El cantautor michoacano Juan Gabriel falleció en septiembre y las
autoridades culturales decidieron poner a disposición de los deudos el Palacio de Bellas Artes, para que se le rindiera un homenaje
póstumo. Nuestra amiga Lilia
Margarita Rivera Mantilla
cubrió el evento y desde la entrada principal de la librería Ghandi despidió al cantante.
Mi intención no
era llegar hasta Bellas Artes para inclinarme respetuosamente ante la urna que
contenía las cenizas de Juan Gabriel, sabía que el lugar iba a estar repleto de
gente, miles aunque no sabía cuántos miles llegarían a ser. Quería comprobar
eso por mí misma, cuánta gente llegaría hasta la Avenida Juárez por su propia
voluntad. Madero estaba atiborrada como es común a esas horas de la tarde, casi
las siete de la tarde noche; pensé que encontraría aún más personas según me
acercara al Eje Central, así fue pero todos cruzamos la avenida en orden para
acercarnos a nuestro hermoso palacio de mármol. A la entrada, se colocó el
escenario en donde se presentarían varios cantantes a rendirle, por medio de
sus propias composiciones, un breve homenaje a Juan Gabriel. Orquesta,
mariachis, coros, bailarines, luces, audio, pantalla panorámica; exactamente
como en cualquier concierto, como si de pronto fuera a aparecer el compositor.
El mejor sitio
para poder ver de lejos la enorme pantalla, lo encontré en la escalinata de
entrada a la librería Gandhi –en la acera de enfrente, justo en la misma
dirección al escenario-, puedo decir que los empleados se portaron muy amables
con todos los allí reunidos.
Cuando ya estaba
bien instalada en mi privilegiado puesto de observación, empezó el colorido y
lucido cuadro en donde excelentes bailarines danzaban al compás de “México es
católico, político, pacífico, verídico, histórico…”; muy bien, todos los
presentes nos sentíamos muy orgullosos de vivir en México y tener todas esas
características que describe la canción. Después la pantalla mostró el rostro
de Lucía Méndez, quien interpretó Para qué me haces llorar. Confieso que cuando
la cámara la enfocó, pensé que era algún artista transgénero y que el
movimiento LGBT de la Ciudad de México también se hacía presente en el
homenaje, pero era la cantante que en una época anduvo arrastrando cadenas.
Excelentes músicos, orquesta y mariachis, lograron que nos olvidáramos de las
desentonadas voces de Lucía y de Pablo Montero.
Excelentes los
cantantes que siempre acompañaron a Juan Gabriel en los coros. Como si su jefe
estuviera presente, cantaron con el alma y con el cuerpo, igual que si el
fallecido compositor estuviera al frente de ellos y todos siguiéndolo con sus
voces y coreografía. A mí también se me movieron involuntariamente los pies,
cuando interpretaron canciones con ese arreglo tan característico de *Magallanes-chachachá,
que tenían muchas piezas del añorado cantante.
El cielo se iba
oscureciendo y aparecía más y más gente, y más y más voces coreaban las
canciones de Juan Gabriel. Y miraba a los diferentes grupos. Me hacía gracia y
me conmovía: una abuela de mi edad, con sus hijos treintañeros y estos con sus
propios hijos, cantando juntos Caray, Me gustas mucho y la muy de moda: Gracias
al sol. No pude evitar bailotear un poco, recordando a mis Creedence cuando
preguntaban, “have you ever seen the rain?”
Como en alguna
otra ocasión, en situación semejante, miraba con curiosidad y atención para
todas partes, y a pesar del espectáculo que toda la gente seguía animosa y
emocionada, empecé a caer en ese ensimismamiento en donde me coloco cuando algo
me hace reflexionar y echar a andar la imaginación, aunque en este caso era más
bien calcular, pronosticar.
Y recordé aquel
día de noviembre de 2011, cuando encontré en youtube un video de Freddie
Mercury. Era aquella memorable presentación que tuvo en Wembley, en el concierto
Live Aid, 1985. Más de cien mil personas coreando sus canciones y bailando al
son que él les tocaba. Entonces, envié el video a mis contactos por correo
electrónico y les decía en el texto: “Vean el magnetismo natural y animal de mi
Freddie del alma, porque no creo que toda esa gente, que se encuentra en el
estadio, sean acarreados que los presidentes de los partidos políticos de
México le hayan mandado a Freddie para que le llenaran la plaza. Ahora imaginen
a Peña Nieto enfrentándose a un grupo de unas cien personas y que hable, que
improvise, que conteste preguntas espontáneas de los observadores, que acepte
desafíos, pero sin alguien que lo esté asesorando; a que se pasma, a que
inventa pretextos, a que no aguanta”. Y ¡oh, sorpresa! Un mes después en la FIL
(Feria Internacional del Libro) 2011, en Guadalajara, se exhibe como un frívolo
ignorante al confundir la obra de Carlos Fuentes con la de Enrique Krauze, y al
no saber decir el nombre de cuando menos tres libros que hubiera leído en su
vida.
Y de ahí me voy
al 10 de mayo de 2012. Paul McCartney en el Zócalo de la Ciudad de México, un
regalo del Día de la Madre por parte del Gobierno del Distrito Federal,
entonces a cargo de Marcelo Ebrard; 200 mil personas allí reunidas, entre ellas
mi hija y yo. Hubo orden y alegría durante las casi tres horas que duró el
concierto. Felipe Calderón aún era Presidente de México, y el país chorreaba
sangre por muchos lados.
Se calcula que
en el homenaje a Juan Gabriel en Bellas Artes, en dos días, asistieron cerca de
700,00 personas; la gran mayoría gente del pueblo. Me atrevo a asegurar que
todos llegaron porque así lo decidieron; no vi personas con camisas rojas con
logotipos del PRI, llevando sombreros tipo charro, matracas, cornetas y todas
esas cosas que forman parte del disfraz de los acarreados que contrata el
partido cada año, para que le llenen la plancha del Zócalo a Enrique Peña
Nieto; ahora les están ofreciendo mil pesos más comida para que formen parte de
la escenografía independentista.
En casi cuatro años
como presidente de México, Enrique Peña Nieto se ha convertido en el presidente
más impopular de la historia del México moderno. Muchos sentimos que el país se
nos deshace –no es simple metáfora- como polvorón; será porque hasta nuestro
subsuelo ha sido profanado, y no solamente con la planta de algún extraño
enemigo; entre la minería abusiva y el fracking despiadado, se están acabando
nuestros paisajes, nuestros ríos y envenenado el agua y la tierra; a esto hay
que añadirle la inestabilidad política, social y económica en que nos han
metido sus estrategias erradas.
Los empleados de
la Gandhi, sucursal Bellas Artes, nos piden que desalojemos la escalinata pues
están por cerrar y bajarán la cortina metálica. Pasan las nueve de la noche y
debo regresar a casa. Solamente tengo que caminar una cuadra para llegar al
paradero del trolebús. Mientras camino a la esquina de 16 de septiembre,
alcanzó a escuchar que empiezan a cantar Querida. Y me lleno de gusto y hasta
de cierto orgullo, porque respecto al futuro de Juan Gabriel, la **Casandra que
habita en mí no se equivocó y fue escuchada.
Hace 44 años
pude ver y escuchar a Juan Gabriel en un lugar de fiestas no muy concurrido, lo
vi muy de cerca y hasta una canción me dedicó. Hoy me tocó estar muy alejada de
la urna que contiene sus cenizas, porque miles de personas estaban delante de
mí. Acerté. Un día sería tan famoso que me iba a ser muy difícil verlo y
escucharlo cantar.
Lilia M. Rivera Mantilla
corima_laguna@hotmail.com
Septiembre de 2016
*Eduardo Magallanes. Músico, compositor
y arreglista musical de la gran mayoría de las composiciones de Juan Gabriel.
**Casandra. Hija de Prìamo y Hécuba,
reyes de Troya. Deseaba tener un don especial, el de la profecía. Imploró a
Apolo para que se lo concediera, éste le puso por condición que le entregara su
amor; Casandra aceptó, pero una vez poseedora del don, renegó del amor forzado
hacia Apolo. Este la maldijo sentenciándola a conocer los sucesos por venir
–casi siempre infortunados- pero sin que sus advertencias fueran escuchadas y
mucho menos creídas.
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