René Delgado Ballesteros |
Un día antes del proceso electoral del pasado 7 de junio René Delgado
Ballesteros hace la crónica en su columna Sobreaviso de como los gobiernos y los partidos
políticos hicieron abuso de los ciudadanos a los que pusieron contra la pared “dispensándoles
trato de galopines sin derecho a la propina”. El articulista de grupo Reforma
es publicado cada semana en El Siglo de Torreón, de cuya página web se tomó el texto que se puede leer
directamente en:
http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1121670.voto-contra-la-pared.html
De la fiesta de
la democracia quedan los ceniceros colmados de colillas, los vasos rotos o
vacíos y el antifaz caído que ocultaba el cinismo de los dirigentes políticos.
Gobiernos y partidos se embriagaron de poder, se les pasaron las copas y, en su
locura, pusieron a los votantes contra la pared, dispensándoles trato de
galopines sin derecho a la propina.
A quienes se
desgarran las vestiduras y se santiguan con la credencial de elector al
escuchar críticas a los partidos o cuestionamientos sobre el sentido del voto,
bien vale decirles que no se trata de quebrar el binomio partidos-votos,
fundamental en el capítulo electoral de toda democracia. No, se trata de
contener el agravio cometido hasta el hartazgo, una y otra vez, contra la
ciudadanía. Si alguien ha desdibujado el horizonte de la democracia son,
justamente, quienes deberían detallarlo, los gobiernos y los partidos. No
cumplieron el mandato recibido, pero sí abusaron del poder: no reformaron el
régimen, sí despilfarraron el bono extendido por la ciudadanía y, de paso, se
llenaron de dinero limpio y sucio los bolsillos.
De la transición política hicieron la
juerga; de la alternancia, la negación de la alternativa; y de la consolidación
de la democracia, la cruda que ahora les provoca dolor de cabeza. No hay por
qué hincarse frente a ellos, creyendo que son la encarnación de la democracia y
la civilidad sobre la tierra. Una democracia, además de votos y partidos,
requiere de demócratas y, en los partidos establecidos, se cuentan con los dedos.
***
Lejos de ampliar y fortalecer libertades
y derechos, los restringieron. La libertad de expresión, de tránsito, del
trabajo... y, más terrible, se mostraron incapaces de garantizar la vida, la
integridad y el patrimonio. Ahora no pueden ni con las elecciones que tanto
necesitan.
Al collar de perlas negras cultivadas
con esmero por Felipe Calderón -millares de muertos y desaparecidos- y al cual
Enrique Peña agrega cuentas, ahora se suman veintiséis homicidios (ver mañana
la Revista R) y un extraño suicidio directamente relacionados con el proceso
electoral. Si no garantizan la vida y la seguridad de sus candidatos y
operadores, ni qué decir de la de sus representados. Con qué cara vienen a
pedir el voto si, en su borrachera, abandonaron las urnas en el fango o
vertieron sangre sobre ellas.
Vicente Fox hizo de la Presidencia de la
República la tarima del comediante disfrazado de ranchero; Felipe Calderón, el
cuartel del comisario de la policía, y Enrique Peña no sabe qué hacer con ella.
Y las dirigencias partidistas pasaron del juego de ponerse zancadillas al de
reconcentrar el poder en ellas sin considerar a sus propias bases, de la
política popular o abierta pasaron a la política cupular o cerrada sin mirar el
piso social donde hoy resbalan.
***
Desde hace quince años, la República
carece de gobierno y, en el ejercicio del no poder, creció la enredadera de la
impunidad criminal y la pusilanimidad política, trenzando en su nervadura a
criminales y políticos sin fijar una clara diferencia entre ellos. Ciertamente
se puede distinguir a este o aquel otro cuadro político, pero -por más que se
diga- los partidos son muy parecidos. Son unos igualados y ni qué decir de sus
satélites.
Impulsaron la democracia de la
corrupción, donde la élite política pacta, reparte, negocia y cobra favores
bajo un sólido principio de complicidad, con baño de solidaridad entre ellos.
La cúpula perredista se esfuerza por explicar cómo es que postuló al alcalde de
Iguala, José Luis Abarca, pero ni pío dice del elenco de trácalas y rufianes
que, ahora, presenta con credencial de candidatos certificados. Mauricio
Toledo, a la cabeza de la troupe. La cúpula panista se sacudió, por fin, el
estigma de ser el partido de los mochos para transformarse en el partido de los
moches. Y el PRI, el PRI celebra el explicable y súbito enriquecimiento de sus
más distinguidos cuadros que, conforme crecen, engrosan sus talegas.
Pretender encontrar en esas dirigencias
a modernos socialdemócratas, democristianos o neoliberales-revolucionarios es
un chiste malo, contado sobre el ataúd de las expectativas generadas por ellos.
***
Salvo contadísimas excepciones, los
cuadros principales de los gobiernos y los partidos han puesto contra la pared
a los votantes.
No pueden venir con el cuento de encarar
una situación inédita, siendo que ellos mismos la construyeron con esmero. No
desconocían del grado de violencia y criminalidad que, desde del sexenio de
Vicente Fox, asuela a la ciudadanía. No desconocían del grado de descomposición
del tejido social que con denuedo se empeñó en deshilvanar Felipe Calderón,
quien se manifiesta orgulloso de su obra. No desconocían cómo despilfarraron y
se robaron las divisas petroleras, cuando el crudo andaba por los cielos. No
desconocían el creciente armamentismo en que iba a derivar el escalamiento de
la lucha contra el crimen, fincada exclusivamente en la confrontación con sus
compadres. No desconocían el efecto social que acarrearían las reformas
estructurales que, hoy, guardan sin vergüenza en los archiveros. No desconocían
que diseñar sobre las rodillas la reforma político-electoral produciría un
mazacote legislativo difícil de aplicar en el terreno.
***
Por todo eso -y sin ignorar el absurdo
supuesto en esta conclusión-, es menester ir a las urnas así sea contra la
pared. No se trata de premiar el cinismo y la corrupción rampante, sino de
castigarlos hasta donde el sufragio lo permite. Se trata de encontrar la aguja
en el pajar, en vez de dejarlos pastar felices en el establo de sus delicias, y
sacarlos al campo, a la tierra plana, ahí donde la gente vive y se empeña en
vislumbrar el futuro que, hoy, gobiernos y partidos le niegan. Se trata de
reponer un horizonte distinto al de estos días sin calendario, donde los
gobiernos y partidos aseguran que la vida se reduce a un presente continuo.
Es preciso echar mano del voto y los
demás recursos que, sin violentar aún más al país, los sacuda hasta hacerlos
reconocer que el ejercicio de la ciudadanía no es el de la servidumbre.
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