Enrique Krauze |
"A
veces las circunstancias son tan delicadas que uno no tiene más remedio que
aplicar la ley". La frase, atribuida a un funcionario de la UNAM tras la
incruenta operación de desalojo a los estudiantes que paralizaron esa casa de
estudios en 1999, es reveladora del poco peso que nuestra cultura política
otorga al acatamiento de las leyes.
Si
las reglas contravienen la voluntad de un grupo que decide pasar sobre ellas,
el problema -según el grupo- es de las reglas. Esa lógica prevalece en
incontables manifestaciones de nuestra vida pública. Cualquiera puede
atestiguarlo, por ejemplo, en el tráfico de la ciudad: la gente en México
conduce su auto o motocicleta como si fuesen una prolongación de su cuerpo,
moviéndolos con naturalidad en todas las direcciones y a una velocidad
discrecional. El único límite (a veces) es el instinto de supervivencia pero
casi nunca la convicción cívica de que existen leyes escritas que no se deben infringir.
Si
la ciudad es una selva y en la selva no hay semáforos, ¿por qué habría yo de
obedecerlos?
Félix Lope de Vega. |
La
noción de preeminencia de la "ley natural" sobre la ley escrita se
aloja en un sustrato muy antiguo y profundo de nuestra cultura política.
Proviene de la matriz neoescolástica que caracterizó a Nueva España, lo cual no
explica todo pero explica mucho. En México -como en la España del "Siglo
de Oro"- todo pueblo es "el Pueblo", toda parte es el todo, y
por eso se siente con el derecho natural no sólo de manifestar su parecer o su
agravio sin límite alguno, sino de tomar las medidas de hecho que crea
pertinentes para hacerlo valer por sobre las falibles leyes humanas. En el
fondo del "imaginario" político mexicano, todo conjunto homogéneo y
numeroso de personas es "Fuenteovejuna" y se siente con derecho a
actuar sin mediaciones contra los comendadores en turno.
Andrés Manuel López Obrador. |
Los
liberales del siglo XIX tuvieron perfecta conciencia del problema. Por eso
confiaron en las leyes, en la Ley, como el único instrumento que permite vivir
en convivencia y no "al natural", sometidos a la ley de la selva, a
la voluntad del rey o a la del coro que lo aclama. El prestigio de la
Revolución sobre la Reforma nos desvió de ese camino de construcción legal para
retrotraernos a un orden regido por el pacto entre una porción del
"pueblo", cuya voluntad soberana no se medía en votos sino en su
capacidad de movilización y aclamación, y un caudillo a quien ese
"pueblo" entregaba el poder para que lo ejerciese conforme a su muy
personal concepto de "orden natural".
La
protesta es un factor fundamental en la construcción de una democracia. Pero
las formas importan, y en una democracia las formas importan decisivamente.
¿Protestar dentro o fuera de las instituciones y conforme a las leyes? La
estabilidad y la paz de México dependen de la respuesta a esa pregunta.
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