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22 de junio de 2015

Historia de una pasión


Lilia Margarita
Rivera Mantilla
El pasado domingo 21 de junio Lilia Margarita Rivera Mantilla y yo compartimos estos comentarios a propósito de la celebración del Día del Padre y la manera como influyeron en ella y en mí Alfredo Rivera Eduardo Elizalde Escobedo, durante muchos años reporteros destacados en El Siglo de Torreón y en La Opinión “Diario de los Laguneros desde 1917”. Desde mi punto de vista la celebración del Día del Padre carece de significación, pues si el padre como la madre son los que nos dieron el ser, son merecedores de que los tengamos presentes durante todos los días de nuestra vida y recordando que padre no es el que engendra, sino el que mantiene, protege, forma y trasmite valores a quienes conforman su descendencia.

A veces me preguntan: “Lilia, ¿cómo se aprende a escribir? Muy sencillo, respondo: escribiendo.
Y empiezo a recordar desde cuando está mi vida ligada a la palabra impresa, tal vez desde tiempos inmemoriales. Pero mi memoria me lleva a la pequeña imprenta al lado de mi casa. Nuestros patios colindaban. En la noche era más fuerte el ruido de la prensa, hasta la cuchilla cortando el papel en diferentes tamaños se alcanzaba a escuchar con claridad. También, allí era la casa de los únicos vecinos que teníamos en toda la cuadra. Vivíamos en el centro de la ciudad, y la manzana en donde quedaban nuestras casas estaba, casi en su totalidad, ocupada por locales comerciales. Pablo Lara, sus papás y sus hermanos fueron nuestros amigos y vecinos por muchos años, así es que siempre deambulamos de una casa a la otra con mucha naturalidad. Me era tan familiar ver al señor Lara y a sus empleados operando la prensa y ordenando los alteros de papel listos para entregar.
Alfredo Rivera
Martínez
Dicen los que dicen que saben de escribir, sobre todo los dedicados a las artes gráficas, que cuando te has manchado de tinta las manos, ya con nada la podrás borrar. Tal vez eso me sucedió a mí. Un día, cuando era una niña, entré al cuarto de redacción de El Siglo de Torreón, me llevó mi papá. Me dejó sentarme en su escritorio y usar su máquina de escribir. Una vieja máquina negra de teclas duras y pesadas. Y empecé por escribir el nombre de mi maestra, después el mío, les siguieron pequeñas oraciones. Al principio todo quedaba enlazado sin separación, llegó mi papá y me explicó el uso de la barra espaciadora; y empezó la historia. Es muy sentenciadora y fatalista la idea de que infancia es destino, pero cómo no enlazar todas estas circunstancias de mi vida.
Aún hoy siento una especie de rinitis cada vez que recuerdo el olor de la tinta de la sala de prensas de ese inolvidable periódico, y las manos se me mancharon de grasa entintada aquella ocasión en que uno de los operadores me regaló mi nombre impreso en una pequeña placa metálica: Margarita Rivera. Me sentí tan importante.
Recuerdo el día de recién ingreso a la secundaria con las monjas de la Orden del Verbo Encarnado; cuando nos explicaron que dentro de nuestro paquete de materias irían taquigrafía y mecanografía, dos materias muy propias para “señoritas”, y nos gustaran o no, de cualquier forma nos las tendríamos que envainar. Siempre he dicho que escogí el oficio de secretaria porque era una buena opción de carrera MMC (Mientras Me Caso), pero ahora haciendo todas estas reflexiones, creo que era ya como una cuestión de piel.
Tal vez cuando Miss Vera nos mostró cómo deberíamos usar de forma práctica y correcta nuestra libreta de taquigrafía, yo me quedé prendada de ese cuadernito porque veía la libreta de apuntes de mi papá, no la de dictado de una futura secretaria. Y encima de eso, una libreta para escribir signos a descifrar como las claves en que escribía sus apuntes mi papá, y que después se convertirían en toda una nota periodística. La máquina de escribir no sería problema para mí, mis frágiles dedos ya estaban acostumbrados a aporrear la que había en casa. Quién lo diría, estas dos materias tan femeninas me llevaron a abrir las puertas de mundos nuevos e interesantes que nunca imaginé que existirían.
Ahora creo que ya escribo un poco mejor. Golpeo y golpeo las teclas del tablero de mi computadora. Tengo un celular con teclado resaltado, el cual me fascina oprimir, no me gustan los que se deslizan suavemente al tacto. Puede ser que aquí se compruebe como cierta la teoría de los mudras en la disciplina del yoga, la presión en las yemas de los dedos estimula terminales nerviosas que traerán muchos beneficios corporales, sobre todo cerebrales.
¿Es infancia destino? ¿Será cierto que las cosas no suceden porque estén predichas, sino que están predichas porque van a suceder? Sabrá Dios. Yo aún recuerdo las noches calurosas de verano, sentada en una mecedora del patio de mi casa, contemplando impasible el cielo estrellado, meciéndome lentamente en aquella silla de fierro, dejándome arrullar por el sonido de la prensa de la imprenta de al lado, y el olor de la tinta era absorbido por el bendito perfume invasor de los jazmines y las resedás que crecían orgullosos en los macetones que rodeaban el lugar.
Niña con las manos entintadas; cincuenta años después, una mujer con la voz en tinta.
Lilia Margarita Rivera Mantilla
México, Distrito Federal, 2013.
La profesión más hermosa

Juan Elizalde Lara
La sentencia es verdad Lilia: infancia es destino y desde que nacemos estamos predestinados a vivir determinadas situaciones y circunstancias (es lo que pienso).
Como a ti, el gusto por leer y escribir surgió en mi infancia. Como en tu caso fue consecuencia de haber sido hijo del padre que tuve: Eduardo Elizalde Escobedo.
Reportero él, no de El Siglo de Torreón, si de La Opinión el Gran Diario de los Laguneros.
Como tú y antes de concluir la primaria en el Colegio Mijares (ahí estudiaste tú también pero no nos conocimos en esa época en que fuiste compañera de Eduardo mi hermano) yo también estuve de visita en la redacción de La Opinión y ocupé el escritorio y la máquina de escribir de mi papá, y al igual que tú, uno de aquellos viejos linotipistas que convertían los textos en lingotes de plomo me obsequió una línea con mi nombre, en aquel momento no lo supe pero el "Juan Elizalde Lara" destacaba a 32 puntos en una brillante barra color plata.
Supe también lo que fue mancharme de grasa, de tinta de periódico y la intoxicación fue inmediata.
En la secundaria me involucré con compañeros que se encargaban de publicar cada mes uno de los periódicos de más larga vida en aquella entrañable Secundaria y Preparatoria Venustiano Carranza: "Imágenes" Reflejos del Espíritu Estudiantil.
Roberto Escamilla González y Eduardo Elizalde Escobedo, 
dos de mis maestros en el periodismo. Hubo más pero con --
ellos basta para que se den una idea de la calidad de quienes
participaron en mi formación profesional, en una época en -
que eran escasas las escuelas de periodismo.

Eso nos obligaba a Humberto Barbachano, Roberto García Muñoz, Jaime Rodríguez, Benjamín Morán Vargas, yo Juan Elizalde Lara y otros a acudir cada mes a la imprenta de don Rodolfo González de la Fuente ubicada por el bulevar Independencia casi esquina con Valdez Carrillo.
Ahí convivimos con los linotipos, el tipometro, los cuadratines, las líneas agata, los tipos móviles, de metal y de madera y todo lo que se relaciona con los trabajos de impresión de textos.
El sistema de impresión más utilizado en aquel momento era el ofsset y el llamado sistema caliente que implicaba un trabajo extraordinario en la impresión de textos.
A más de cincuenta años de distancia (mis inicios tuvieron lugar hacia 1963 o 64) recuerdo con cariño a mi padre Eduardo Elizalde Escobedo y a quienes con él me inspiraron para dedicarme a algo que para mí es más pasión que medio de subsistencia.
Claro que a lo largo de mi actividad como reportero conocí a gentes como don Alfredo Rivera, que con lo que hacían fueron motivo de inspiración para los nuevos en el oficio.
Hubo otros más a los que reconozco paternidad profesional por su bonhomía y enseñanzas y a los que recuerdo agradecido, entre otros mi tío Juan Francisco Elizalde Escobedo, el regiomontano Don Roberto Escamilla González mi director en El Sol del Norte y Humberto Guadalupe Gaona Silva.
Entre ellos no puedo dejar de recordar de manera muy especial a Don Enrique Mesta Zuñiga a quien se le llamaba el filósofo lagunero y daba ejemplo de pulcritud y corrección en sus textos.
Resumiendo: tuve la fortuna de ser instruido por los mejores guías y maestros, tal vez mí ocupación no sea la más lucrativa, pero sin duda es la más hermosa y maravillosa que existe.
Estoy seguro que en ninguna otra actividad hubiera tenido tantas satisfacciones en mi vida.