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23 de septiembre de 2013

Oraciones o trompadas

Adela Celorio.
Luego de un breve periodo vacacional Adela Celorio vuelve con su columna en El UniversalGrupo Reforma El Siglo de Torreón. En su más reciente participación editorial escribe acerca de la celebración del Yom Kippur, que es parte importante de la liturgia hebrea.
    
Ellas con sus mejores galas, ellos muy bien trajeados, y todos estrenando porque es la costumbre. Por la tarde, antes de que aparezca la primera estrella se apersonan en las diferentes sinagogas de esta capital para asistir a la celebración más importante de la judeidad. De acuerdo con esa tradición, en Yom Kippur o Día del Perdón, el comportamiento de cada persona es juzgado por Dios, quien otorga el veredicto para inscribirlo en el libro de la vida o en el de la muerte. Veinticuatro horas de reflexión y oración para poner el alma en orden y recuperar la armonía perdida en el mundo convulso que nos ha tocado vivir. Aunque lo mío, lo mío, es la Navidad, me gusta la ceremonia de Kippur y su significado. Para sus fiestas mayores acostumbro acompañar a mi Querubín a la sinagoga. Lo observo desde la galería porque no está permitido que hombres y mujeres se sienten juntos. Lo veo rezar concienzuda, tercamente como hace él todas las cosas. Acostumbrada a rezar el "Yo Pecador" y a reconocer mis pecados a golpes de pecho: "por mi culpa, por mi grandísima culpa…" no me cuesta ningún esfuerzo conectarme con plegarias muy similares; no hay que olvidar que los católicos tenemos profundas raíces en el judaísmo.
Lo que sí me cuesta muchísimo es el ayuno, pero me lo salto y ya. Mi Querubín a quien le gusta jugar a la Ruleta Rusa con su salud, se niega a tomar siquiera su píldora de sobrevivencia para prevenir la hipertensión. Ni un trago de agua hasta que el toque de la shofar (instrumento simbólico cuyo sonido se usó durante las batallas para infundir pavor entre los enemigos de Israel y al que se le atribuye la destrucción de las murallas de Jericó) anuncia el fin del ayuno. Después de los abrazos y felicitaciones que exige la festividad, des-pecatados y con el alma recién planchada, estamos listos para comenzar el año 5774 en la casa de nuestra queridísima Chulanga donde romperíamos (es un decir) el ayuno.
Allá nos dirigimos buscando vías alternas y senderos ocultos para esquivar a los enfurecidos "maestros" de la CNTE que según amenazan, sólo levantarán el sitio al que nos tienen sometidos, cuando en vez de la Reforma Educativa que ha decretado el presidente Peña Nieto, se les acepte la alucinante propuesta de lo que ellos llaman: "La filosofía, epistemología, axiología, metodología, evaluación, sistematización, seguimiento y socialización de la alternativa transformadora de la educación". ¡Absolutamente!, como decía Fidel Velázquez cuando no tenía nada que decir.
El trayecto resultó largo y difícil, pero valió la pena para llegar a la mesa bien pertrechada de arenque, salmón, pepinillos, panes y quesos preparados según la inquebrantable tradición judía; por las mujeres de la familia. Y así, henchidos de buena voluntad, comimos y brindamos por la paz de México y del mundo. Por la unión de la familia. Por los que están lejos y los que están cerca. Por nuestros niños y por nuestros viejos. La opulenta cena propició que la charla convencional se transformara en una deliciosa conversación. Afloraron anécdotas, recuerdos, sentimientos, fraternidad que nos permite ser y no sólo estar; y que en esta ciudad donde todo el mundo habla, pero nadie tiene tiempo de conversar; son un privilegio en extinción. Tanto así que algunas tardes siento la urgencia de sentarme en cualquier parque con un letrero que diga: "Platica conmigo por favor".
Volviendo a lo que iba, estábamos todos en uno de esos privilegiados momentos en que nos sentimos empáticos, compatibles y con disposición a abrirnos y a escuchar. Destilábamos paz y amistad hasta que de pronto uno de los invitados informó que ya era la hora. En tropel se levantaron los señores para instalarse cómodamente frente a la enorme pantalla de televisión. Roto el momento mágico, las mujeres los seguimos para buscar algún lugarcito donde acomodarnos: en el piso, de pie contra la pared, recargadas en las puertas, sin que ninguno de los señores se percatara de nuestra presencia. Estaban hipnotizados mirando en la pantalla como un sólido negrazo surtía a golpes al joven Canelo.
En un mundo que le ha cedido la razón a la tele, no hay modo de competir. Calladitas las mujeres asistimos a las trompadas y a los comentarios entendidos de los "conocedores". "Si pierde no importa porque de todos modos se lleva un millón de dólares", dijeron. Una vez más la pantalla se impuso. El Canelo perdió y perdimos todos. ¡Caray! Con la falta que nos hace algún pequeño triunfo.

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