René Delgado Ballersteros. |
El
“unto mexicano” es indispensable para lubricar todo tipo de asuntos en nuestro
país y que corran debidamente, es lo que en otras palabras señala el periodista
René
Delgado Ballesteros
al escribir: “La mordida, el diezmo, la comisión, el entre, el moche, la
transa... han sido los eufemismos para señalar la corrupción, lubricante del
sistema político. La brutal incorporación del crimen al desarrollo de esa
práctica ha llevado a denominar esa competencia de un modo distinto. Extorsión,
cobro de derecho de piso, venta de protección, fueron y son los términos
establecidos para diferenciar una corrupción de la otra, siendo que es la misma”.
La columna se llama Sobreaviso y se publicó el pasado sábado en varios medios, entre otros El Siglo de
Torreón.
La
mordida, el diezmo, la comisión, el entre, el moche, la transa... han sido los
eufemismos para señalar la corrupción, lubricante del sistema político. La
brutal incorporación del crimen al desarrollo de esa práctica ha llevado a
denominar esa competencia de un modo distinto. Extorsión, cobro de derecho de
piso, venta de protección, fueron y son los términos establecidos para
diferenciar una corrupción de la otra, siendo que es la misma.
Dicho
de otro modo, las recientes revelaciones sobre la voraz actuación de políticos
y criminales en relación con el dinero, el trabajo y los bienes ajenos sugieren
una conclusión terrible. La diferencia entre ambas conductas deriva de algo
sencillo: si se cuenta o no con registro y legitimidad para practicarla.
Domina
en México -es triste decirlo- el crimen organizado con y sin registro. Es la
pequeña diferencia entre dos iguales, a la cual se agrega otra: los criminales
sin registro se juegan la vida en el empeño, los criminales con registro se
juegan muy eventualmente el puesto.
***
Vista
así la práctica del moche o la extorsión -el fondo de la materia es el mismo-,
el combate al crimen organizado sin registro por parte del crimen organizado
con registro no tiene por objeto hacer valer los derechos ciudadanos y la
seguridad pública. No, su objetivo es asegurar el monopolio de la expoliación
ciudadana por una u otra organización. En esa lógica, el país estaría inmerso
en una guerra destinada a asegurar un mercado, un campo o una actividad, no en
una destinada a reivindicar el Estado de Derecho.
Suena
a desmesura señalar que la diferencia entre políticos y criminales depende de
un registro, de una suerte de licencia para extorsionar a los ciudadanos. Pero
no, no lo es. Hay literatura al respecto. El autor que, quizá, más ha ahondado
en el asunto es el ensayista y poeta alemán Hans Magnus Enzensberger. Su libro
Política y delito es contundente, su poema Defensa de los lobos contra los
corderos es elocuente. De modo u otro, advierte la nula frontera entre la
actividad criminal y política.
En
el poema citado, Enzensberger formula un cuestionamiento tremendo. Se reproduce
un extracto, respetando su literalidad: "muchos son los robados, y pocos
los ladrones./Pero ¿quién los aplaude? ¿quién los condecora y distingue?/¿quién
está hambriento de mentiras?".
***
La
revelación de que los alcaldes son víctimas por partida doble -del moche por
parte de los políticos y de la extorsión por parte del crimen- exhibe de manera
descarnada una realidad insoportable: la diferencia entre unos y otros depende
de la legitimidad con que practican sus tropelías.
Desde
el poder legitimado en las urnas, el empeño se ha puesto en explicar la
corrupción política como una cuestión histórico-cultural, indigna pero
establecida como costumbre; y la extorsión como una cuestión delincuencial,
digna de persecución y castigo. Al mismo fenómeno lo denomina de un modo
distinto y, así, justifica por qué una se tolera y otra se persigue. Legitima
la actuación política y deslegitima la actuación criminal.
Nunca
se ha visto a un servidor público o a un representante popular esposado de
manos, escoltado por policías con el rostro cubierto, con la cabeza gacha,
expuesto públicamente delante de la escaleta que dé su estatura por el delito
de cobrar el diezmo o el moche a un alcalde, comerciante o empresario. En
cambio, esa escena -particularmente, durante el sexenio pasado- fue pan de
todos los días cuando se trataba de exhibir a un delincuente que hacía
exactamente lo mismo... pero sin credencial.
***
Tan
en la entraña del sistema político están el moche y el diezmo que igualan a los
partidos en condición de practicarlos.
La
alternancia, en ese sentido, se convirtió en una cuestión de turno. Al llegar
al poder, Acción Nacional en vez de desplegar y hacer ondear la bandera de la lucha
contra la corrupción, la plegó y arrumbó para no desaprovechar su turno frente
al botín. Hoy, en el banquillo de los señalados por reclamar moche o diezmo
está ese partido, pero lo cierto es que es una práctica generalizada en todas
las fuerzas políticas con registro. La pluralidad con que incurren en ella,
priistas, perredistas y los etcéteras, no habla de la riqueza del régimen, sino
de su miseria.
Absurdamente,
Acción Nacional ha querido desvanecer el delito en que presuntamente incurren
algunos de sus cuadros, asegurando que la denuncia no es producto del hartazgo
social, sino de la disputa a su interior por la dirección del partido y, en ese
marco, las corrientes panistas ya negociaron la cabeza del coordinador de los
diputados albiazules, Luis Alberto Villarreal. La ocasión de retomar y
desplegar aquella bandera, de marcar diferencia, la han perdido reconociéndose
como cómplices de los suyos y los ajenos.
En
concierto con ellos, priistas, perredistas y los demás han guardado silencio
frente a la práctica del diezmo y el moche. No es muestra de respeto a un
supuesto asunto interno de un partido, es muestra de complicidad en la práctica
generalizada de un delito.
***
Estos
días, la corrupción se ha expuesto como el vicio que vulnera cualquier posibilidad
de cambiar el régimen.
Vulnera
el combate al crimen organizado por parte del Estado, convirtiéndolo en una
disputa entre dos organizaciones por el monopolio de la extorsión. Vulnera la
posibilidad de pensar en la apertura del sector energético, sin considerar el
saqueo. Vulnera la credibilidad en la reforma educativa por la forma en que se
"compran" voluntades del magisterio. Vulnera a la democracia porque,
pese a la aparente diferencia, los partidos son iguales. Quizá, en esa
complicidad entre partidos, en ese parecido entre políticos y criminales se
explica por qué la Comisión Nacional Anticorrupción suena a leyenda.
Hay
excepciones, desde luego, pero si no se actúa en serio y a fondo contra la
corrupción, será imposible restablecer la frontera entre política y delito, así
como reponer horizontes a la nación.
Sobreaviso12@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.