Lilia Margarita Rivera Mantilla |
A veces me preguntan: “Lilia, ¿cómo se
aprende a escribir? Muy sencillo, respondo: escribiendo.
Y empiezo a recordar desde cuando está
mi vida ligada a la palabra impresa, tal vez desde tiempos inmemoriales. Pero
mi memoria me lleva a la pequeña imprenta al lado de mi casa. Nuestros patios
colindaban. En la noche era más fuerte el ruido de la prensa, hasta la cuchilla
cortando el papel en diferentes tamaños se alcanzaba a escuchar con claridad.
También, allí era la casa de los únicos vecinos que teníamos en toda la cuadra.
Vivíamos en el centro de la ciudad, y la manzana en donde quedaban nuestras
casas estaba, casi en su totalidad, ocupada por locales comerciales. Pablo
Lara, sus papás y sus hermanos fueron nuestros amigos y vecinos por muchos
años, así es que siempre deambulamos de una casa a la otra con mucha
naturalidad. Me era tan familiar ver al señor Lara y a sus empleados operando
la prensa y ordenando los alteros de papel listos para entregar.
Alfredo Rivera Martínez |
Aún hoy siento una especie de rinitis
cada vez que recuerdo el olor de la tinta de la sala de prensas de ese
inolvidable periódico, y las manos se me mancharon de grasa entintada aquella
ocasión en que uno de los operadores me regaló mi nombre impreso en una pequeña
placa metálica: Margarita Rivera. Me sentí tan importante.
Recuerdo el día de recién ingreso a la
secundaria con las monjas de la Orden del Verbo Encarnado; cuando nos
explicaron que dentro de nuestro paquete de materias irían taquigrafía y
mecanografía, dos materias muy propias para “señoritas”, y nos gustaran o no,
de cualquier forma nos las tendríamos que envainar. Siempre he dicho que escogí
el oficio de secretaria porque era una buena opción de carrera MMC (Mientras Me
Caso), pero ahora haciendo todas estas reflexiones, creo que era ya como una
cuestión de piel.
Tal vez cuando Miss Vera nos mostró cómo
deberíamos usar de forma práctica y correcta nuestra libreta de taquigrafía, yo
me quedé prendada de ese cuadernito porque veía la libreta de apuntes de mi
papá, no la de dictado de una futura secretaria. Y encima de eso, una libreta
para escribir signos a descifrar como las claves en que escribía sus apuntes mi
papá, y que después se convertirían en toda una nota periodística. La máquina
de escribir no sería problema para mí, mis frágiles dedos ya estaban
acostumbrados a aporrear la que había en casa. Quién lo diría, estas dos
materias tan femeninas me llevaron a abrir las puertas de mundos nuevos e
interesantes que nunca imaginé que existirían.
Ahora creo que ya escribo un poco mejor.
Golpeo y golpeo las teclas del tablero de mi computadora. Tengo un celular con
teclado resaltado, el cual me fascina oprimir, no me gustan los que se deslizan
suavemente al tacto. Puede ser que aquí se compruebe como cierta la teoría de
los mudras en la disciplina del yoga, la presión en las yemas de los dedos
estimula terminales nerviosas que traerán muchos beneficios corporales, sobre
todo cerebrales.
¿Es infancia destino? ¿Será cierto que
las cosas no suceden porque estén predichas, sino que están predichas porque
van a suceder? Sabrá Dios. Yo aún recuerdo las noches calurosas de verano,
sentada en una mecedora del patio de mi casa, contemplando impasible el cielo
estrellado, meciéndome lentamente en aquella silla de fierro, dejándome arrullar
por el sonido de la prensa de la imprenta de al lado, y el olor de la tinta era
absorbido por el bendito perfume invasor de los jazmines y las resedás que
crecían orgullosos en los macetones que rodeaban el lugar.
Niña con las manos entintadas; cincuenta
años después, una mujer con la voz en tinta.
Lilia
Margarita Rivera Mantilla
México,
Distrito Federal, 2013.
La profesión más hermosa
Juan Elizalde Lara |
La sentencia es verdad Lilia: infancia
es destino y desde que nacemos estamos predestinados a vivir determinadas
situaciones y circunstancias (es lo que pienso).
Como a ti, el gusto por leer y escribir
surgió en mi infancia. Como en tu caso fue consecuencia de haber sido hijo del
padre que tuve: Eduardo Elizalde Escobedo.
Reportero él, no de El Siglo de Torreón,
si de La Opinión el Gran Diario de los Laguneros.
Como tú y antes de concluir la primaria
en el Colegio Mijares (ahí estudiaste tú también pero no nos conocimos en esa
época en que fuiste compañera de Eduardo mi hermano) yo también estuve de visita en la
redacción de La Opinión y ocupé el escritorio y la máquina de escribir de mi
papá, y al igual que tú, uno de aquellos viejos linotipistas que convertían los
textos en lingotes de plomo me obsequió una línea con mi nombre, en aquel
momento no lo supe pero el "Juan Elizalde Lara" destacaba a 32 puntos
en una brillante barra color plata.
Supe también lo que fue mancharme de
grasa, de tinta de periódico y la intoxicación fue inmediata.
En la secundaria me involucré con
compañeros que se encargaban de publicar cada mes uno de los periódicos de más
larga vida en aquella entrañable Secundaria y Preparatoria Venustiano Carranza:
"Imágenes" Reflejos del Espíritu Estudiantil.
Eso nos obligaba a Humberto Barbachano,
Roberto García Muñoz, Jaime Rodríguez, Benjamín Morán Vargas, yo Juan Elizalde
Lara y otros a acudir cada mes a la imprenta de don Rodolfo González de la
Fuente ubicada por el bulevar Independencia casi esquina con Valdez Carrillo.
Ahí convivimos con los linotipos, el
tipometro, los cuadratines, las líneas agata, los tipos móviles, de metal y de
madera y todo lo que se relaciona con los trabajos de impresión de textos.
El sistema de impresión más utilizado en
aquel momento era el ofsset y el llamado sistema caliente que implicaba un
trabajo extraordinario en la impresión de textos.
A más de cincuenta años de distancia
(mis inicios tuvieron lugar hacia 1963 o 64) recuerdo con cariño a mi padre
Eduardo Elizalde Escobedo y a quienes con él me inspiraron para dedicarme a
algo que para mí es más pasión que medio de subsistencia.
Claro que a lo largo de mi actividad
como reportero conocí a gentes como don Alfredo Rivera, que con lo que hacían
fueron motivo de inspiración para los nuevos en el oficio.
Hubo otros más a los que reconozco
paternidad profesional por su bonhomía y enseñanzas y a los que recuerdo agradecido, entre
otros mi tío Juan Francisco Elizalde Escobedo, el regiomontano Don Roberto
Escamilla González mi director en El Sol del Norte y Humberto Guadalupe Gaona
Silva.
Entre ellos no puedo dejar de recordar
de manera muy especial a Don Enrique Mesta Zuñiga a quien se le llamaba el
filósofo lagunero y daba ejemplo de pulcritud y corrección en sus textos.
Resumiendo: tuve la fortuna de ser instruido
por los mejores guías y maestros, tal vez mí ocupación no sea la más lucrativa,
pero sin duda es la más hermosa y maravillosa que existe.
Estoy seguro que en ninguna otra
actividad hubiera tenido tantas satisfacciones en mi vida.