En nuestros casi 200 años de vida independiente los mexicanos
nunca hemos realizado nada para cambiar el estado de cosas en el país. Por
definición y según la Constitución Política somos una nación republicana,
democrática, representativa y popular donde los más (ciudadanos) tenemos la
facultad de determinar cómo se hagan las cosas y los menos (gobierno) están
obligados a acatar el mandato de aquellos. En los hechos somos un país saqueado
y sometido, primero durante los varios siglos que nos dominaron los españoles a
partir de 1521, después por nuestros gobiernos en los que hemos tenido un par
de intentos monárquicos y varios regímenes totalitarios o tiránicos con
predominio de burguesías y oligarquías. En los hechos nunca hemos realizado nada
para acabar con las anomalías aunque voces como la de Alejandro González
Iñárritu declaren: “Los gobiernos ya no son parte de
la corrupción, el Estado es la corrupción”; y esto lo apoyen analistas como
nuestro colaborador Fernando Ramírez López.
Para Judith mi hermana, un rayo
de luz que hoy vive en la eternidad
“No es Dios ni son sus feligreses
los responsables del desorden y las miserias actuales. Son en cambio, los
discursos y las acciones de algunos de sus representantes los culpables de
perpetuar el poder insano, la pobreza extrema, la desigualdad, la falta de
oportunidades. Poder, en el contexto actual, suma políticos y ministros
religiosos, dualidad siniestra y presente por doquier.”
Arnoldo Kraus. Mal y deidades: unas notas
En relativamente corto tiempo, es decir en
menos de un siglo las contradicciones económicas, religiosas, políticas y
sociales han entrado en la expresión de la guerra que no acude sin invitación,
sino que a través de acciones directas reclama a un gobierno incapaz respuestas
a la grave situación que se vive en México.
El principio fueron los maestros, los que
iniciaron el actual clima de inestabilidad, contradictoriamente fueron viejos
aliados del sistema político corporativo del país y hoy decididamente enfrentan
al poder en pleno; de tal forma que a la protesta violenta se han unido
obreros, desempleados, asalariados y campesinos en una lucha que hoy sabemos es
mortal contra las instituciones de gobierno.
La historia, esa añeja categoría que relata
sucesos y acontecimientos, irrumpe en la escena del diario acontecer y como un
coro indetenible de voces, aparece en medio de ellas el galardonado cineasta
Alejandro González Iñárritu declarando lo siguiente a los medios mundiales de
información: Puedo volar a donde quiera, pero no puedo cortar mis raíces aún
cuando hoy parece que la corrupción ha alcanzado los niveles más elementales de
la vida. Antes se secuestraba a los ricos, ahora también al tipo que vende
verduras o bebidas en la calle. Los gobiernos ya no son parte de la corrupción,
el Estado es la corrupción.
Así, hoy la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declara en México que la
misión central de esta generación es construir una política de Estado con
amplio apoyo social y político para enfrentar hambre, desnutrición y pobreza,
observando con acritud que “la cruzada nacional contra el hambre” ha sido un
intento fracasado, por dar respuestas reales a un problema que ya no admite
demora: dar de comer a los marginados.
Concluimos en esta parte de la exposición,
que vergonzosamente la concentración de la riqueza en México no ha disminuido,
sino que se ha incrementado, incluso más que en el resto de occidente, que
también registra dicha tendencia, de tal forma que las cifras arrojadas en el
reciente foro de Davos señalan que casi la mitad de la riqueza mundial está en
manos de solo el uno por ciento de la población y en nuestro país según
información de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores apenas el 0.18 por
ciento de los habitantes concentra la mitad de la riqueza nacional.
Por otra parte, mientras en cifras óptimas el
PIB crece a un ritmo promedio de 2.8 por ciento anual, la riqueza total de los
multimillonarios mexicanos crecerá un 44 por ciento entre 2014 y 2017, a razón
de un 8.8 por ciento anual, luego entonces estas cifras tienen en sí mismas el
infierno terrenal.
Deducimos que los tanta veces mencionados
beneficios por las reformas estructurales han quedado prendidas de alfileres en
el limbo; con un gobierno cuyos escenarios por la volatilidad del peso frente
al dólar y la caída de los precios del petróleo se han complicado.
De ahí que la entronización de la dualidad
hambruna y teología de la liberación, más la interrogante ¿existe algún
contacto entre sociedad y divinidad? nos responde que el esquema de relación
tierra – inmortalidad se ha desmoronado, como la milenaria ciudad de Hatra, que
no obstante ser considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO es hoy el
tercer sitio destruido por los radicales en el norte de Irak desde finales de
febrero.
Los yihadistas han arrasado con grandes
buldozer monumentos arqueológicos como el templo, el palacio y la muralla
interna de esa ciudad.
La sed de destrucción y de cobro por
habitante de Bagdad, Buenos Aires, Nairobi, España, Brasil y Venezuela, además
de este país parece de pronto hermanarlos, ante la sutil falsedad de la gran
burguesía política y económica del orbe, siendo difícil de entender por lo
complicado de su denuncia, lo que denominó mexicanización como equivalente al
terror de la guerra en el mundo.
Se escucha un ¡ya basta de engaños e
improperios! por eso Nicolás Eberstadt escribió en This World en 1986 estas
palabras: La discusión (cualquiera) de la crisis del adeudo en Latinoamérica
suscita la pregunta de ¿cómo se gastaron estos fondos? mal seguramente porque
hoy vivimos las consecuencias de una pobreza indetenible.
De esta forma entendemos que las economías de
poder no han tenido ningún tipo de comprensión para las grandes mayorías
marginadas del continente. En 1776 Adam Smith predijo que América Latina
eventualmente terminaría en pobreza y tiranía, porque el experimento
latinoamericano estriba en reconstruir un orden antiguo, el del Sacro Imperio
Romano, un punto de vista mercantilista de la riqueza como el oro y la plata,
una economía basada principalmente en una aristocracia de tierras y la unidad
de Iglesia y Estado.
De esto se desprende que los teólogos de la
liberación vean en la violencia social una lucha de los oprimidos contra los
opresores. El cristianismo primitivo se ha transformado por la corriente
mencionada, con sacerdotes como Ernesto Cardenal y obispos como Raúl Vera, por
lo que ellos tienen la certeza de que se ha postergado la generación de
satisfactores alimentarios dejando a un lado las necesidades de sobrevivencia
por la venta de un lejano cielo que ofrece bienaventuranza para los
desdichados.
El gran cambio mundial ya está operando, por
lo que no es difícil imaginar la aparición en las grandes mansiones de
mendigos, prostitutas, ladrones y criminales; que tomarán por asalto la
conducción de la sociedad.
Es por lo que ante la pregunta del ¿qué
podemos hacer? Guillermo del Toro responde lacónicamente: vivimos un momento en
que la mayoría de las estructuras que supuestamente nos sostienen, nos demuelen
y no instrumentan respuestas contra la violencia social, han proseguido con la
estrategia de la explotación a los desdeñados del planeta.
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