Roberto Orozco Melo |
Hace
un par de días hablaba de los sabios amigos que tengo en casa: mis queridos
libros. Y al ser la amistad antesala ocasional del amor, les confieso que uno
de mis primeros amores infantiles fue, sin duda, Rosas de la infancia, escrito
por María Enriqueta Camarillo, la inseparable esposa del historiador Carlos
Pereyra. Era el texto de lectura con que la maestra Elenita Cortés nos enseñaba
los rudimentos del saber en el tercer año de la escuela primaria. El libro
incluía un sinfín de pequeñas historias, como Mi padre, La última mentira, Dos
pesadillas y Almendrita, además de poemas, versos y fábulas como El girasol y
la encina, de José Rosas, y El avaro, de Esopo. Puedo asegurarles que estimular
así la imaginación de un niño era mucho mejor que a través de los pizarrones
'inteligentes' que ahora están de moda en las escuelas... ¿Por qué?... Porque
nada podrá igualar las imágenes proyectadas al interior de la mente a través de
la luz de unos ojos infantiles, encendidos por las páginas de un buen libro...
Yo tengo acopio de ellos y a mi vida han llegado por propia cuenta o por
obsequios estimados de quienes bien me aprecian.
Y
qué bueno es que los tengo. Ellos dotan a mi vida de una ventana -amplio y
espléndido mirador- por la cual puedo asomarme a los hechos de la historia que
tanto me apasionan; a los increíbles paisajes de la geografía mexicana y
universal y, en éstos, a la flora y a la fauna que los habita, incluidos los
animales racionales llamados "Seres humanos".
Nada
hay como los libros para mantenernos vivos en el mundo actual, el de ayer y el
de mañana. ¿Qué podría divertirnos más que los sublimes arrebatos de la
novelística romántica, los enredos de la picaresca o los misterios de la novela
policiaca? Libros hay para todos los gustos y todas las economías. Los hay
impresos -baratos y onerosos-; hay libros encuadernados en rústica y los hay en
keratol o en fina piel. Pero si lo que busca es economizar espacio sin dejar de
expandir su propio universo cognitivo, ahí tiene usted al libro digital: un
artilugio que no es más grande ni más pesado que un libro ordinario, y en el
que puede 'cargar' miles de títulos
:
más de los que Dorian Gray, el tristemente célebre personaje novelesco de Oscar
Wilde, podría haber leído en cien generaciones, si el autor no lo hubiera
orillado a poner fin a la trama, apuñalando su momificado retrato.
Mas
lo importante no radica en el continente, sino en el contenido. ¡He aquí otra
virtud de los libros!: Si no le gustó el tema o el estilo del autor, la
tipografía, el papel, el tamaño, el peso o el volumen; que ya le aburrió...,
que no le entendió..., usted puede regalarlo a alguien más. La lectura es un
noble arte, accesible a todos los gustos e intereses, que siempre encontrará un
lector agradecido.
¿Leer
es un camino sin fin? Es verdad. ¿Leer todo lo publicado hasta hoy es
imposible? Sin duda... Pero leer es vivir y revivir; ...y mientras años me dé
Dios, no desaprovecharé este Don sin dejar de hallar vida en los libros.
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