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8 de mayo de 2013

Después de la visita

René Delgado Ballesteros.

René Delgado Ballesteros comenta en su columna Sobreaviso que se publica en varios medios nacionales, el ánimo que dejó en el país la visita del Presidente Estadounidense Barak Obama y destaca el ambiente diferente, en relación con los cien primeros días en medio de las situaciones a que dieron lugar las protestas magisteriales y la ocupación de universidades por encapuchados. El texto fue tomado del portal de internet de El Siglo de Torreón donde escribe Delgado Ballesteros, lo mismo que en El Universal y en los diarios de Grupo Reforma.

Fue la visita del presidente Barack Obama un paréntesis, si se quiere un remanso o un respiro:

http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/866716.despues-de-la-visita.html

El encuentro siguió, por fortuna, el guión preestablecido sin sobresaltos ni sorpresas buenas o malas, ni resultados espectaculares, pero, eso, en la circunstancia nacional, es ganancia. Tanta calamidad política y social se ha cebado sobre el país que, de pronto, escuchar la visión de un dirigente extranjero sobre lo que aquí ocurre es un alivio, sobre todo, cuando le da perspectiva a los empeños por abatir la violencia y la impunidad que, en la inmediatez, nos arrastran y desesperan... pero la visita ha terminado.
Vamos de nuevo a la realidad que, en estos días, amenaza agregar, a la violencia criminal, la violencia política, visto el desbordamiento de malestares sociales que, organizados o no, configuran un movimiento que, en un descuido, puede vulnerar la estabilidad política y social.
Pensar en más sangre y más muertos es inaceptable.
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El martes pasado, el nuevo gobierno cumplió 150 días en una atmósfera distinta a la de los primeros 100, donde destacaban la recuperación de la iniciativa política, el lanzamiento de las reformas de la educación y las telecomunicaciones y, sobre todo, el deseo de hacer cosas. Del entusiasmador anuncio de los propósitos se ha pasado a la dificultad de su realización.
Hoy, el cuadro es mucho más complicado. Los desbocamientos del malestar social en Guerrero y Michoacán que bien pueden contaminar la vertiente sur-Pacífico; la contradicción entre la voraz ambición electoral en Veracruz y la fragilidad de la misión política pactada por el gobierno federal y los partidos nacionales; la ocupación de la Universidad Nacional por un puñado de ultras que pone contra la pared a una comunidad; el mal diseño y arranque del único programa de gobierno en curso -como lo es la Cruzada contra el Hambre- que resta credibilidad a su noble propósito; la impunidad de quienes entienden el servicio público (federal o defeño) como ocasión para abusar, y la incontenible barbarie criminal atentan contra la esperanza del futuro y la urgencia por restablecer formas civilizadas de entendimiento entre los mexicanos.
El peligro de la polarización política y social vuelve a poner el cuchillo entre los dientes de los mexicanos.
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Quienes instan a apartarse de los canales institucionales de participación y a hacer del motín la mejor forma de expresión y quienes instan a replicar esa postura soltando las amarras de la fuerza pública y hacer del tolete el más sólido argumento marcan los extremos del resurgimiento de la polarización y la confrontación social que enorme daño han provocado al país.
Días difíciles afronta el secretario Miguel Ángel Osorio Chong: abatir la violencia criminal y evitar la violencia social sin contar con una Policía capaz y confiable nada tiene de sencillo, menos cuando la sangre dejada por la anterior administración no se acaba de secar y cuando el deterioro de los derechos fundamentales es motivo constante de denuncia por parte de organismos nacionales y extranjeros, comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Días difíciles afronta el secretario Osorio Chong: alinear la misión política establecida, cuando los partidos, todos, no son símbolo de organización e inteligencia, sino argamasa de intereses, pleitos y complicidades, es tanto como dirigir una orquesta sin músicos ni instrumentos.
Se dice fácil, pero ejercer el uso legítimo de la fuerza pública para preservar la paz y el orden es, justamente por el estado y la condición de esa fuerza, un albur o una aventura de pronóstico reservado. De la fuerza pública -en este caso, metropolitana- se echó mano el primer día del nuevo gobierno y el resultado fue lamentable: se lastimó, se detuvo y consignó no a quienes se debía. Si algo sufrieron los vándalos, los verdaderos promotores de la violencia, fue un ataque de risa. La investigación, puntual y valiente, de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal exhibió el uso desmedido, arbitrario y troglodita de la fuerza pública. Hoy, el subsecretario de Seguridad Pública de la capital, Luis Rosales, lleva por condecoración el señalamiento de haber violado derechos fundamentales de quienes nunca debieron ser agredidos.
¿Cómo echar mano de la fuerza pública, si ésta no está capacitada para ejercerla? ¿Cómo echar mano del diálogo, si éste se ha convertido en el eufemismo de la debilidad o de la renuncia al propósito fijado en la reforma de ésta o tal otra materia? ¿Cuál es el punto medio, el equilibrio en el uso de ambos instrumentos sin confundirlos con el fin?
Días difíciles son éstos para acordar, coordinar y conducir la política interior.
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Corre una quincena que, por rematar en el Día del Maestro, es arena natural para que el magisterio resista la reforma de la educación.
Sí, los maestros agrupados en la Coordinadora juegan a desbordar el legítimo derecho a la manifestación y a sumar a su causa el cúmulo de descontento para, sobre la base del desbocamiento, torcer la reforma constitucional en su reglamentación y ablandar al gobierno. Y, sí, los maestros agrupados en el Sindicato, aparentemente domesticados con el encarcelamiento de su exlideresa, juegan a dejar a la Coordinadora a dar la cara por ellos porque, en el fondo, ambas agrupaciones tienen por común denominador la defensa de la plaza -en el doble sentido de la expresión- como patrimonio para vender o heredar. Importa la plaza de maestro, no necesariamente la mejora de la educación.
Vienen, pues, días de una tensión superior a la vista, son la cuesta más difícil de remontar en la ruta hacia la meta establecida. Días, donde la pusilanimidad de políticos como los que encabezan los gobiernos de Guerrero y Veracruz, sin desconsiderar a Michoacán donde no hay gobierno, estorban más de lo que ayudan: en vez de atender por separado los problemas, los suman y los mezclan en una licuadora que arroja por resultado cócteles de composición explosiva, electoral, política o social.
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El respiro de la visita del presidente Obama, que, como es natural, tenía por objeto mandar un mensaje aquí pero también allá, ha concluido.
Viene la cuesta de mayo, se sorteó el día primero, pero gobierno y partidos deben asumir que lo pactado obliga a salir del juego de complicidades para poner en marcha acciones combinadas de fuerza e inteligencia, operaciones quirúrgicas para abatir la violencia criminal y evitar la violencia social, sin renunciar a las reformas ni pervertirlas en aras de un diálogo sin sentido ni de una paz artificial e inaceptable.
sobreaviso12@gmail.com

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