Rodolfo Echeverría Ruiz. |
El fallecimiento repentino de Guillermo Tovar y de Teresa dejó un enorme vacío en los ámbitos
cultural y político del país y por lo mismo una gran cantidad de personajes que
hacen su oficio de escribir comentaron el triste suceso en las páginas
editoriales de numerosos medios escritos, el presente artículo es de Rodolfo
Echeverría Ruiz,
quien colabora en numerosos medios nacionales, como El Universal y que desde hace un par de meses nos favorece con sus
reflexiones.
Octavio Paz. |
Tan pronto
me enteré de
su repentino deceso
("La muerte --diría Octavio Paz a propósito de la de Alfonso
Reyes--, siempre esperada, es siempre inesperada"), meditativo y triste,
me puse a releer la suntuosa nota liminar de José Iturriaga al libro La ciudad
de los palacios: crónica de un patrimonio perdido (1990), pergeñado, durante
muchos años de atormentadas pesquisas, por mi admiradísimo amigo Guillermo,
portentoso historiador y experto crítico del arte y de la vida social, política
y económica del virreinato, entre otros muchos de sus talentos
inconmensurables.
Guillermo Tovar y de Teresa. |
Iturriaga
y Rafael Tovar, así como José Luis Martínez y Salvador Novo; Miguel León
Portilla, Carlos Monsiváis y Fernando
Benítez; Carlos Fuentes y los mismísimos Francisco Monterde, Luis González
Obregón o Artemio de Valle Arizpe, son faros cuyas mejores luces se han
proyectado para descubrir y describir realidades y desvelar misterios y
secretos históricos y políticos, matices temperamentales y rasgos de identidad
anidados en el alma de nuestra gran metrópoli.
José Iturriaga. |
En
el curso de un breve pero ominoso lapso he perdido a tres amigos entrañables:
José Iturriaga, Miguel González Avelar y Guillermo Tovar de Teresa. Durante
varios decenios, desarrollé con don Pepe una intimísima relación
paterno-filial. Con Miguel, una también larga amistad, fruto de nuestras muchas
coincidencias en la vida política y en los gustos literarios. Y con Guillermo,
cultivé un profundo vínculo fraterno.
Mi
estrecho engarce amistoso con Guillermo empezó a fraguarse desde los años en
los cuales, muy joven yo y él apenas adolescente, asistíamos a tertulias y a
sobremesas memorables con los pintores Ricardo Martínez y José Arellano
Fischer; Jesús Guerrero Galván y Raúl Anguiano; el escenógrafo Julio Prieto; el
músico Manuel Esperón y el polígrafo Andrés Henestrosa; el dramaturgo Rafael
Solana (en aquella sazón colaborador
de Jaime Torres Bodet,
Secretario de Educación Pública);
la poeta Griselda Álvarez y el inmenso fotógrafo Gabriel Figueroa; el
maestro de teatro Álvaro Custodio y los directores de cine Roberto Gavaldón y
Alejandro Galindo; la insigne luchadora feminista Margarita Nelken (traductora
de Kafka al español) y las actrices Carmen Montejo y Magda Donato, hermana de
la primera; el torero “Calesero”; los
actores Fernando Soler y Augusto Benedico; el historiador José Rogelio Álvarez…
Griselda Álvarez. |
Todos ellos
--y muchos otros mexicanos
excepcionales también-- acudían
con frecuencia a la hospitalaria mesa de Carlos Colín, consultor de importantes
empresas y honrado adversario en el foro laboral y antiguo compañero de
estudios profesionales de mi padre, este
último abogado y dirigente de sindicatos de electricistas, pilotos aéreos, trabajadores y actores de teatro, cine,
radio, televisión…
La
casa de Guillermo -hablo de varios
lustros nunca interrumpidos hasta el recientísimo y lúgubre día 9 de este
mes- era el lugar privilegiado en cuyo
generoso seno tuvieron lugar debates rigurosos y polémicas muy vivas en torno
de los más disímbolos temas mexicanos.
Salvador Novo. |
A
ella acudían filósofos y lingüistas; antropólogos y etnólogos; libreros y
editores; críticos de arte y novelistas; médicos eminentes y célebres
jurisconsultos; políticos y diplomáticos; militares de alta gradación;
narradores y poetas; arquitectos e historiadores; rectores y ex rectores de
altas instituciones educativas; hombres de letras, como se decía en otros
tiempos; mexicanólogos franceses, británicos, estadounidenses; anticuarios
renombrados; museógrafos y mujeres bellas, inteligentes e ilustradas...
Carmen Montejo. |
Allí
confluía durante muchos años el todo
México de la cultura y del arte, de la
política (hablo de los políticos de alta mar, no de los de cabotaje) y de la ciencia; de las finanzas, de la
economía, de la lucha social; del gobierno y de sus oposiciones. Guillermo tenía un notable poder de convocatoria.
Fraterno
anfitrión, Guillermo hablaba de manera erudita y desparpajada, con asombroso
orden sintáctico y elegante precisión
semántica, como si leyera un texto concebido al cabo de largas meditaciones y
corregido, una y otra vez, hasta encontrar el sustantivo adecuado, la imagen
descriptiva correcta, el giro conceptual más útil pensado para explicar una
abstrusa teoría, un tecnicismo historiográfico, un episodio clave o formular
una interpretación imaginativa y novedosa de la cultura nacional.
Guillermo recordaba con frecuencia el discurso de Jaime Torres Bodet en los funerales de
Alfonso Reyes. Ahora, en honor de mi entrañable amigo, traigo a la memoria
algunas de aquellas rotundas palabras de don Jaime: Guillermo, como Reyes, fue “una gran voluntad de luz, una generosa
inteligencia capaz de advertir las responsabilidades de la sabiduría.”
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