Desde siempre, el hombre de campo ha sido carne de urna para los políticos del Partido Revolucionario Institucional y los factores para controlarlo han sido su hambre inmemorial y la entrega de diversas cantidades de dinero, siempre exiguas, comenta don EDUARDO ELIZALDE ESCOBEDO en ésta nota que se publicó en enero de 1977 en uno de los medios que fundó en Torreón, la revista 7 DÍAS.
¿Es la colectivización el sistema ideal para hacer producir más y mejor al hombre de campo?
Quienes manejan los planes agropecuarios de México en éste sexenio, inclinan sus programas de créditos hacia esa creencia.
“Se logra un mejor aprovechamiento de los recursos, un esfuerzo conjunto del hombre y la máquina hacia un solo fin”, le dirán.
Más la experiencia vivida en La Laguna, denuncia que cuando se realiza un trabajo conjunto, donde no hay una distribución equitativa de la labor a ejecutar, ni tampoco un incentivo para el que realiza mejor su función, , acaba por convertirse en una carrera “de tortugas”.
No importa el tiempo en que se llega a la meta, sino el mínimo esfuerzo que se realice para cubrir la ruta. Al fin se otorga el mismo trato a los empeñosos, a los cumplidos, que a los holgazanes u omisos.
En el sistema colectivo ejidal de La Laguna el tirón no es parejo. Naturalmente, habrá sus excepciones y sociedades de crédito ejidal, que por ese sistema, son prósperas. Pero tampoco ahí el reparto de utilidades ha sido justo.
Si usted lo duda, pregúntele al ejidatario más próximo. Le hablará sobre una serie de carencias propias, de gastos superfluos de su socio delegado y de una serie de circunstancias, por demás reveladoras.
El campesino sueña desde hace 30 años por que se le señale su parcela y ya ubicado en ella, se le permita mejorarla mediante los procedimientos más adecuados. Nivelación, fertilización, distribución de cultivos, sistemas de riego.
Más del 75 por ciento de los ejidatarios laguneros , no conocen cual es su terreno y aunque son poseedores de una dotación determinada de hectáreas, éstas se confunden entre las restantes de sus compañeros de ejido. Se siembran, se cultivan, se fertilizan, se fumigan en conjunto.
Y, a la hora de la cosecha, también ésta se recoge en conjunto. Se vende en conjunto. A la hora del reparto de utilidades, cuando las hay, se reparte en conjunto. Quién trabajo más, recibe igual que quien holgazaneó. El que sustrajo algo de algodón para cubrir una necesidad momentánea, también tiene igual trato que quien obró con honradez.
No siempre se fumiga, ni tampoco se fertiliza, en el número y ocasiones que la técnica indica. El hombre de campo necesitado de medios, ante lo precario del anticipo crediticio, dispone del fertilizante o del insecticida. ¿Qué puede importarle tal omisión, si al fin del ciclo recibe lo mismo, si produce más, o si produce menos?
A esa situación añada usted el tutelaje que ejerce sobre el hombre de campo la institución crediticia, no para proteger su inversión –que esto le importa un comino- sino a fin de comprar en su nombre el fertilizante, insecticida, combustible y demás elementos indispensables para poner en marcha el trabajo del campo. Pero tampoco para obtener mejor cantidad ni resultados, sino para conseguir la comisión.
Hay connotados ejidatarios con equipo adquirido con créditos del Banco, de propiedad particular, que obtienen contratos de maquila para trabajos en ejidos, cuya irregular función protegen funcionarios bancarios. Esto desvía fondos encaminados al campo y eleva costos de los cultivos.
¿De cada peso que el Gobierno Federal eroga para hacer producir el campo, cuántos centavos llegarán realmente a ese fin?
La realidad es cruda. El campesino es honrado, pero se le prostituye con dinero y hambre. Se conoce el camino para tener más éxito, pero se prefiere el río revuelto más propicio para la rapiña.
¿Por qué no se da auto-libertad al hombre de campo? Para comprar, vender y operar, sus aperos, en materia prima, sus cosechas. Para elegir la forma de operar y se le señala cual es su parcela. Para obtener la asesoría técnica que a él mejor le convenga, o la marca de tractor que quiera.
Solo tiene el ejidatario un derecho:
El encontrar el tendajón, donde pueda comprar frijol, maíz, papas, que su frugal dieta exige. Disfrutar plenamente su miseria.
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