Roberto Orozco Melo. |
El periodista, historiador, abogado y político Roberto Orozco Melo originario de Parras pero con muchos años de residencia en Saltillo en su columna Hora Cero que publican medios como El Siglo de Torreón, Zócalo y El Diario de Coahuila se ocupa de los superficies que construidas serían útiles a entidades públicas o privadas pero en los más de los casos sus dueños mantienen baldías como objeto de especulación, para obtener posteriores ganancias que colmen su avaricia.
En
el campo la gente suele decir de un terreno inútil, sin cultivar, que es un
baldío; que está ahí de balde, pues no sirve ni beneficia a nadie.
Y
en las áreas rurales, en efecto, los baldíos son superficies inútiles. Pero en
las ciudades, estos terrenos, aunque se vean abandonados y llenos de basura,
son espacios cuyo valor crece cada día y no precisamente por la acción o
inversión de sus dueños.
Todo
asentamiento urbano tiene manzanas parcialmente edificadas por familias que
buscan un techo y un patrimonio seguro. Los baldíos son, por el contrario, el
hábitat de la avaricia. Los reservó el fraccionador para sí mismo, esperando
que las construcciones ajenas incrementaran su valor y así venderlos a precios
mayores. O los compraron los ricos de la localidad, quienes tienen suficiente
dinero para dejarlos extendidos en tierras sin oficio, pero con mucho
beneficio, que algún día enajenarán a precios de oro.
Y
ahí están, exponiendo su triste presencia ante los ciudadanos: eriazos urbanos
que piden a gritos la acción de las autoridades para que se les entregue a un
servicio de utilidad o a una función social. Cansados de estar a la balda y de
vivir ociosos, se llenan de yerbajos y maromas, esa plaga vegetal que acusa
injuria y dejadez.
Los
dueños los cuidan sólo de vista. Como avaros, pasan a diario frente a ellos,
vigilando que no hayan sido invadidos y que sigan perezosos, acumulando, con el
no hacer, valores ajenos. Y ven, con entusiasmo ruin, que en el terreno vecino
ponen los cimientos de lo que será alguna edificación; se frotan por ello las
manos con fruición mezquina y exclaman: "Esto sube, esto sube".
En
Estados de avanzada hay leyes de baldíos urbanos que obligan a los propietarios
a pagar impuestos prediales tomando como base el valor del terreno y construcción
importante de la zona. Si al lado de un baldío hay dos casas, el dueño del
terreno inútil deberá pagar contribuciones como si estuviese construido, tal y
como las liquidan sus vecinos, o tal vez más.
Pero
en Coahuila tenemos que luchar, además, contra baldíos más destructivos:
nuestros ayuntamientos, beneficiarios fiscales y, por lo mismo, responsables de
la tierra urbana, que no se atreven a tocar a los poderosos dueños de tales
terrenos, ni siquiera para ordenarles que los limpien de yerbajos y basura,
menos para imponerles la carga fiscal que ameritarían por detentar propiedades
sin contenido social.
Definitivamente,
los huecos en el ejercicio de la autoridad son los responsables de los grandes
eriales de la tierra urbana. Y estos baldíos, de criterio, de incumbencia y aun
de determinación, mantienen a nuestras ciudades en un nivel de descrédito y
abandono.
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