El
10 de mayo de 2012 se presentó en el Zócalo
de la Ciudad de
México el ex beatle Paul McCartney suceso
qie le tocó vivir a nuestra amiga Lilia
Margarita Rivera Mantilla acompañando a su hija Doménica. Pleno de significado al tratarse
de un evento popular pero también en razón del intérprete, uno de los músicos
más mediáticos y talentoso de los siglos XX y
XXI como por el escenario en
que se realizó el concierto. Varios meses después comparto con los lectores del
blog la crónica de Lilia, estoy
seguro que la disfrutarán como yo.
Poco
antes de la hora de la comida, comentaba con mi familia que, en los 38 años que
tengo de vivir en el Distrito Federal, nunca había pasado un mes de abril ni un
inicio de mes de mayo tan particularmente extraños en lo que a clima y ambiente
se refiere. No hemos sentido de lleno la primavera porque el tiempo ha estado
airoso, polvoso, nublado; cuando el sol sale, realmente quema, para después
volverse la tarde nublada y a veces lluviosa. Y lloviznó ese diez de mayo
mientras nos disponíamos a comer.
Doménica
había quedado con algunos amigos en ir al Zócalo para ver a Paul McCartney,
pero no podían ponerse de acuerdo en la hora en que podrían encontrarse todos.
Como es de esperarse, no lograron coincidir ni en la hora ni en el lugar. Le
propuse, a eso de las cuatro de la tarde, que yo la acompañaría. Llegaríamos
por allá antes de las siete de la noche -el espectáculo daba comienzo a partir
de las ocho treinta de la noche- ella vería la forma de encontrarse con sus
amigos, y yo me regresaría a la casa o me quedaría en alguna cafetería de los
alrededores, esperando que terminara el espectáculo, calculado para las once de
la noche.
Llegamos
sin ningún problema hasta Madero. Desde República de Uruguay hasta Tacuba, el paso
estaba cerrado y cuidado por granaderos. En orden y sin prepotencias, nos
indicaban que tendríamos que regresar hasta Rep. del Salvador para desde ahí
pasar por varios filtros y poder ingresar a la plancha del Zócalo.
Como
si alguien nos fuera indicando el camino correcto, entramos por Rep. del Salvador,
dimos vuelta en Bolívar, tomamos 16 de septiembre, doblamos en Isabel la
Católica, y muy ordenadas nos formamos en la fila para que fueran revisadas mi
bolsa -del tipo pañalera- y la mochila de Doménica. Los policías estaban de lo
más buena onda, hasta bromeaban con nosotras, diciéndonos que nos diéramos
prisa porque McCartney ya tenía rato cantando y sólo le faltaban dos canciones
más para retirarse. Tenía miedo que revisaran con minuciosidad mi bolsa porque
hasta abajo y escondido entre mi cartera y demás "cositas" que
acostumbro cargar, iba mi paraguas. Me lo hubieran quitado para permitirme el paso.
No vieron nada, o no les interesó revisar más.
Después
de pasar la calle de Palma, empezamos a oir gritos y rechiflas muy bien sincronizados,
por cierto. La mayoría de la gente veía hacia uno de los balcones de los
últimos pisos del Hotel Majestic. Le pregunté a una señora que a quién le
gritaban, que quién estaba por ahí, me dijo que un hijo de su rechiflada flauta
estaba poniendo una manta de Enrique Peña Nieto. Ah, no, eso sí que no se podía
permitir. Y al unísono, casi toda la gente que se encontraba ya en la
explanada, coreaba "Obrador, Obrador". ¿Ustedes creen que me iba a
quedar callada? No, no iba a desperdiciar la oportunidad de formar parte del
bonito desmadre. Además, hasta Paul, horas más tarde, nos demostró qué bien se
aprendió la manera en que los mexicanos nos tratamos unos a otros. Ya lo verán.
Al
ver que el ingreso al lugar había sido tan inesperadamente fácil para nosotras,
decidí quedarme. Además, los amigos de Doménica, quienes habían ido a buscar un
buen lugar desde las diez de la mañana, ya estaban muy bien instalados, y no
iban a dejar su privilegiado puesto por correr en busca de mi hija.
Quienes
conocen el Zócalo, ubicarán la isleta con el semáforo y un farol que se encuentra
en medio de la calle, para cruzar de los arcos que hacen esquina con Madero
rumbo a la plancha, y en la cual se puede uno esperar a cruzar la calle cuando
el semáforo así lo indica; en ese lugar nos tocó estar. Junto a nosotras estaba
una joven de unos treinta años, con cierta experiencia en espectáculos de esta
especie, que nos sugirió ya no caminar más hacia
el
centro aunque pudiéramos hacerlo. Me hizo ver que desde ahí veríamos con
facilidad la pantalla y, en cierto momento según se acercara la gente, nos
irían aventando hacia adelante y hasta podríamos ver parte del escenario con todo
y Paul McCartney y su banda. Cosa que efectivamente ocurrió.
La
tarde noche se aquietó. Las nubes se dispersaron y el aire se volvió fresco y
agradable. Palacio Nacional estaba hermosamente iluminado. No quitaba yo la
vista a los balcones principales, me parecía ver gente que pretendía asomarse
discretamente. A veces hasta me parecían como fantasmas. No lo eran, y yo no
alucinaba.
En
lo que pasan los minutos para que se inicie el concierto, sigo observando los
balcones de Palacio Nacional. ¿Estará por ahí Felipe Calderón? No, seguramente
vió el concierto en el Estadio Azteca desde un buen palco. Eso pienso.
Observo
a la gente que está a mi alrededor. No hay de qué asustarse. Tal vez es cierto
lo que dice mi amiga Conchita Arreola de que si sigue mi campo
electromagnético, puede bailar con más fluidez. El caso es que me doy cuenta de
que estoy rodeada de mujeres jóvenes, entre ellas mi hija, como si formáramos
un escudo para protegernos entre nosotras. La mayoría de los hombres que
estaban junto a nosotras eran muy jóvenes, también; todos se portaron con
bastante decencia.
Por
fin las nueve de la noche, empieza la algarabía, la euforia, ¡Paul McCartney y
su banda hacen su aparición! Y se escuchan
las notas y las primeras frases de Hello Goodbye: "You say "yes",
I say "no", you say "stop" and I say "go, go,go"
Oh, no; You say "goodbye" and I say "hello"."
Y
apenas puedo creerlo. Estoy aquí y no es 1968, han transcurrido 44 años desde
que escuchaba esa canción allá en mi apenas iniciada adolescencia. Por supuesto
que nunca lo imaginé, y apuesto a que McCartney, tampoco. ¿Tendrá conciencia
del lugar en el cual está parado?
Habrá
muchos que digan que ellos vieron a McCartney en las Vegas, en Nueva York, en
Río de Janeiro; en el mismo Estadio Azteca o en el Omnilife de Guadalajara con
mucha más comodidad, sí, tal vez; pero aquí estamos en el lugar mismo donde se
fundó una nación. ¿Será por eso la energía tan fuerte que rodea el lugar esta
noche en especial? ¿Quiénes nos rodean que todo fluye tan fácilmente? Una chica
detrás mío ha colocado tranquilamente sus manos sobre mis hombros, con total
confianza marca el ritmo de la canción cuando le viene en gana; delante mío
está una joven de abundante caballera, lo siento mucho mi reina, me digo en
silencio, pero tu melena no me deja ver el escenario, así es que se la hago a
un lado, sin que esto la moleste en lo más mínimo; Doménica, con toda
tranquilidad, toma y toma fotos. Y todos seguimos
cantando Hello Goodbye.
"I'll pretend that I'm kissing the lips that I'm
missing, and hope that my dreams will come true...", Sí, ahora Todo Mi
Amor. Junto
con los recuerdos vienen ideas para estos tiempos, ojalá se puedan concretar algún
día; me quedo con All my loving en rumba flamenca.
Apenas
un día antes había comentado con mi grupo de los miércoles sobre Eleanor Rigby,
ahora tengo a Paul McCartney cantándola aquí en este Zócalo: "Ah, look at
all the lonely people, ah, look at all the lonely people". Sí, la gente
solitaria que da igual si existe o no. Pero de ésos no somos nosotros.
"Yesterday, love was such an easy game to play,
now I need a place to hide away, Oh, I believe in yesterday". El recuerdo de
estar entregando la letra de la canción por escrito, cuando no todo mundo
hablaba inglés, porque alguien muy cercano a mí me la había pedido.
Ahora
nos hemos enterado que Felipe Calderón estuvo en Palacio Nacional, y desde ahí
estuvo disfrutando del espectáculo. Por eso digo que ni había fantasmas en
Palacio ni yo alucinaba. Me pregunto qué hubiera pasado si en el momento en que
todo mundo cantaba Hey Jude, se me hubiera ocurrido cantar (muchas ganas me
daban) el estribillo de "nuestro futuro es pelón con Calderón,
ooooh". ¿Qué de dónde saqué esto? Ah, pues es una versión que hicieron
hace seis años los integrantes del Palomazo Informativo -Fernando Rivera
Calderón, Armando Vega Gil y Martín Durán- para describir lo que pasaba en esos
momentos en el país cuando ya se había declarado candidato ganador a la
presidencia a Felipe Calderón, precisamente con la música de Hey Jude.
Olé, olé, olé, Sir Paul, Sir Paul
Para terminar
con esta crónica sobre lo que me tocó vivir en el concierto de Paul McCartney,
creo que sólo me queda por platicarles de los momentos en que más se prendió el
público.
Uno de ellos fué
cuando tocaron Live and let die, y encendieron los fuegos artificiales,
realmente fué todo un bello espectáculo, hay una foto adjunta de ese momento, y
en el video lo podrán apreciar en todo su esplendor.
Antes de cantar
Something, como no queriendo la cosa, gritó a todo pulmón: ¡Viva México,
Cabrones!, lo cual le sonó a piropo a toda la gente porque empezó a aplaudir y
a gritar emocionadísima.
Y cuando
empezaron las primeras notas de Obladi, Oblada y apareció el mariachi en
escena, entonces fué el acabose.
Viene la
despedida, con los consabidos gritos de ¡otra, otra! Se retiran, para regresar
segundos después. Ahora me entero a que esta clase de "finta" se le
llama encore; y aparece Paul ondeando la bandera de México; imagínense la histeria
y la historia. Tres canciones más: Lady Madonna, Day tripper y Get Back. Otra despedida,
y viene el segundo encore, con el cual termina ahora sí el concierto, en medio
de luces y lluvia de papeles tricolores.
Adios Paul.
Espléndido setentón. No paró en las casi tres horas que duró el concierto.
Muchos nos preguntamos de cuál multivitáminco tomará para empezar a tomarlo
nosotros también. Tal vez lo explique toda una vida sobre el escenario.
"Blackbird fly, blackbird fly, into the light of the dark black
night". Cuando
oía a mi hija y a los jóvenes a mi alrededor coreando la canción, se me hacía
un nudo en la garganta; no por la canción en sí, sino por lo zigzagueante de mi
vida en la línea del tiempo, 1968 y 2012. ¿Qué nos tocará ver en lo que resta
de la primavera y en este próximo verano?
Abandonamos el
zócalo, y caminamos por Madero. Pasan de las doce de la noche. Todo en orden.
Vamos rumbo al Eje Central para tomar el trolebús que nos llevará a nuestra
casa. Muy buen trabajo Dr. Manuel Mondragón, al parecer su gente cumplió con su
tarea. Para tomar el trolebús la fila casi ocupa media cuadra; sin embargo,
todo mundo está en su sitio, como si fuéramos ciudadanos suizos. Llegan los
trolebuses y cada uno va subiendo en orden. Nos toca uno muy vacío y alcanzamos
lugar.
Llamo a la casa
para avisar que vamos hacia allá; mi esposo y mi hijo, de lo que se perdieron,
nos esperarán en el paradero.
Y reflexiono,
¿cuánto va a durar esta tranquilidad? El miércoles encontraron más de una
decena de cuerpos en el área de Guadalajara-Chapala; y pensar que últimamente
he pasado momentos de mucho esparcimiento en esa parte del país, ¿habrá todavía
algo peor que ver? No, espero que no.
Está iniciando
un nuevo día, ob la di ob la da, y la vida continua.
Con todo cariño
para ustedes, Lilia Rivera Mantilla
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