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23 de febrero de 2013

¿Qué será... será?

Adela Celorio

Creo que el presente texto de Adela Celorio lo debe leer todo joven que se encuentre en la encrucijada que nos plantea terminar el bachillerato y disponerse a decidir lo que habrán de hacer el resto de sus vidas. A lo expresado por la colaboradora de El Siglo de Torreón yo solo le agregaría lo leído en más de una ocasión a  Catón (Armando Fuentes Aguirre) no sé si será de él: “…para ganarse la vida hagan lo que les guste, pues quienes se dedican a hacer lo que les agrada nunca en su vida han trabajado”… La cita no es textual sino de memoria, pero es ese el sentido que tiene.

A un año de concluir mi bachillerato la decisión más importante se aproxima y no sé con seguridad qué es lo que quiero hacer después. Hablo de qué carrera elegir, y que sea una sabia decisión. ¿Cómo fue qué usted eligió su profesión? ¿Cómo se dio cuenta de que estaba hecha con madera de escritora, y qué se necesita para tener un buen desempeño?, me pregunta por correo electrónico una jovencísima Virginia Núñez.
Su inquietud me remite a aquellos años en que muy joven también yo, parada frente a la vida me abrumaban las infinitas posibilidades. Tantos senderos por donde ir y yo tan sola, tan pequeña e inexperta para elegir. "La universidad, un trabajo, dinero propio, libertad… sueños que como pájaros atrapados empezaban a golpearse contra las ventanas que papá me cerraba. -Prohibido volar. Prohibido soñar. Una carrera comercial de todo mi disgusto y un traje de novia lo antes posible, fueron mi único horizonte" (fragmento de autobiografía).
No lo culpo, era un padre de su tiempo. En mi pequeña provincia, el conocimiento y el trabajo remunerado estaban reservados a los hombres. Las mujeres nacíamos para formar hogares y traer niños al mundo; por lo que sólo cuatro hijos más tarde, tropezando entre mochilas y loncheras de mis niños, me abrí camino a la universidad, donde elegí como Virginia quiere, una carrera que me asegurara la autosuficiencia.
La conseguí, sólo para darme cuenta de que aunque me proporcionara dinero, aquello no era lo mío. Volví a mis lecturas y a la necedad de escribir. (Aquí, si me permiten, introduzco otro fragmento de autobiografía) "Y ya lo ves padre, aunque te burles, insisto en ser escritora como te anuncié alguna vez desde la osadía de mis dieciséis años. Si en vez de burlarte me hubieras animado, es posible que me olvidara del tema; pero la prohibición funcionó muy bien y me puse a escribir, porque según yo creía por entonces, es lo único que se necesita para ser escritor. Y ya lo ves padre, lo que me paraliza después de tantos años son mis propios miedos, mi congénita holgazanería, la frustración que me provoca la insubordinación de la palabra que una vez suelta, se va para donde quiere y acaba diciendo lo que le da la gana. Me paraliza el miedo de no encontrar la forma de construir, en mundos inexistentes".
"Escribir, como reírse, es casi una obligación moral", dicen que decía Kafka… pero mis motivaciones fueron más elementales, me aburría y además, descubrí que sentarme frente a la máquina de escribir en fingida actitud de concentración; fastidiaba a mi padre. Eso me animó mucho. -"Ya en la Biblia está todo dicho. Déjate de tonterías y ponte a hacer algo de provecho", insistía mi padre y tenía razón; sin embargo yo necesito escribir para restaurar mis recuerdos. Para abrir un cauce a las lágrimas de modo que no me ahoguen, y para ver si de tanto empujar el lápiz, dejo de hacer garabatos y algún día consigo un arabesco. Escribo para orientarme, aunque en el laberinto de las letras me pierda siempre. Casi ninguna de las palabras que pongo en el papel concuerda con lo que tengo en mente. Las consonantes ser rozan y las vocales se tropiezan. Mis dudas desmienten cada frase. Corrijo y mato páginas, lleno mi basurero de letras erradas. Hace ya un buen rato que rebasé las diez mil horas que se requieren para dominar un oficio, y las palabras aún se me insubordinan.
Con todo este rollo pretendo decirle a Virginia, y de paso a mi pequeña Andy (¿Dónde andas Andy?) quien jovencísima como Virginia, tiene como ella las mismas dudas existenciales; que no tengan miedo, que toda decisión se toma con un cincuenta por ciento de posibilidades de error. Que la vida es un misterio al que hay que arrojarse sin miedo y con pasión. El corazón es muy sabio, atiéndanlo. Abran bien grandes los ojos para captar la belleza, pero también la fealdad del mundo. Con el corazón de par en par perciban la bondad, pero también la maldad. Interésense por todo. Escuchen a Mozart, el jazz de John Coltrane y a los mariachis. Visiten los museos y observen con atención la pintura y la escultura que nos han dejado los maestros. Súbanse a la Rueda de la fortuna, viajen sin cámara fotográfica para que no desenfoquen la realidad; y lleven siempre un libro en la mochila. "Cartas a Un joven poeta" donde Rainer Maria Rilke responde mucho mejor que yo a sus preguntas; debe ser su libro de cabecera. Amen, estudien, sueñen. Y para terminar jóvenes amigas, permítanme cantarles una vieja canción que dice así: "Cuando yo era pequeñita, a mi mamita le pregunté, ¿seré yo rica, seré yo guapa?, y ella me respondió: ¿qué será, será… el tiempo te lo dirá… qué será, será.

Dinero y poder

Germán Froto Madariaga
Desde su época de estudiante de secundaria Germán Froto Madariaga tuvo el gusto de escribir, lo que realiza con solvencia. El presente texto se publicó hoy sábado en El Siglo de Torreón, donde el Magistrado del Poder Judicial de Coahuila comenta acerca de la renuncia al papado de Benedicto XVI.

La renuncia de Benedito XVI, ha venido a poner en el tapete de las discusiones, un viejo tema, nunca acabado, sobre las riquezas y el poder de la Iglesia Católica.
No existe en el mundo organización más poderosa que la Iglesia ni que haya acumulado más riquezas materiales que ella.
Eso es bien sabido y por ello, entre otros factores, es tan codiciada la presidencia del Banco Ambrosiano.
Son pocas las órdenes de la Iglesia que viven realmente apegadas al voto de pobreza. Cuando menos me consta de los jesuitas, pues lo vi de cerca cuando éramos estudiantes de secundaria en la Pereyra. Los padres traían las camisas todas raídas del cuello y cuando les llegaba ropa, por ejemplo, al padre LLaguno, toda se repartía entre los que la necesitaban y a veces él se quedaba sin nada. No importaba entonces el origen de cada uno de ellos, todos se hacían uno en la pobreza.
Pero no era ésa la norma entre todas las órdenes de esa institución. Es más, algunas se caracterizan, precisamente por su poderío económico y hasta ostentación hacen de ello, olvidándose de que: "El hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza"; y de: "Mi reino no es de este mundo".
Muchos de los seguidores del hombre que nació en humilde pesebre y vestía de sayal y que no dejó más bienes que la capa que lo cubría cuando fue apresado, viven ahora en suntuosos palacios y visten túnicas bordadas con hilos de oro, que contrastan con la sencillez de personajes como San Francisco de Asís.
Los personeros de la Iglesia disputan todos los espacios. Cualquier forma de recaudación es válida para muchos de ellos y pelean los espacios de sus templos como si fueran pisos muy valiosos.
A este respecto, me voy a permitir contar una anécdota que presencié en la catedral de Mérida.
Andando en aquella ciudad, fui a visitar su catedral, como sitio obligado de turismo y venerar a un santo poco común: San Ildefonso.
En el atrio de ese templo, se encontraba un pordiosero tocando una vieja guitarra y cantando tristes alabanzas al Señor, al tiempo que pedía ayuda para atender a sus necesidades mínimas.
"Alabado sea Dios, Hermanos. Denme una ayuda para comer". "Todos somos hijos de Dios y debemos ayudarnos unos a otros"-seguía diciendo aquel pobre hombre.
Muy cerca de él, un sacerdote de hábito, pedía limosna para el templo y regalaba a cambio estampitas religiosas.
Me quedé unos momentos admirando la fachada del templo, tiempo suficiente, para que aquel pordiosero cambiara radicalmente su discurso y arremetiera contra los fieles que le negaban la ayuda y el sacerdote que le quitaba "clientes".
Los versos que acompañaban las plegarias de ese hombre cambiaron de tono radicalmente: "Bola de ojetes, que no quieren cooperar. No saben ser solidarios con sus semejantes. Y usté -Dijo dirigiéndose al sacerdote - Hágase pá allá y no me quite la posibilidad de conseguir mi comida".
Pero ese tipo de sacerdotes no suelen dar tregua a su ambición y éste ignoraba los reclamos del pordiosero. Pelean palmo a palmo un mísero céntimo.
Quizás por ello, Benedicto XVI, harto de las disputas dentro de la Iglesia, prefirió poner tierra de por medio y retirarse a vivir una vida de oración y penitencia, rogando a Dios que su sucesor logre que la Iglesia retorne a su función evangelizadora con humildad.
Si las profecías se cumplen, podemos estar asistiendo a los últimos tiempos de una de las instituciones más fuertes y antiguas de nuestra historia.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

Riesgo o peligro

René Delgado
René Delgado, autor de la columna Sobreaviso  que se publica en los diarios de Grupo Reforma y en El Siglo de Torreón habla en su entrega de hoy 23 de febrero se refiere al tema de las brigadas civiles de autodefensa y se pregunta ¿Cómo podría el gobierno federal dejar caer todo el peso de su autoridad sobre quiénes integran esas brigadas, si fue el gobierno el que abdicó de su principal obligación: proteger los bienes e integridad de los ciudadanos? La disyuntiva es permitir a los particulares castigar la impunidad, o mantener el imperio de la ley pero sin aclarar los casos de los desaparecidos.

El riesgo implica la posibilidad de derivar ganancias y, por lo mismo, se le relaciona con futuros. El peligro no, implica pérdidas y, por lo mismo, se le vincula con el pasado. (Sobre el asunto, ahí están las ideas del sociólogo Anthony Giddens). Riesgo y peligro comparten, eso sí, la circunstancia de su posibilidad. Una circunstancia por lo general extraordinaria, marcada por la oportunidad o la dificultad que aun cuando parecen muy distintas no lo son tanto.
El país está en esa circunstancia, aquélla donde la dificultad supone la oportunidad de tomar riesgos y no sólo de correr peligro. Por ello, no está de más tener la definición de al menos una porción de la clase política que, en su descompostura, está frente a esa alternativa.
***
Se está en el punto donde el deseo choca con la realidad.
Si bien el nuevo gobierno ha cuidado con elegancia, pero también con exageración no fincar su posibilidad en el desastre o la herencia recibida, la dimensión de la crisis dejada por el calderonismo presiona la acción contundente, rápida y decidida, pero también plantea la tentación de aplicar un nuevo maquillaje y renovar la simulación. Riesgo o peligro.
El legítimo reclamo social de seguridad dificulta el replanteamiento de la estrategia diseñada, al tiempo que anima la idea de hacer justicia por propia mano. No sin razón hay voces pidiendo dejar caer la fuerza del Estado sobre quienes integran las brigadas civiles de autodefensa, pero olvidan un detalle: fue la debilidad del Estado la principal promotora de la integración de aquéllas. ¿Cómo exigir a esos grupos no hacer lo que es potestad exclusiva del Estado, si éste dejó de ejercerla? Riesgo o peligro.
Felipe Calderón
 Hinojosa

El dolor generado por los desaparecidos, ahora sí expresado sin temor, coloca a los dolientes ante una contradicción: exigir a la autoridad que toleró o ejecutó su desaparición a dar con ellos, así como a no dejar impunes a quienes cometieron esa atrocidad. Dar con los desaparecidos y hacer justicia, obliga traer el pasado al presente. Los desaparecidos -25 mil, 2 mil o 250 como los documentados por Human Right Watch- quitan el sueño no sólo a quienes sufren la ausencia de un ser querido, sino a todos. Olvidar a los desaparecidos es un peligro para el Estado de derecho, esclarecer su situación y exigir cuentas a los responsables es un riesgo.
La actividad criminal que un día sí, otro también y el siguiente igual rebasa los límites de la barbarie y dicta cátedra sobre la rentabilidad de la violencia alienta a quienes sin nada que perder ven en el delito una oportunidad y tienta a quienes los combaten a eliminarlos sin juicio ni piedad porque, en la lógica de la violencia, garantías y derechos son postulados dignos de archivo. Esa espiral presiona la idea de construir más celdas en vez de rehabilitar la escuela, de abrir plazas en la Policía en vez de crear empleos sanos y productivos.
En cada uno de sus planos, la opción es tomar riesgos o correr peligro.
***
Si tan sólo en esos campos se planteara la disyuntiva señalada, la situación sería grave. Pero lo es más. Como ya dijo brillantemente en estas planas un colega, la realidad es que se encaran problemas de Estado, de gobierno y de administración, en el marco de una sociedad desesperada. Una circunstancia que, en su difícil solución, insta a practicar la conducta de "sálvese el que pueda" y, desde luego, pueden más los que más poder tengan. El origen del poder ahí ya no cuenta, sólo cuenta el poder.
Enrique Peña Nieto
El grado de descompostura política que vive el país es tal que se expresa desde el cínico saqueo de las arcas públicas por parte de quienes las administran hasta el descaro de circular con un vehículo llevando por matrícula la placa del poder que se ostenta o, bien, hasta la desvergüenza de pretender evadir la ley -así sea el alcoholímetro- presumiendo que uno está para hacerlas, no para cumplirlas.
Saben de esa descompostura quienes forman parte de la élite política y saben, incluso, que les plantea un problema de sobrevivencia. Sin embargo, no hay deslindes claros y contundentes, sanciones para quienes desprestigian la política por parte de quienes todavía creen en ella y tienen un remanente de autoridad. En aras del concierto en el desconcierto, del orden desde el desorden, de no agregar olas en la tormenta, esa élite practica la complicidad siendo que ella arrastra al conjunto de esa élite y no sólo a quienes han hecho de la corrupción y el abuso el sello de su conducta. Corren peligros, no asumen riesgos.
***
Ante la gama y profundidad de los problemas que encara la clase política sin ni siquiera intentar revertir su propia descompostura, los poderes fácticos de toda índole, criminales o no, sonríen. Les da risa el deseo de esa élite de meterlos en cintura. La adversidad política y social, el mal tiempo mexicano y el desencuentro político les representan a esos poderes las mejores condiciones para navegar, para avanzar en la travesía de achicar el Estado en beneficio de su voracidad. Su desmedido empoderamiento y su reposicionamiento para orientar el rumbo del país de ahí derivan.
En esa circunstancia, el deseo de la élite política de someter a los poderes fácticos al marco de derecho y al interés público es una quimera. Hacer de ese deseo una probabilidad exige tomar el riesgo de recomponerse hacia adentro: marcar, sancionar y prescindir de aquellos de sus integrantes que, pese a la gravedad del asunto, insisten en beneficiarse del naufragio de esa clase política y, aun a costa del propio sacrificio, anteponer el interés nacional por encima del interés electoral o partidista. Reconocer que, hoy, importa el conjunto del territorio y no sólo éste o aquel otro distrito electoral.
A partir de su depuración y recompostura, esa élite está obligada a rehacer su propio tejido y reconstituir sus ligamentos para contar con el músculo necesario que, en verdad, meta en cintura a esos poderes fácticos -gremiales, empresariales, criminales, mediáticos- que, ahora, tienen contra la pared a esa élite pero también al país en su conjunto. Eso es tomar riesgos.
Cabe, desde luego, la otra opción, la de correr peligro, la de simular cambios o renovar el maquillaje de una realidad que se desmorona para pretender engañar a quienes han perdido la fe en las instituciones del Estado y para pretender contentar a quienes hacen de la debilidad del Estado su fortaleza. Ni unos ni otros quedarán satisfechos, los signos son inequívocos.
Es cosa de decidir qué se quiere: tomar riesgos o correr peligro.

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