Buscar este blog

10 de marzo de 2015

Enfermeras, enfermeros y la breve historia del tiempo

Como la de médico o profesor (hablo de los auténticos, a los que también se puede llamar maestros), la de enfermera o enfermero es una profesión que requiere de abnegación y vocación de servicio, además de un infinito amor por nuestros semejantes. Lilia Margarita Rivera Mantilla se refiere en el presente artículo a esa actividad que bien llevada se convierte en auténtico apostolado.
A la memoria de Eduardo Garza Valdés

Comencé a celebrar el día 6 de enero comiendo rosca, tomando sidra o chocolate, hasta después de 1974. Claro que desde niña supe que en un día como ése, fue cuando los tres reyes magos, siguiendo la estrella de Belén, llegaron por fin hasta el establo en donde estaban refugiados José y María, con el niño Jesús recién nacido, para ofrecerle oro, incienso y mirra. A la mayoría de los niños laguneros, los reyes magos no nos traían regalos, porque ya lo habría hecho el 25 de diciembre el mismísimo niño Jesús o Santoclós; tampoco se acostumbraba partir la rosca para encontrar el muñequito, y pagar después con los tamales del día de la Candelaria.
Sin embargo, en mi casa sí había cierto tipo de festejo el 6 de enero. Se celebraba el Día de la Enfermera. Mi mamá, antes de casarse, trabajó en el sector salud, se sentía orgullosa de ser enfermera titulada. Entonces, algunas de sus antiguas compañeras de trabajo iban a la casa en donde se les agasajaba con una comida. Esa reunión me hacía sentir que, realmente, ya estábamos inmersos en el año nuevo que recientemente había comenzado. El Día de la Enfermera marcaba un nuevo ciclo para mí.
Mi mamá nunca dejó de ser enfermera. Ya no llevaba su uniforme inmaculadamente blanco con la capa oscura encima, tampoco usaba la cofia en la cabeza, como si portara una corona, con la que se veía tan soberbia y atractiva en las fotografías que había de ella en la casa, ésas cuando andaban en las campañas de vacunación. Al fin mujer, el procurar la salud de los demás lo trasladó como un reflejo a su propio hogar, al cuidado de sus hijos, esposo y de todos aquellos que la necesitaran.
Cuando veía su caja metálica para hervir aquellas aterradoras jeringas de vidrio, el olor del alcohol, la botellita con la penicilina, la cual era extraída con la punta de la aguja que igual se clavaría en alguna de nuestras nalgas, causándonos mucho dolor para tener como recompensa la salud renovada; entonces, imaginaba que mi casa era como una clínica  sacada de La Ciudadela, la novela de A.J. Cronin, pero allí no habría algún doctor dictando órdenes, solo mi mamá era la dueña absoluta de ese espacio.
Estos recuerdos me llegan en montón, no se pueden detener cuando veo las protestas de las enfermeras y enfermeros del sector salud de México, indignados porque a su profesión, para la cual se han preparado académicamente durante años, el gobierno ha decidido bajarla a la categoría de un oficio de menor escolaridad y responsabilidad, una actividad artesanal, algo casi como hobby por lo fácil que es llevar a cabo; tan fácil que tampoco merece mejor salario.
Pero todo esto tiene una explicación histórica. El ser enfermera, nutrióloga o trabajadora social significa que se desempeñan tareas propias del género femenino, rutinas que ya son inherentes a la feminidad, se dan por sentadas, salen de manera natural, no se requieren estudios para desempeñar estas labores que siempre se han realizado sin esperar nada a cambio.
La mujer permanece en casa, soltera o casada, y se espera que atienda a los enfermos que hubiera dentro de su familia casi por puro instinto o por las costumbres ancestrales transmitidas; de la misma manera, sabrá cómo nutrir a los que la rodean, provoca rechazo la mujer que se atreve a decir que le disgusta cocinar, entonces tiene que aprender lo elemental para que, sobre todo, sus hijos y esposo puedan alimentarse sanamente. Además, la mujer es el enlace entre el mundo exterior y el de su propio hogar.
Ella será intermediaria entre la educación, ideas y valores inculcados en casa y entre la educación académica impartida en las escuelas y la iglesia. La mujer aprobará o rechazará las amistades que hagan sus propios hijos; aunque le disgustaran, se esforzará por tolerar aquellas que sean convenientes para los intereses de su esposo. Si fuera necesario, se le pedirá su cooperación para aliviar necesidades en su comunidad o para el mejoramiento del entorno en el cual le haya tocado vivir. Esto sin esperar una remuneración a cambio; se da por un hecho que a la mujer le encanta la vida social, entonces, ¿por qué pagarle por una actividad que ella desarrolla con tanto gusto y facilidad?
Cuando mi mamá trabajaba como enfermera en el sector salud, recibía un salario. Hacía trabajos extras como cuidar o atender enfermos en sus respectivas casas, y sus ingresos aumentaban. Al casarse y tener hijos, siguió realizando todas estas tareas, día y noche, recibiendo solamente el agradecimiento sincero de su familia.
Cuando a Stephen Hawking le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, los médicos le dieron solamente dos años de vida. A pesar de esa sentencia demoledora, Jane Wilde decidió casarse con él. Esto ocurrió en 1965, hace casi cincuenta años, Hawking sigue vivo, acaba de cumplir 74 años. A Jane casi le cuesta la pérdida de la razón y hasta la pérdida de la vida (pensó en el suicidio) el haberse convertido en su cuidadora primaria, en su enfermera de 24 horas. Stephen Hawking alcanzó fama mundial con su libro Breve Historia del Tiempo, pero pocos sabrán quién fue su primera esposa y madre de sus tres hijos. La vasalla que se sacrifica por su rey. Perder la identidad en muy breve tiempo.
Ahora también hay enfermeros. He conocido hombres que pudieron haber estudiado medicina, pero eligieron la enfermería. Y en los hospitales, aunque el número de ellos es menor al de sus compañeras, se muestran solícitos, eficientes y con la destreza que les da su fuerza física para el mejor manejo del enfermo. Me pregunto si ellos serán poseedores de una mente muy venusina; es decir, dentro de su corazón tendrán sentimientos como aquellos que se cree que son propios de la naturaleza femenina.
Mercedes Juan López, es mujer. Pero es la Secretaria de Salud asignada por Enrique Peña Nieto. Es médico cirujano, tiene estudios de especialidad y posgrado, cae dentro del nivel que siempre han ocupado los médicos hombres. Porque quienes tienen un título como médicos cirujanos, se sitúan en una especie de pequeño Olimpo, donde los vulnerados por el dolor y la enfermedad los verán como a pequeños dioses, y las enfermeras y enfermeros siempre serán vistos como sus subalternos prestos a servirles para aligerar sus importantes tareas.
Será por eso que la Secretaria de Salud, Mercedes Juan, ve con naturalidad que el sacrificado trabajo de enfermeras y enfermeros sea visto como un oficio de menor importancia, aunque si no fuera por los cuidados, por la seriedad y eficiencia con que deben atender a los enfermos, el ejercicio de la profesión de los mismos médicos desmerecería mucho al no contar con la colaboración de estos también profesionales de la salud.
El 29 de enero del 2015, apenas pasadas las siete de la mañana, una pipa de gas que suministraría el combustible en el Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa, en la Ciudad de México, tuvo una fuga en la manguera surtidora,  provocando una explosión que causó el desplome del hospital. Afortunadamente no perecieron muchas personas, la mayoría de los internados eran bebés y sus madres. Si se pudieron salvar muchas vidas, seguramente fue gracias al espíritu de entrega, servicio y sacrificio al que estaban acostumbrados dos enfermeras y un camillero: Ana Lilia Ledesma Gutiérrez, Mónica Orta Ramírez y Jorge Luis Tinoco Muñoz.
Ellos pudieron haber salvado sus propias vidas, pero no quisieron alejarse del lugar, dejando allí a los pequeños indefensos. Muchos ya lo tienen como un reflejo el olvidarse de sus propias necesidades por atender las de aquellos tendidos en una cama, necesitados del calor de una mano que los toque y los conforte en su propia sensación de indefensión, de tristeza, desesperanza y muchas veces de abandono.
No acostumbro celebrar la entrada de un nuevo año gregoriano el día primero de enero. Para mí el inicio del año corre a partir del 6 de enero. Mis hijos ya no esperan la llegada de los Reyes Magos, ahora la partida de rosca ya se celebra más en el norte del país, pero la edad me obligó a retirarme de los carbohidratos simples y ya no la como; sin embargo, siempre recuerdo que el 6 de enero se celebra el Día de la Enfermera; imagino a mi mamá vestida de blanco, con su cofia a manera de corona en la cabeza y su capa oscura dándole más porte y dignidad, recorriendo las calles y barriadas de Torreón junto a sus otras compañeras; las recuerdo sonrientes y alegres en las pocas fotografías que aún quedan por allí, como si la propia Higía las fuera conduciendo.
Lilia Margarita Rivera Mantilla,
México, Distrito Federal, febrero de 2015

1 comentario:

  1. Un bello recuerdo de Lilia Margarita Rivera Mantilla que se convierte en un merecido homenaje a su madre y a todos los profesionales de la enfermería, justo en la fecha que se celebra su "día". Al igual que ella considero que la labor de los enfermer@s tienen por vacación el servicio a los demás y que su labor es incuestionablemente profesional y no una simple actividad secundaria. Felicitaciones Lilia por tu excelente artículo, debidamente estructurado como tu sabes hacerlo.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.