ROBERTA GARZA |
Con el estilo que la caracteriza, Roberta
Garza, periodista originaria de Nuevo León
toca el tema de la reciente matanza realizada por un desquiciado en los Estados
Unidos y la oposición de los ciudadanos pese
a ello, de un mayor control de armas por el gobierno. El presente texto se
publicó en Milenio Diario Laguna.
Las
armas no matan, mata quien jala el gatillo. Así dicen los cabilderos de la
Asociación Nacional del Rifle (NRA), dedicados a mantener intacto el derecho de
todo estadunidense a comprar y portar armas, y el lucrativo negocio alrededor
de éstas, al amparo de una idea muy arraigada en el imaginario del país: el
poder defenderse, literalmente por sus pistolas, de cualquier extraño enemigo
que profane con sus plantas su suelo.
Al
margen de intereses de dudosa reputación, ojalá el problema tuviera una
solución tan simple como regular más y mejor la venta de armas, pero hay que
recordar que la insensata masacre de los niños de Sandy Hook se llevó a cabo
con armas legalmente compradas y registradas por una ama de casa suburbana, la
primera víctima del asesino, es decir, su propia madre. Sin duda, prohibir las
armas de asalto semiautomáticas sería un buen comienzo que, por lo menos,
reduciría el daño causado durante este tipo de ataques: nada tiene que hacer
ese poder de fuego en manos de civiles. O eso decimos los mexicanos promedio,
acostumbrados al paternalismo de nuestra histórica dictablanda: en EU las
labores propias del gobierno, incluyendo las policiales, son vistas por los
republicanos ciudadanos de la Unión con un grano de sal. ¿Ejemplos? En 2005 el
estado de California prohibió a los civiles tener rifles de calibre .50 o más.
Ronnie Barrett, el dueño de la empresa que fabricaba mayoritariamente las armas
de ese calibre para las policías estatales, ordenó dejar de venderlas allí porque
“ninguna policía debe estar más o mejor armada que sus ciudadanos”. Y
chínguense.
El
elefante en el cuarto son dos; por un lado, resulta asombroso que en EU sea más
fácil y legal para cualquier hijo de vecino comprar un arma de calibre militar
que un carrujo de mota: disparar contra los mojados en su travesía por los
campos de Arizona es visto como algo patriótico, mientras que tronársela oyendo
música ponedora no tanto. Por el otro, la discusión se ha centrado en un tema
quizá necesario pero no central: si bien es cierto que una revisión del ethos
belicista no le vendría nada mal al país, el verdadero problema está en otra
parte: el precario estado de las instituciones y de las políticas públicas
alrededor de la salud mental. Porque si una señora de clase media alta de Nueva
Inglaterra, aficionada a las armas y a los clubes de jardinería, no tiene
manera de tratar y de supervisar a su hijo enfermo, ¿qué consuelo le espera a
los demás?
Twitter: @robertayque
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