Germán FROTO MADARIAGA |
Además de ser un abogado destacado, Germán Froto Madariaga gusta
de colaborar como editorialista en medios escritos desde su época de estudiante
con la entrega semanal de su columna Adenda.
Desde hace ya bastantes años participa semanalmente en El Siglo de Torreón donde
se publicó el presente texto hoy 17 de noviembre. Lo reproduzco sin su
autorización aunque convencido de que por el tema es de interés general.
A
veces llegan a mis manos textos que me envían personas generosas para que los
lea y los comente. Por razones de tiempo y oportunidad, algunos hacen fila
esperando el momento propicio para ello.
Sin
embargo, hay otros, como el que ahora comentaré, que de inmediato captan mi
atención y me impulsan a escribir algunas reflexiones sobre su contenido.
Mi
buen amigo, Ricardo Murra, me hizo llegar un libro maravilloso, editado por la
"comunidad de vida, para adultos con parálisis cerebral: Mentes con
alas", que contiene pensamientos y reflexiones sobre estas personas, que
lo único que buscan es ser tratados como iguales a todos los demás.
En
el prólogo de la señora Ruth Berlanga de Ávila -por cierto esposa de un excompañero
mío, Fernando- ella, como madre de un niño con esta discapacidad afirma:
"La existencia está llena de misterios. Dar a luz a un hijo con
discapacidad me hizo aprender a amar las diferencias y encontrar una misión en
la vida".
Hay
ocasiones en que las cosas son así, pero no deberíamos necesitar de ello para
entender que todos somos iguales; así como aprender a dar gracias porque
podemos movernos por nosotros mismos y atender plenamente a nuestras necesidades,
cuando es el caso.
Es
tan poco lo que ellos piden de nosotros que es un acto de profundo egoísmo
negárselos. O como diría un amigo mío: "Cosa grande pide cosa
pequeña". Nos podrían decir: "Sólo quiero que me veas y trates como
igual; que no te apiades ni compadezcas de mí, sólo que me trates con dignidad,
como a cualquier hombre".
En
palabras de uno de ellos, nos dice: "Nacer bajo estas condiciones no es
fácil, ni para nosotros, ni para nuestra familia".
Por
miedo a que lo rechazaran, lo observaran de más en la calle o se burlaran de
él, sus padres preferían dejarlo en casa; señaló que eso no le gustaba y que
muchas veces se sintió solo, olvidado, alejado de la convivencia con otras
personas, cuando él sólo quería salir, jugar, platicar, en fin, hacer lo mismo
que los demás".
¿Acaso
eso es mucho pedirle a una sociedad? Claro que no, lo que sucede es que a veces
nos falta conciencia y nos sobra egoísmo.
Todos
somos todo; y si una parte del todo no está bien, debemos de sentirnos mal por
ello. No podemos estar bien si algunos de nuestros miembros no lo está.
Pero,
¿cómo hacer conciencia para que todos estemos atentos frente a este tipo de
necesidades?
Creo
que lo primero es percatarnos de su existencia, porque podemos llegar al
absurdo de suponer que todos estamos bien, cuando no es así.
Lo
segundo es concientizarnos de la forma en que debemos tratar a estos hermanos
nuestros.
En
ocasiones tomamos las calles para protestar porque no tenemos agua o no ha
pasado la basura o contra un mal gobierno. Pero somos incapaces de protestar
porque en nuestras calles, edificios y escuelas no hay condiciones para que
estas personas se muevan adecuadamente.
Hay
quienes llegan al absurdo de oponerse a que sus hijos convivan con personas
discapacitadas, sin darse cuenta de todo lo que los otros muchachos pueden
aprender de ellos.
Para
empezar, aprenderán lo que es la solidaridad, la tolerancia y el respeto a la
diversidad. Lo que es un esfuerzo verdadero para aprender a leer y escribir y a
responsabilizarse de su persona.
Aprenderán
a apreciar lo que son y lo que tienen; lo que sus padres hacen por ellos y los
dones inmensos que Dios les ha regalado. A compartir sus juguetes y sus
conocimientos. En fin, a ser personas de bien.
En
mi vida he conocido casos de personas con esta discapacidad que lograron un
título universitario y a otros que teniéndolo todo, son más burros que el asno
de Sancho Panza.
Teresa
de Calcuta, solía decir: "Hay más hambre en el mundo por la falta de amor,
que por pan".
Y
nosotros pensamos que con darle de comer a un pueblo éste será feliz; si no
tiene amor, si no se siente amado, no será nadie, ni será feliz.
Tenemos
que aprender a ser solidarios con las personas que viven con parálisis
cerebral, porque solidaridad, es dar lo que uno tiene al que más lo necesita. Y
si algo nos debe sobrar es tiempo, disposición y sonrisas para regalar a estos
seres maravillosos que comparten nuestro mundo.
Puedo
entender tenuemente, lo que unos padres de un hijo con esta discapacidad pueden
sentir, porque si para otros en condiciones normales, "un hijo se lleva en
el vientre nueve meses, en los brazos los primeros tres años y en el corazón
toda la vida", ellos tienen la capacidad, si fuera necesario, de llevar a
sus hijos en sus brazos toda una vida, en un acto de amor supremo.
Gracias
Ricardo, por ser instrumento de Dios para hacernos ver estas realidades; y
gracias a ti Ruth, por tu loable labor a favor de todos los que, como tu hijo,
sólo buscan ser tratados igual y recibir todo el amor al que tienen derecho.
Por
lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la
palma de Su mano".
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