Gerardo HERNÁNDEZ GONZÁLEZ |
La columna CAPITOLIO que se publica en varios medios importantes de COAHUILA es un espacio imprescindible para quien presuma de bien informado y es que su autor GERARDO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ investiga con acuciosidad los temas de que se ocupa, como en éste caso en que se refiere a la beatificación de JUAN PABLO II.
Es comprensible que en un mundo secularizado, material y pasional, la beatificación de Juan Pablo II genere críticas en algunos sectores y escándalo en otros. Sin embargo son los menos frente al júbilo que la noticia produce en un planeta de siete mil millones de personas, de las cuales alrededor de un tercio son cristianas en sus diferentes denominaciones (católicas, ortodoxas, anglicanas y protestantes).
Juzgar el papado de casi veintisiete años del polaco Karol Józef Wojtyla por los pecados de Marcial Maciel —o suponer que pudo haberlos tolerado— es una desmesura, una injusticia que refleja un horizonte de la realidad y de la historia demasiado estrecho. Antes de la muerte del papa, el 2 de abril de 2005, el estadista ruso Mijaíl Gorbachov dijo “es la autoridad más importante del mundo, y es eslavo”. La vocación pacifista y liberal de Juan Pablo le granjeó enemigos poderosos, que incluso atentaron contra su vida, sobre todo del bloque comunista que contribuyó a derribar; primero como obispo de Cracovia y después desde la Santa Sede, junto con Reagan y Margaret Tatcher. Mas no solo fue inflexible con la dictadura marxista —añorada por algunos que ven la tempestad cubana y aún así no tienen la humildad de arrodillarse—, también censuró el capitalismo “salvaje” y hedonista.
Su pensamiento contra el extremismo religioso fue siempre lúcido y congruente. Juan Pablo excomulgó al obispo francés Marcel Lefebvre y anuló el movimiento tradicionalista que desafiaba a la autoridad de Roma. Con el mismo ímpetu, fustigó la Teología de la Liberación basada en la política. En el aeropuerto de Managua reprendió con rigidez al sacerdote, poeta y escritor Ernesto Cardenal, por propagar doctrinas contrarias a la fe católica y participar en el gobierno sandinista como secretario de Cultura. Cardenal abandonó el FSLN por diferencias con Daniel Ortega. El ex guerrillero está de nuevo en el poder, gracias, en parte, al patrocinio de Hugo Chávez y de los hermanos Castro.
Juan Pablo pidió perdón repetidas ocasiones por errores y omisiones de la Iglesia: en la Inquisición, las Cruzadas, contra lo pueblos nativos y por la discriminación de las mujeres. También “por las conciencias dormidas de algunos cristianos durante el nazismo” y “la inadecuada ‘resistencia espiritual’ de otros grupos ante la persecución de los judíos”. Asimismo, reconoció los derechos nacionales de los palestinos, abrió las relaciones entre el Vaticano y el Estado judío y censuró la invasión de Estados Unidos a Irak. Cuando la dictadura castrista entró en agonía, el papa le tendió la mano y visitó a Fidel en La Habana, como antes lo hizo con el autócrata de derechas Augusto Pinochet, a petición de los obispos chilenos. El tirano quiso imponer su bota y reclamar por qué la Iglesia se empeñaba en “imponer” la democracia. “No”, replicó el obispo de Roma. “La gente tiene derecho a gozar de sus libertades, aún si comete errores en el ejercicio de ellas”. Fue en Chile donde el papa Wojtyla dijo a los jóvenes “¡No tengáis miedo de miradlo a Él!”; y alentó a un país herido “por el dolor y el sufrimiento: El amor es más fuerte”.
Juan Pablo fue un Cristo de su tiempo. No murió en la cruz, pero sí abrazado a una fe que hoy le permite al mundo ser mejor, más libre, digno y justo —a pesar de todos los avatares— en la medida que se lo proponga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.