El Trapense. |
El Santo Oficio se denomina la columna de José Luís Martínez S. que se publica en medios impresos y de Internet pertenecientes a Grupo Milenio, en la presente entrega se ocupa del affaire entre Laura Bozzo y Carmen Aristegui y que concentró la atención mediática, tanto de periódicos y espacios de televisión como de los internautas que navegan en redes sociales como twitter y facebook.
¿Quién
te crees, insensato cartujo, para juzgar a seres como Laura Bozzo? ¿Cómo te
atreves a sentir asco al escuchar o escribir su nombre? ¿Desconoces sus buenas
acciones, su altruismo, su buena fama entre los desheredados de la tierra,
muchos de ellos ineludibles aunque mal pagados freaks en sus edificantes
programas de televisión?
¿Cómo
dudas, atarantado, de su temeridad para descender al infierno de La Pintada,
donde estuvo a punto de morir y, lo más grave, se hundió en el fango —y no solo
en sentido metafórico, a lo cual ya está acostumbrada?
¿Importa
si el gobernador del Estado de México le prestó un helicóptero para viajar a
los escenarios de la tragedia en Guerrero, cuando fue “a levantar información
para canalizar asistencia”, como explicó en una entrevista con Notimex?
¿Sin
ella, cómo nos acercaríamos a la realidad de esas comunidades destrozadas por
la furia de Ingrid y Manuel, cómo conoceríamos los saldos de la catástrofe? ¿El
inventario lo harían las autoridades locales o federales, alguna ONG? ¿Quién
documentaría el horror, acaso los reporteros, esa especie en peligro de
extinción? ¿O los rescatistas, o los soldados, o los marinos, o la gente
valiente y solidaria pero sin pedigrí de estrella de la televisión?
Laura Bozzo. |
¿Quién
no comprende la indignación de la Señorita Laura al verse atacada por
“asalariados” en redes sociales, en periódicos, en revistas y programas de
radio, solo por hacer bien su trabajo? ¿Lo suyo es una farsa, un circo? ¿Quién
se lo podría probar cuando la avala una trayectoria ejemplar y su prestigio
permanece incólume a pesar de los escándalos inducidos por enemigos incapaces
de convocar multitudes y menos aún de dar la vida —de otros— por este país,
como lo haría ella de ser necesario?
¿Es
repugnante? ¿Quién lo dice? ¿El pueblo? ¿Un monje despistado? ¿Adversarios
celosos de su popularidad, de su carisma, de su buen corazón? ¿Alguien duda de
su derecho a defenderse con uñas y dientes, con espuma en la boca y ojos
desorbitados cuando se siente atacada, vulnerada, incomprendida? ¿Quién en su
lugar no haría lo mismo?
Las
preguntas se amontonan y las respuestas no llegan. En las redes sociales las
críticas se desbordan y la hija predilecta del Callao —la provincia peruana
donde nació en 1951— es víctima de toda clase de improperios, de reclamos, de
recordatorios de su percudido pasado.
En
el monasterio, los prudentes cofrades guardan silencio. Tal vez algunos alojan
dudas semejantes a las del amanuense, pero nadie dice nada. Como no lo ha dicho
el gobernador Eruviel Ávila, cuyo mutismo no sorprende sino a los ingenuos.
En
la soledad, el fraile se desgarra las vestiduras, pero en público se muestra
circunspecto por un motivo: no pierde la ilusión de ser convocado al programa
de Laura Bozzo para cumplir la penitencia de ser humillado hasta la ignominia,
ganarse una limosna y escuchar, aterrado, el grito de ultratumba: “¡Que pase el
desgraciado!”.
Queridos
cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con
ustedes. Amén.
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