaba a definir su origen,
en los primeros meses de 1982. Tres años después el mundo se empezaba a enterar
de los primeros muertos famosos a causa de esta enfermedad, y el terror se
apoderó de muchos.
Y pienso que de eso fallecieron tantos. De terror.
La gran mayoría de los infectados, el grupo de alto
riesgo, fueron los hombres homosexuales. Muchos con sus cadáveres guardados en
el armario: homosexual de clóset. Ya bastante neurosis, angustia, desazón,
pánico les habían acompañado a lo largo de su vida al sentirse señalados por su
perversa desviación, cuánto habían sufrido para fingir bien el papel de machos
y que no se les fuera a condenar al ostracismo, y ahora esto que no solo los
iba a exhibir, a denigrar sino hasta a matar de una manera atroz y humillante.
Y pienso en la ignorancia y en la doble moral que
siempre se enseñorean en la mayoría de los inquisidores. Y recuerdo a un buen
médico que me contaba con tristeza de un amigo suyo que había muerto de sida
por contagio de sangre infectada al recibir una transfusión, inmediatamente me
aclaró cómo había sido su mala suerte porque él no se había contagiado por
perversión. ¿Cuál perversión? Prácticas sexuales con parejas del mismo sexo.
Bien, entendido.
Y reflexiono. Homosocialidad y homosexualidad ¿qué
tan diferentes son? ¿Qué tan delgada o gruesa la línea que las divide?
Luís Aguilar y Pedro Infante en una escena de A Toda Máquina. |
Solamente toleramos la homosexualidad abierta cuando
quien la ejerce se caricaturiza. Aguantamos al cómico que se trasviste o que
actúa con ademanes afeminados para hacer burla del jotito del barrio, que es el
estilista de señoras, modisto de señoras, bailarín de cabaret y hasta de danza
clásica. Mientras sea vodevil está bien, en la vida formal, impensable.
Desde que era niña he visto incontables veces las
películas que protagonizaron Pedro Infante y Luis Aguilar: ATM, A Toda Máquina,
y Qué Te Ha Dado Esa Mujer. Ahora consideradas como películas donde se muestra
la vida cotidiana de un par de hombres de apariencia totalmente varonil pero
con actitudes (no maneras) homosexuales. Compartían, se querían, se celaban, se
peleaban y alejaban a las mujeres que se interponían entre ellos, entre su
relación de cuates, de homosocialidad. Luis y Pedro prototipos del machismo
misógino en una franca actitud homosexual. Sin embargo, Sergio de la Mora, investigador
de la Universidad de California y autor del libro Cinemachismo, cuenta que
Pedro Infante estaba consciente y dispuesto a protagonizar esta clase de
historias. No le rehuyó a la idea de interpretar a un hombre que,
inexplicablemente, empieza a tener más que simpatía, atracción física, por otro
supuesto hombre como sucede en Pablo y Carolina.
Y veo la diferencia de criterio con que fueron
tratados Oscar Wilde y Elton John. El primero condenado hace un siglo a pasar
dos amargos años encerrado en la prisión de Reading acusado de sodomía por sus
relaciones con Lord Alfred Douglas. Elton John condecorado Sir en 1999 por la
reina Isabel II de Inglaterra por sus aportaciones a la música moderna en el
mundo. Casado legalmente con David Furnish.
En México, en la actualidad, Juan Gabriel famoso por
su fingida vida heterosexual pero ademanes afeminados, afectados, gana millones
de pesos mientras jotea (así tal cual) libre y descaradamente por el escenario.
Y recuerdo a otros dos hombres del cine de mi época de niña: Arturo de Córdova
y Ramón Gay. Ambos varoniles, apuestos, finos, cosmopolitas. Llevaban una relación oculta amorosa,
apasionada y de gran fidelidad. Ramón Gay apoyado y protegido por de Córdova.
Ramón Gay, irónicamente, muere asesinado en 1960, a
manos del esposo de Evangelina Elizondo, quien tenía celos de él al sospechar
que su mujer vivía un romance con Gay. Lo mata a balazos cuando éste pasa a
recoger su auto que había dejado en la puerta de la casa de Evangelina; al
estarse despidiendo llega José Luis Paganoni quien dispara varios tiros sobre
el actor.
Arturo de Córdova se une, sin matrimonio, a Marga
López en 1964. Desde ese momento permanecen juntos hasta la muerte de Arturo de
Córdova. En 1967 sufre una embolia cerebral que le paraliza el lado izquierdo
del cuerpo, lo cual acelera el deterioro de su salud para morir en 1973 a causa
de un accidente cerebro vascular.
¿Por qué vivir junto a Marga López? ¿Un acuerdo para
seguir ocultando su homosexualidad? Fingimiento que tal vez provocaba esa actitud
neurótica, colérica y afectada en los personajes que interpretaba, de a veces cruel indiferencia hacia los
papeles que actuaban sus compañeras de escena.
Aún quedan hombres y mujeres que viven a escondidas
su verdadera sexualidad, todavía hay temor al señalamiento inquisidor. Pero
muchos han decidió vivir abiertamente, de cara al sol. Sigue el contagio del
VIH por transmisión sexual. Pero ese ya es una especie de suicidio. La
información sobre cómo protegerse existe para todos los que quieran conservar
la salud.
Este día vuelvo a concentrarme en el recuerdo del
vitral de Salvador Pinoncelly. Imagino y siento los colores: rojo, amarillo,
blanco y azul, y creo mandalas que se esparcen por los pasillos, escaleras y
vestíbulo del Hospital Carlos McGregor del IMSS. Deseo creer que esa luz que se
filtra por el vitral ha ayudado a sanar a tod os los que acuden en busca de
auxilio. Vi hombres dispuestos a luchar por su vida. Estoy con ellos.
Lilia Margarita Rivera
Mantilla
Junio de 2015. México,
Distrito Federal