René Delgado Ballesteros. |
El retorno a Los Pinos del Partido Revolucionario Institucional nos coloca en México ante la disyuntiva de fortalecer el Poder o redistribuirlo en distintos órganos gubernamentales para generar los contrapesos adecuados y hacer más fácil el tránsito hacia la democracia. La columna es Sobreaviso que escribe el acucioso analista político René Delgado Ballesteros y que se publicó el reciente sábado 21 de septiembre en El Siglo de Torreón.
Hay un denominador común en varias de las
reformas y medidas que se están legislando o instrumentando y del cual deberían
responder los gobernadores. Ese denominador consiste en retirarles, si no
facultades, sí palancas o recursos de poder de los cuales abusaron.
Tales acciones legislativas y políticas
reconcentran, en algunos casos, el poder en el Ejecutivo federal y, en otros,
lo redistribuyen en distintos órganos federales. En conjunto debilitan el
carácter federalista de la República y, sin duda, repercutirán en la estructura
del poder nacional. En el corto plazo su efecto puede resultar tan
entusiasmador como prometedor para el desarrollo de la democracia y el correcto
manejo de las finanzas públicas, en el mediano plazo puede resultar
contraproducente.
Lo curioso es que los gobernadores, hoy, no
digan nada. A raíz de la primera alternancia en el poder presidencial, los
mandatarios estatales vieron crecer su poder y se avorazaron sobre él, pero
ahora enmudecen: ni reclaman conservarlo y muchos menos rinden cuentas del
abuso cometido en el ejercicio de éste.
***
La incapacidad y el desinterés del panismo
por convertir la alternancia en el poder presidencial en la alternativa
política para replantear el régimen tuvo múltiples efectos. Uno de ellos, el de
soltar algunos de los amarres que, por fuera de la ley, la cultura priista
desarrolló para sujetar desde el centro del país o directamente desde Los Pinos
las riendas del poder a lo largo y ancho de la República.
En 2000, al dejar de tener como jefe máximo
al presidente de la República, los gobernadores priistas vieron la oportunidad
de acrecentar desmesuradamente su poder. El contrapeso que tenían en el
ejercicio de éste no dimanaba tanto de los poderes legislativos y judiciales de
su respectiva entidad, como del presidencialismo exacerbado. No tardaron en
percatarse del beneficio derivado de la alternancia y, como nunca, se dejaron
sentir como amos y señores de su respectiva comarca.
Asimismo, al percatarse de la conveniencia de
contar con un órgano o un instrumento común para hacer frente a la Presidencia
de la República que, por lo demás, no entendía a plenitud los juegos de poder,
diseñaron en Mazatlán -a menos de un año de la llegada de Vicente Fox a la
residencia de Los Pinos- ese instrumento que se concretó, en julio de 2002, en
lo que hoy es la Confederación Nacional de Gobernadores, la Conago. Instancia
que hoy, de nuevo en la era priista, no consigue redefinir su horizonte.
Libres en el plano local, y coaligados en una
suerte de cartel político en el plano nacional, los gobernadores provocaron un fenómeno
singular: sí, en su origen, la evolución hacia la democracia pareciera correr
del centro a las provincias, al paso del tiempo, y salvo muy contadas
excepciones, invirtió su dirección y ruta. La involución pareciera correr de
las provincias al centro.
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Enrique Peña Nieto. |
Hoy, con la vuelta del PRI al poder
presidencial, la suscripción del gobierno federal y los partidos nacionales del
Pacto por México y, sobre todo, la debilidad de movimientos u organizaciones
ciudadanas, consistentes y articuladas en los estados de la República, capaces
de acotar a los gobernadores y obligar la rendición de cuentas, una tentación
cobra un eco inusitado. Sin mucho reparar en su efecto no inmediato como
posterior, avanza la idea de recentralizar el poder en el Ejecutivo federal o,
bien, en institutos nacionales.
***
Sin mucho reflexionar y con la prisa que
lejos de resolver, a veces, complica más las urgencias, el gobierno federal y
los partidos nacionales, en aras de una supuesta pronta y expedita solución a
la democracia y las finanzas públicas, quieren retomar tareas y
responsabilidades incumplidas o, peor aún, pervertidas por los gobernadores.
Se federaliza la posibilidad ciudadana de
acceder a la información, negada por los gobiernos estatales; se plantea crear
un Instituto Nacional de Elecciones; se aplican controles sobre la capacidad de
endeudamiento por parte de estados y municipios; se recentraliza el pago de la
nómina de los maestros, dando reversa a la descentralización de la educación...
A la par de esas novedades legislativas, políticas
y administrativas, se instrumentan otras medidas desvinculadas de la anteriores
pero que, a la postre, reconcentrarán el poder. La creación de la gendarmería
nacional y, desde luego, la desaparición de la Secretaría de Seguridad Pública
(federal) para reconcentrarla en Gobernación constituyen otra forma de
reconcentrar el poder.
Gustavo Madero. |
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Materia de especialistas será determinar cómo
quedará el carácter federalista de la República, pero desde ahora es menester
prevenir dos peligros y un riesgo.
Uno. La reconcentración del poder político y
económico en el Ejecutivo federal sin redefinir su límite y horizonte así como
su condición estructural deja al estilo personal en turno su bondad o su
maldad. Cuidado.
Dos. La reconcentración del poder en
institutos nacionales puede colapsarlos y, así, en vez de formar parte de la
solución, convertirse en parte del problema.
El riesgo de pretender, en cierto modo,
imponer la democracia y el control de las finanzas públicas desde el centro
deja al azar el desarrollo de una cultura ciudadana que soporte en su localidad
ese movimiento y, a la vez, frustra la posibilidad de que los poderes
legislativos y judiciales, así como los institutos y partidos estatales ocupen
el lugar que teóricamente les corresponde en la división de poderes frente al
Ejecutivo estatal.
Desde esa perspectiva, un mal cálculo en el
rediseño del poder nacional podría producir la luz que, a veces, los estallidos
dejan ver antes de tronar.
***
En todo esto, asombra el silencio de los
gobernadores. Tan bravos que se veían, hoy parecen una especie susceptible de
redomesticar. ¿No tienen nada que decir?
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