Ilda Leticia ELIZALDE LARA |
Los que saben dicen
que el humor es un remedio infalible, contra cualquier enfermedad física o
mental y yo estoy cierto de que se trata de una verdad de a kilo pues cuando
mejor me siento es cuando me río, por ello la importancia de cuentecillos como
el presente, que compartió en facebook mi hermana Ilda Leticia, y que por cierto no entendí.
Un
tipo que decide comprar una mascota ve a un loro colgando, cabeza abajo, de un
palo; se le queda mirando y dice en voz alta:
“Vaya, ¿qué le habrá pasado a este loro?”
“Yo
nací así: soy un loro sin patas”, dice el ave.
“¡Je,
je! Me pareció como si este pájaro hubiera entendido lo que dije y me hubiera
contestado”.
“Claro
que entendí lo que dijiste. Soy un loro sumamente inteligente y muy culto”.
“¿Ah,
sí? Entonces contéstame esto: ¿cómo te cuelgas del palo, si no tienes patas?”
“Bueno,
verás, me da un poco de vergüenza, pero ya que has preguntado, te lo voy a
decir: uso mi pene como gancho y lo enrollo en el palo, no puedes verlo porque
lo cubro con mis plumas”.
“¡Increíble!
¿Realmente puedes entender lo que dice la gente y contestar?”
“Claro
que sí, hablo español e inglés. Puedo conversar sin mayores problemas casi
sobre cualquier tema: política, religión, fútbol, química, filosofía… y soy
especialmente bueno en ornitología. Deberías comprarme, soy un excelente
compañero”.
El
hombre mira la etiqueta del precio ($200.00) y masculla:
“Ese
precio es demasiado para mí”.
“Pssst”,
le llama el loro moviendo un ala para que se acerque. “Nadie me quiere porque
no tengo patas. Ofrécele al dueño $20.00″.
El
hombre ofrece los $20.00 y sale de la tienda con el ave. Pasan las semanas y el
loro es sensacional, gracioso, interesante, un excelente amigo, entiende todo y
hasta da muy buenos consejos. Su dueño está feliz con él. Un día, el hombre
llega de trabajar y el perico lo llama:
“Pssst”,
moviendo un ala para que se acerque.
El
tipo se pone muy cerca de la jaula.
“No
sé si contarte o no, pero es acerca de tu mujer y el cartero”.
“¡¿Qué?!”
“Bueno,
esta mañana, cuando llegó el cartero, tu mujer lo recibió con un beso en la
boca. Ella estaba vestida sólo con ropa interior”.
“¿Y
después qué pasó?”
“Después,
el cartero entró en la casa y empezó a acariciarla toda”.
“¡Dios
Santo! ¿Y qué más?”
“Después,
le quitó las bragas y el sostén. Se arrodilló y empezó a besarla por todas
partes, empezando por los senos, lentamente, e iba bajando y bajando por el
ombligo y seguía y seguía…”
El
ave se queda callada un buen rato.
“¿Y
qué pasó? ¿Qué pasó? ¡Habla maldito loro!”, grita frenético el hombre.
“No
sé, me excité y me caí del palo”.