Roberta Garza |
En opinión de Roberta Garza el
que la autoridad haya defendido los intereses de los ciudadanos es algo inédito
y no basta para acabar con las anomalías que protagonizan grupos como la CNTE y señala que “los síntomas inmediatos
de la descomposición nacional deben abordarse al mismo tiempo que se construye
un sistema de educación pública que convierta al ciudadano, y no a la
autoridad, en testaferro de la virtud cívica.” El texto corresponde a su
columna de los martes en Milenio Diario Laguna.
Eso de
que la autoridad defienda los intereses de la ciudadanía aplicándole a quien
infrinja la ley protocolos policiacos decentes —ni más, ni menos— es inédito en
México. Sin querer minimizar el logro, es necesario apuntar que el problema de
fondo sigue tan orondo: los intereses fundamentales de la ciudadanía no pueden
limitarse a liberar las calles y carreteras bloqueadas por porros cuyo acervo
cívico está tantito abajo del de los hombres de las cavernas, por importante
que esto sea, sino a que el país goce de una educación pública, laica, gratuita
y de calidad.
El
detalle está en que esos hombres de las cavernas son en buena parte del
territorio nacional nuestros maestros. Lo que nos está llevando al abismo,
pues, no es solo la ingobernabilidad, la ilegalidad y la impunidad, o el uso
fallido del poder del Estado —desde mucho antes de ese mentado 1968, por
cierto—, sino la estulticia nacional enquistada en el discurso público que
gesta y alienta lo anterior y que permite a una parte importante de nuestros votantes
creer y simpatizar con los múltiples equivalentes nacionales del pajarito de
Maduro, que tanto nos prodigan especímenes como Fox y Rayito a modo de
proyectos de nación: estos personajes no serían nada, ni hubieran llegado a
nada, de tener el país una gran masa crítica que exigiera a sus políticos algo
más que puntadas, demagogia y cinismo. Una masa crítica que, por ejemplo,
entienda las diferencias entre protesta y delito o entre izquierda y fascismo
populista, entre otras cosas.
Pero de
la humedad después hablamos: comencemos por enseñarles a nuestros niños a leer
y a escribir correctamente y, luego, a tratar de entender y transformar el
universo que nos rodea bajo rigurosos parámetros académicos y científicos a
través de las matemáticas, la historia, la biología y demás. La reforma
educativa da un pequeño paso hacia adelante al proponer métodos de evaluación
mínimos que a su vez permitirán capacitar las áreas débiles de cada estado,
ciudad, escuela y docente, pero si somos realistas sabremos que si en el futuro
inmediato los mismos maestros logran aprender a escribir medianamente seremos
muy afortunados.
Por
supuesto, no es un asunto de elegir entre una y otra variable: los síntomas
inmediatos de la descomposición nacional deben abordarse al mismo tiempo que se
construye un sistema de educación pública que convierta al ciudadano, y no a la
autoridad, en testaferro de la virtud cívica. Cualquier otra cosa será un mero
paliativo sexenal.
Twitter: @robertayque
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