René Delgado Ballesteros |
El jefe del Ejecutivo y los dirigentes
partidistas están obligados a reconocer una deficiencia del Pacto suscrito: no
basta la buena voluntad y el exhorto reiterado para someter o contener a
quienes corrompen la estructura de ese edificio; -nos señala René Delgado Ballesteros- a quienes roban y venden el acero como fierro
viejo; a quienes lo desmantelan en beneficio propio a costa del bienestar
general. Están obligados a reconocer eso, y algo más: no sólo en el campo
electoral se cimbra el edificio. La columna es Sobreaviso y se publica entre otros
medios en el Periódico El Universal,
los periódicos del Grupo Reforma y El Siglo de Torreón,
de cuya página web tomamos el texto. Se publicó el pasado sábado 18 de mayo y
puede verla directamente en el enlace que aparece a continuación:
Sólo
el instinto de sobrevivencia y el ansia de poder connatural a todo político
explican los arrestos como también la ingenuidad del presidente Enrique Peña
Nieto y de los dirigentes partidistas para pretender, a partir de un Pacto fincado
en la voluntad, asegurar un edificio cuya estructura -de los cimientos al
penthouse- acusa cuarteaduras y amenaza con derrumbarse.
La
impunidad, causa de las cuarteaduras, urge acciones mucho más osadas, firmes y
radicales si se quiere conjurar el derrumbe. Frena esa acción un insostenible
espíritu de cofradía y un malentendido sentido de unidad. Se perdona a quien se
debe castigar. Se encubre a quien hay que descubrir. Se entiende bamboleo por
estabilidad. Se confunde solidaridad con complicidad. Se quiere no agitar las
aguas cuando se navega en un mar embravecido.
El
jefe del Ejecutivo y los dirigentes partidistas están obligados a reconocer una
deficiencia del Pacto suscrito: no basta la buena voluntad y el exhorto
reiterado para someter o contener a quienes corrompen la estructura de ese
edificio; a quienes roban y venden el acero como fierro viejo; a quienes lo
desmantelan en beneficio propio a costa del bienestar general. Están obligados
a reconocer eso, y algo más: no sólo en el campo electoral se cimbra el
edificio.
La
descomposición política y social que desestructura al país, que un día estalla
aquí y otro allá y siempre sacrifica lo importante por lo urgente, reclama
redimensionar el tipo de acción a emprender si de reconducir al Estado se
trata.
Es
tiempo de depurar, no de reciclar. De reformar, no de parchar.
***
Durante
años -15 cuando menos- el desencuentro político y, por lo mismo, la falta de
acuerdos echaron abajo el gradualismo como la vía para reformar oportunamente
el edificio, adecuando su condición y función. La divisa de los ajustes fue de
más a menos: de lo deseable a lo posible, luego de lo perdido a lo que
aparezca.
Hay que soltar los lastres del pacto. |
Esa
circunstancia, así como la miopía y la ambición, condujo a la clase política a
entablar alianzas y formular arreglos de ocasión para sostener y administrar el
edificio, aun cuando no se gobernara. El remedio salió más caro que la
enfermedad: empoderó a corporaciones, gremios y caciques de toda laya, desbocó
a movimientos y grupos inconformes o desesperados. Por la vía del halago, el
patrocinio, la presión, la extorsión, el chantaje, los bloqueos o incluso las
armas, contra la pared y sufriendo el síndrome de Estocolmo -la veneración de
sus secuestradores- quedó la clase dirigente que, ahora, busca reposicionarse.
La política de sálvese-el-que-pueda hizo del Estado y del gobierno algo
fallido, y de la clase dirigente una compañía de marionetas.
En
el ejercicio del no poder pero de ocupar como fuere el penthouse del edificio,
al calderonismo fácil le resultó sentarse en las armas. Se fue a la guerra sin
estrategia, haciendo todo lo necesario para perder y agregar, a la
descomposición, la violencia criminal que, conforme a los modos políticos,
sencillamente aplicó los mismos métodos: extorsión, robo, tráfico, secuestro,
eliminación o decapitación.
La
violencia y el agandalle en sus más diversas expresiones fueron el legado, la
forma de relacionarse de los mexicanos.
***
Hoy,
hay un acuerdo básico pero limitado. Un Pacto suscrito en el pináculo del
edificio. Hay acuerdo, pero no tiempo y sí titubeos ante el qué hacer frente a
una realidad donde las manifestaciones de corrupción y desesperación, de resistencia
y violencia, de brutalidad y desencanto son aterradoras.
Los
hechos recientes sellados por la impunidad y la pusilanimidad integran una
relación interminable y, a la vez, invitan a no creer en la recomposición. Día
a día, un nuevo caso alimenta la desesperanza.
Un
ex subprocurador acusa el uso de la procuración de justicia como instrumento de
venganza de un general secretario para aplacar a sus iguales. Un ex secretario
particular de la Presidencia aparece implicado en un fraude a la paraestatal que
debía defender. Un ex gobernador confiesa su rapacidad pero, luego, jura hablar
cuete, aunque las arcas vacías de su estado lo desmienten. Un delegado, el de
Coyoacán, muestra sin cesar el cobre en busca del oro y su partido lo encubre
igual que el jefe de Gobierno. Un grupo empresarial seduce y hostiga de
diversos modos a funcionarios públicos y privados, según se plieguen o resistan
sus designios.
El
cruce de acusaciones entre candidatos en el marco de la incompetencia electoral
en Veracruz confirma que el cártel político más fuerte es el del narco. El
desgobierno en Michoacán es mezcla de inconformidad social con criminalidad
organizada. El afán de acallar a billetazos cualquier inconformidad en su
presencia pinta al gobernador de Guerrero. Las casas en Barcelona, los
departamentos en Miami, en Cancún o no importa dónde, comprados o rentados por
los perros o los cachorros de la corrupción, son un agravio. Los negocios
ilícitos de la autoridad electoral, sea en el Instituto o el Tribunal, son
burla a la confianza ciudadana.
Por
todo eso se entiende por qué un par de meseros muele a golpes hasta matar a un
cliente por no pagar la cuenta adulterada, por qué violan a una joven en un
antro sin que éste cierre un solo día sus puertas, por qué el robo de cables,
postes, coladeras o, incluso, el armazón de un puente para venderlos como
fierro viejo es un negocio, por qué un franelero se apropia de una calle o un
maestro de una autopista, por qué un puñado de encapuchados asalta la
Universidad violentamente manifestando disposición al diálogo, por qué se puede
perder la cabeza -en sentido real y figurado- por cualquier motivo.
En
esa circunstancia y guardando proporciones, la defenestración penal de Elba
Esther Gordillo y política de Humberto Benítez son plausibles, pero
insuficientes. Son buenos ejemplos, pero los ejemplos son muestra. Son parte de
un conjunto, pero no son el conjunto y, por lo mismo, no reconfiguran un
sistema ni recimentan el edificio. Son dos gotas de agua dulce en la mar.
***
La
descompostura política y social del país es de una magnitud superior a lo
calculado. Exige del presidente de la República y los dirigentes partidistas
radicalizar su Pacto si, en verdad, quieren reestructurar el edificio donde
están parados. Esto supone no sólo reformar y reformar leyes, sino también
aplicarlas a propios y ajenos. Si hay más arrestos que ingenuidad, es hora de
soltar lastre.
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