Adela CELORIO |
Dueña de un estilo para escribir que
se podría describir como desparpajado o irreverente Adela Celorio es
colaboradora entre otros medios de El
Siglo de Torreón y Siglo Nuevo.
En los temas que trata a veces instruye, generalmente entretiene y siempre
divierte (a mi al menos) por lo que incluyo el presente texto, sin su autorización
aunque le pediré permiso para una próxima ocasión en el correo electrónico que
aparece al pie de la presente.
A
mí que soy improvisadora y espontánea, me irrita la inflexibilidad con que se
comportan los artilugios modernos; aunque reconozco que me beneficio (aunque
sólo sea a trompicones) de la ubicuidad y la eficiencia con que me permiten
moverme en el globalizado mundo de hoy. Disfruto el cotidiano asombro que me
producen los correos electrónicos que abro cada mañana sintiendo caracolitos en
el ombligo mientras me pregunto como aquella canción de Rafael: ¿Qué pasará qué
misterio traerá…? Sólo mi torpeza en el manejo de la tecnología me ha impedido
hasta hoy hacerme Facebok-dependiente, pero no tardo en caer porque me está
gustando eso de conocer gente nueva y reencontrar tantos viejos amigos. Y ahora
que son especie en extinción aquellos teléfonos públicos que (cuando no estaban
vandalizados o descompuestos) nos comunicaban por un pesito, ¿cómo prescindir
de la multifuncionalidad y hasta de la impertinencia del teléfono móvil? Ahora
que me he modernizado resulta Imposible vivir sin Internet que es mi personal
bola de cristal, conoce mi pasado y predice mi futuro, resuelve mis dudas de
historia y geografía, conoce los secretos de las mejores cocineras y conoce
comparte sin discolerías sus mejores recetas de cocina.
Para
mí, que nací naci en un mundo elemental, la intensidad que hoy le dan a la vida
los artilugios modernos me mantiene en constante frenesí; pero también me
incluye en el mundo de los zombis. Todos primer mundistas, todos conectados,
todos intercambiando avalanchas de información; pero cada uno solitito en su
burbuja cibernética. Ni la hoja del árbol se mueve sin que alguien lo cuelgue
en la red. No hay secretos ni privacidad que escape a las cámaras digitales. La
velocidad con que Internet nos conecta con el mundo; aun para las mentes más
iluminadas hace apenas unos años hubiera sido inimaginable. Consultar a una
médium llamada "La Paca" era el método más científico que conocían
nuestros políticos para desentrañar misterios y encontrar calaveras
desaparecidas.
La
gente del diario acudíamos al tumbaburros, como llamaba papá al diccionario. El
teléfono (uno sólo para toda la familia y se usaba sólo para lo indispensable)
era un señorón que vestido de rigurosa etiqueta nos convocaba desde el pasillo
más transitado de la casa. La salsa se hacía en molcajete, el café se filtraba
por una coladera de franela, y para sumar y restar, dependiendo de la edad
usábamos los dedos o la cabeza. Se compraba sólo lo necesario y se pagaba con
dinero porque no existían las tarjetas de crédito. No queda tan lejos en mi
recuerdo el tiempo en que antes de las ocho de la noche yo debía entregar
personalmente mi colaboración en el periódico UNOmásUNO donde trabajaba por
entonces.
Cuando
el Querubín me obsequió un novedosísimo "Fax", me pareció tan poco
confiable que después de enviar mi trabajo por el aparato, por algún tiempo
seguí llevándolo personalmente para asegurarme de que se recibiera. Hoy mis
manos se deslizan sobre el teclado de la computadora con la destreza adquirida
en las antiquísimas máquinas Remington con que las niñas antiguas aprendíamos
mecanografía; y que hoy son piezas de museo. El trabajo de cambiar un párrafo
de lugar o corregir un desliz de dedo, implicaba la artesanía de recortar y
pegar, o recomenzar varias veces el trabajo. El papel carbón y el corrector,
imprescindibles en cualquier escritorio, pasaron a la historia como según dicen
-espero no verlo- pasarán los libros impresos sustituidos por las bibliotecas
virtuales.
Lo
de hoy es mantenerse enchufado: computadoras, tabletas y blackberries,
sustituyen al cerebro, a la memoria y a la comunicación cercana y humana;
construyendo así, una nueva sociedad, poderosa, globalizada y enloquecida por
nuestras propias quimeras. Tenemos el mundo y sus misterios a picar de un
botón. Nos adelantamos a las veleidades del clima, conocemos el comportamiento
de las Bolsas de Nueva York, de Tokio, y la fecha de nacimiento de Toña la
Negra. Con mis artilugios me siento al mando como la bruja Tábata a la que
basta mover la nariz para que las cosas sucedan: compro, vendo, investigo,
chismeo, soy todopoderosa hasta que una mañana me levanto y no hay café.
Ni
la caminadora ni la computadora y ni siquiera la licuadora funcionan porque
"se fue la luz". La energía eléctrica, esa fuerza silenciosa que
trabaja con discreción y sin alardes y sólo adquiere relevancia cuando falta;
se pone al mando. ¡Maldición!, doy vueltas por la casa sin saber qué hacer. De
puro aburrimiento decido largarme a la calle sólo para descubrir que ni
siquiera puedo salir de la casa porque las puertas de mi garaje son eléctricas.
Sin agua para bañarme, sin café y ni siquiera una salsa para mis huevitos del
desayuno; porque ni la bomba de agua ni la cafetera funcionan sin electricidad,
y ya nadie sabe usar el molcajete; paso en unos minutos de la modernidad a la
miseria más absoluta.
adelace2@prodigy.net.mx
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