Al conmemorarse el año pasado el 45 aniversario de la matanza de
Tlatelolco, el periódico La Afición entrevistó a
la periodista y escritora Elena Poniatowska lo
sucedido la tarde noche del 2 de octubre de 1968 y que se constituyó en
sangriento baldón y parteaguas que marcó la historia de México y de las represiones gubernamentales.
La nota periodística fue retomada en el libro de la autora “La noche de
Tlatelolco” (Ediciones Era, 1971), que tomamos de
Internet y que se reproduce en www.hoyacontecerdelalaguna.blogspot.com
al conmemorarse 46 años de los trágicos sucesos.
Agregamos un par de documentales en el que hablan testigos presenciales del
suceso.
Elena Poniatowska / La Afición
Todos los testimonios coinciden en que
la repentina aparición de luces de bengala en el cielo de la Plaza de las Tres
Culturas de la Unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco desencadenó la balacera
que convirtió el mitin estudiantil del 2 de octubre en la tragedia de
Tlatelolco.
A las cinco y media del miércoles 2 de
octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la
explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores
estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga, los que desde el balcón del
tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su
gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en
el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes
de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones
y muchas personas que vinieron a darse una "asomadita". El ambiente
era tranquilo a pesar de que la policía, el ejército y los granaderos habían
hecho un gran despliegue de fuerza. Muchachos y muchachas estudiantes repartían
volantes, hacían colectas en botes con las siglas CNH, vendían periódicos y
carteles, y, en el tercer piso del edificio, además de los periodistas que
cubren las fuentes nacionales había corresponsales y fotógrafos extranjeros
enviados para informar sobre los Juegos Olímpicos que habrían de iniciarse diez
días más tarde.
Hablaron algunos estudiantes: un
muchacho hacía las presentaciones, otro de la UNAM, dijo: "El Movimiento
va a seguir a pesar de todo", otro del IPN: "...se ha despertado la
conciencia cívica y se ha politizado a la familia mexicana"; una muchacha,
que impresionó por su extrema juventud, habló del papel de las brigadas. Los
oradores atacaron a los políticos, a algunos periódicos, y propusieron el
boicot contra el diario El Sol.
Desde la rampa del tercer piso vieron
cómo hacía su entrada un grupo de trabajadores que portaba una manta: "Los
ferrocarrileros apoyamos el Movimiento y desconocemos las pláticas Romero
FIores-GDO." Este contingente obrero fue recibido con aplausos. El grupo
de ferrocarrileros anunció paros escalonados desde "mañana 3 de octubre en
apoyo del Movimiento Estudiantil".
Cuando un estudiante apellidado Vega
anunciaba que la marcha programada al Casco de Santo Tomás del Instituto
Politécnico Nacional no se iba a llevar a cabo, en vista del despliegue de
fuerzas públicas y de la posible represión, surgieron en el cielo las luces de
bengala que hicieron que los concurrentes dirigieran automáticamente su mirada
hacia arriba. Se oyeron los primeros disparos. La gente se alarmó. A pesar de
que los líderes del CNH desde el tercer piso del edificio Chihuahua, gritaban
por el magnavoz: "¡No corran compañeros, no corran, son salvas! . . . ¡No
se vayan, no se vayan, calma!", la desbandada fue general. Todos huían
despavoridos y muchos caían en la plaza, en las ruinas prehispánicas frente a
la iglesia de Santiago Tlatelolco. Se oía el fuego cerrado y el tableteo de
ametralladoras. A partir de ese momento, la Plaza de las Tres Culturas se
convirtió en un infierno.
En su versión del jueves 3 de octubre de
1968 nos dice Excélsior: "Nadie observó de dónde salieron los primeros
disparos. Pero la gran mayoría de los manifestantes aseguraron que los
soldados, sin advertencia ni previo aviso comenzaron a disparar... Los disparos
surgían por todos lados, lo mismo de lo alto de un edificio de la Unidad
Tlatelolco que de la calle donde las fuerzas militares en tanques ligeros y
vehículos blindados lanzaban ráfagas de ametralladora casi ininterrumpidamente…”
Novedades, El Universal, El Día, El Nacional, El Sol de México, El Heraldo, La
Prensa, La Afición, Ovaciones, nos dicen que el ejército tuvo que repeler a
tiros el fuego de francotiradores apostados en las azoteas de los edificios.
Prueba de ello es que el general José Hernández Toledo que dirigió la operación
recibió un balazo en el tórax y declaró a los periodistas al salir de la
intervención quirúrgica que se le practicó: "Creo que si se quería
derramamiento de sangre ya es más que suficiente con la que yo ya he
derramado." (El Día, 3 de octubre de 1968.)
Según Excélsior "se calcula que
participaron unos 5 000 soldados y muchos agentes policiacos, la mayoría
vestidos de civil. Tenían como contraseña un pañuelo envuelto en la mano
derecha. Así se identificaban unos a otros, ya que casi ninguno llevaba
credencial por protección frente a los estudiantes.
"El fuego intenso duró 29 minutos.
Luego los disparos decrecieron pero no acabaron."
Los tiros salían de muchas direcciones y
las ráfagas de las ametralladoras zumbaban en todas partes y, como afirman
varios periodistas, no fue difícil que los soldados, además de los
francotiradores, se mataran o hirieran entre sí. "Muchos soldados debieron
lesionarse entre sí, pues al cerrar el círculo los proyectiles salieron por
todas direcciones", dice el reportero Félix Fuentes en su relato del 3 de
octubre en La Prensa. El ejército tomó la Plaza de las Tres Culturas con un
movimiento de pinzas, es decir llegó por los dos costados y 5 mil soldados avanzaron
disparando armas automáticas contra los edificios, añade Félix Fuentes.
"En el cuarto piso de un edificio, desde donde tres oradores habían
arengado a la multitud contra el gobierno, se vieron fogonazos. Al parecer,
allí abrieron fuego agentes de la Dirección Federal de Seguridad y de la
Policía Judicial del Distrito.
"La gente trató de huir por el
costado oriente de la Plaza de las Tres Culturas y mucha lo logró pero cientos
de personas se encontraron a columnas de soldados que empuñaban sus armas a
bayoneta calada y disparaban en todos sentidos. Ante esta alternativa las
asustadas personas empezaron a refugiarse en los edificios pero las más
corrieron por las callejuelas para salir a Paseo de la Reforma cerca del
Monumento a Cuitláhuac.
"Quien esto escribe fue arrollado
por la multitud cerca del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
No muy lejos se desplomó una mujer, no se sabe si lesionada por algún proyectil
o a causa de un desmayo. Algunos jóvenes trataron de auxiliarla pero los
soldados lo impidieron."
El general José Hernández Toledo declaró
después que para impedir mayor derramamiento de sangre ordenó al ejército no
utilizar las armas de alto calibre que llevaba (El Día, 3 de octubre de 1968).
(Hernández Toledo ya ha dirigido acciones contra la Universidad de Michoacán,
la de Sonora y la Autónoma de México, y tiene a su mando hombres del cuerpo de
paracaidistas calificados como las tropas de asalto mejor entrenadas del país.)
Sin embargo, Jorge Aviles, redactor de El Universal escribe el 3 de octubre:
"Vimos al ejército en plena acción; utilizando toda clase de armamentos,
las ametralladoras pesadas empotradas en una veintena de yips, disparaban hacia
todos los sectores controlados por los francotiradores." Excélsior
reitera: "Unos trescientos tanques, unidades de asalto, yips y transportes
militares tenían rodeada toda la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta
Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo
rigurosa identificación." ("Se Luchó a Balazos en Ciudad Tlatelolco,
Hay un Número aún no Precisado de Muertos y Veintenas de Heridos",
(Excélsior, jueves 3 de octubre de 1968.) Miguel Ángel Martínez Agis reporta:
"Un capitán del Ejército usa el teléfono. Llama a la Secretaría de la
Defensa. Informa de lo que está sucediendo: 'Estamos contestando con todo lo
que tenemos...' Allí se veían ametralladoras, pistolas 45, calibre 38 y unas de
9 milímetros." ("Edificio Chihuahua, 18 hrs.", Miguel Ángel
Martínez Agis, Excélsior, 3 de octubre de 1968.)
El general Marcelino García Barragán,
Secretario de la Defensa Nacional declaró: "Al aproximarse el ejército a la Plaza de las
Tres Culturas fue recibido por francotiradores. Se generalizó un tiroteo que
duró una hora aproximadamente...
"Hay muertos y heridos tanto del Ejército
como de los estudiantes: No puedo precisar en estos momentos el número de
ellos.
"—¿Quién cree usted que sea la
cabeza de este movimiento?"
—Ojalá y lo supiéramos. [Indudablemente
no tenía bases para inculpar a los estudiantes.]"
—¿Hay estudiantes heridos en el Hospital
Central Militar?"
—Los hay en el Hospital Central Militar,
en la Cruz Verde, en la Cruz Roja. Todos ellos están en calidad de detenidos y
serán puestos a disposición del Procurador General de la República. También hay
detenidos en el Campo Militar número 1, los que mañana serán puestos a
disposición del General Cueto, Jefe de la Policía del DF."
—¿Quién es el comandante responsable de
la actuación del ejército?"
—El comandante responsable soy yo."
(Jesús M. Lozano, Excélsior, 3 de octubre de 1968, "La libertad seguirá
imperando". El Secretario de Defensa hace un análisis de la situación.)
Por otra parte el jefe de la policía
metropolitana negó que, como informó el Secretario de la Defensa, hubiera
pedido la intervención militar en Ciudad Tlatelolco. En conferencia de prensa
esta madrugada el general Luis Cueto Ramírez dijo textualmente: "La
policía informó a la Defensa Nacional en cuanto tuvo conocimiento de que se
escuchaban disparos en los edificios aledaños a la Secretaría de Relaciones
Exteriores y de la Vocacional 7 en donde tiene servicios permanentes. Explicó
no tener conocimiento de la injerencia de agentes extranjeros en el conflicto
estudiantil que aquí se desarrolla desde julio pasado. La mayoría de las armas
confiscadas por la policía, son de fabricación europea y corresponden a modelos
de los usados en el bloque socialista. Cueto negó saber que políticos mexicanos
promuevan en forma alguna esta situación y afirmó no tener conocimiento de que
ciudadanos estadunidenses hayan sido aprehendidos. En cambio están prisioneros
un guatemalteco, un alemán y otro que por el momento no recuerdo." (El
Universal, El Nacional, 3 de octubre de 1968.)
Los cuerpos de las víctimas que quedaron
en la Plaza de las Tres Culturas no pudieron ser fotografiados debido a que los
elementos del ejército lo impidieron ("Hubo muchos muertos y lesionados
anoche", La Prensa, 3 de octubre de 1968). El día 6 de octubre en un
manifiesto "Al Pueblo de México" publicado en El Día, el CNH declaró:
"El saldo de la masacre de Tlatelolco aún no acaba. Hasta el momento han
muerto cerca de 100 personas de las cuales sólo se sabe de las recogidas en el
momento; los heridos cuentan por miles..." El mismo 6 de octubre el CNH,
al anunciar que no realizaría nuevas manifestaciones o mítines, declaró que las
fuerzas represivas "causaron la muerte con su acción a 150 civiles y 40
militares". En Posdata, Octavio Paz cita el número que el diario inglés
The Guardian, tras una "investigación cuidadosa", considera como la
más probable: 325 muertos.
Lo cierto es que en México no se ha
logrado precisar hasta ahora el número de muertos. El 3 de octubre la cifra
declarada en los titulares y reportajes de los periódicos oscila entre 20 y 28.
El número de heridos es mucho mayor y el de detenidos es de dos mil. A las cero
horas aproximadamente dejaron de escucharse disparos en el área de Tlatelolco.
Por otra parte, los edificios eran desalojados por la tropa y cerca de mil
detenidos fueron conducidos al Campo Militar número 1. Cerca de mil detenidos
fueron llevados a la cárcel de Santa Marta Acatitla, en esta ciudad. La zona de
Tlatelolco siguió rodeada por efectivos del ejército. Muchas familias
abandonaron sus departamentos con todas sus pertenencias después de ser sometidas
a un riguroso examen y registro por parte de los soldados. Grupos de soldados
de once hombres entraron a los edificios del conjunto urbano a registrar las
viviendas. Al parecer, tenían instrucciones de catear casa por casa.
Hasta ahora el número de presos que
continúan en la cárcel de Lecumberri por los acontecimientos de 1968 es de 165.
Posiblemente no sepamos nunca cuál fue
el mecanismo interno que desencadenó la masacre de Tlatelolco. ¿El miedo? ¿La
inseguridad? ¿La cólera? ¿El terror a perder la fachada? ¿El despecho ante el
joven que se empeña en no guardar las apariencias delante de las visitas?...
Posiblemente nos interroguemos siempre junto con Abel Quezada. ¿Por qué? La
noche triste de Tlatelolco —a pesar de todas sus voces y testimonios— sigue
siendo incomprensible. ¿Por qué? Tlatelolco es incoherente, contradictorio.
Pero la muerte no lo es. Ninguna crónica nos da una visión de conjunto. Todos
—testigos y participantes— tuvieron que resguardarse de los balazos, muchos
cayeron heridos. Nos lo dice el periodista José Luis Mejías ("Mitin
trágico", Diario de la Tarde, México, 5 de octubre de 1968): "Los
individuos enguantados sacaron sus pistolas y empezaron a disparar a boca de
jarro e indiscriminadamente sobre mujeres, niños, estudiantes y granaderos...
Simultáneamente, un helicóptero dio al ejército la orden de avanzar por medio
de una luz de bengala... A los primeros disparos cayó el general Hernández
Toledo, comandante de los paracaidistas, y de ahí en adelante, con la
embravecida tropa disparando sus armas largas y cazando a los francotiradores
en el interior de los edificios, ya a nadie le fue posible obtener una visión
de conjunto de los sangrientos sucesos..." Pero la tragedia de Tlatelolco
dañó a México mucho más profundamente de lo que lo lamenta El Heraldo, al
señalar los graves perjuicios al país en su crónica ("Sangriento encuentro
en Tlatelolco", 3 de octubre de 1968): "Pocos minutos después de que
se iniciaron los combates en la zona de Nonoalco, los corresponsales extranjeros
y los periodistas que vinieron aquí para cubrir los Juegos Olímpicos comenzaron
a enviar notas a todo el mundo para informar sobre los sucesos. Sus
informaciones —algunas de ellas abultadas— contuvieron comentarios que ponen en
grave riesgo el prestigio de México."
Todavía fresca la herida, todavía bajo
la impresión del mazazo en la cabeza, los mexicanos se interrogan atónitos. La
sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y
ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto
al lugar de su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre
los sepulcros.
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