Roberta GARZA |
Mucha razón tiene Roberta Garza, acerca de lo
emproblemados que estamos los mexicanos, ya que somos una Nación cuyos
habitantes nos conformamos apenas con las buenas intenciones de nuestros
funcionarios públicos en lugar de exigir lo que debería ser su principal
obligación: los buenos resultados. La columnista originaria de Monterrey, Nuevo León se desempeña en las publicaciones de Grupo Milenio de donde tomamos la presente entrega.
Un
país tiene problemas serios cuando se conforma, en vez de con los buenos
resultados, apenas con las buenas intenciones de sus servidores públicos. Esto
por las interpretaciones, apologías, excusas y explicaciones que se han ofrecido
alrededor del caso Tres Marías, cuando lo único cierto es que las instancias
que debían ocuparse de garantizar nuestra seguridad pasan más tiempo buscando
chivos expiatorios que criminales.
De
la lastimosa gestión de la jefa de la PGR, Marisela Morales, queda la
presentación de capos que siempre no eran, un récord de bateo pobrísimo en las
cortes —a la Reina del Sur no le han ganado una, por ejemplo— y hasta el robo
de sus cadáveres de postín. Del trabajo del jefe de la Secretaría de Seguridad
Pública, Genaro García Luna, se recordará sobre todo el montaje mediático
alrededor del arresto de Florence Cassez. Por algo el Ejército y la Marina no
confían en ninguno de los anteriores.
A
estas alturas, deja de ser lo más importante si los agentes apostados estaban
al servicio de los narcos, prestos para emboscar el paso del coche de los
gringos, o si estaban al pie del cañón investigando un plagio. Lo que habría
que preguntarse es el porqué de las omisiones en cuanto a métodos y
procedimientos de seguridad, y si la característica es propia solo de ese grupo
o destacamento o si el desaseo permea a toda nuestra fuerza pública: ¿cuándo
deben los oficiales vestir su uniforme completo y cuándo no? ¿Cuándo debe tirar
a matar un uniformado? ¿Cuando está amenazada su vida y la de otros inocentes,
o nada más cuando el enemigo les parece maloso y se está escapando, en un
ejemplo de primero disparo y después virigüo más cercano a la ley de la selva
que a los protocolos de un estado de derecho?
Por
otra parte, así de precaria ha de ser la confianza, de extendida la corrupción
y de abundante la descoordinación entre nuestras fuerzas del orden si las
siglas diplomáticas en los coches y los uniformes oficiales no significan ya
nada para nadie. Pero lo más increíble es que por haber mencionado estas y
otras netas de a kilo nuestro Presidente, indignado, exigió la renuncia del
entonces embajador Carlos Pascual: “No aceptaré intervención alguna”, dijo un
muy colérico Calderón cuando explotó lo de Wikileaks y, acto seguido, él. “La
ignorancia de ese hombre se traduce en una distorsión de lo que pasa en México
y causa desazón entre nuestro equipo”.
Y yo
que creía que lo de maten al mensajero era asunto de tiempos idos y bárbaros.
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