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14 de marzo de 2013

El estado treintaidos

Gerardo
Hernández González

La idea de conformar el Estado de la Laguna con varios municipios de Coahuila y Durango no es nueva, si bien arrecia según las circunstancias y el ánimo de quiénes habitamos en ésta región y también por el abandono en que nos mantienen los gobiernos estatales y el federal que no nos permiten desarrollarnos como quisieramos no obstante el aporte que realizamos vía participaciones económicas. La columna es Capitolio de Gerardo Hernández González, quién además de ser el director de Espacio 4 publica en Milenio Diario Laguna y en Zócalo de Saltillo.

La idea del Estado de La Laguna remite y arrecia según las circunstancias y el ánimo social. Incluso cuando el crecimiento demográfico y económico se concentraba en la comarca, mientras Saltillo, Durango y el resto de las regiones padecían estancamiento y acumulaban rezagos, ya había grupos que la gestionaban. La región gozó de privilegios en tanto duró el mito del ejido. Para mantenerlo vivo, el gobierno federal canalizaba recursos y presupuestos ingentes que, la mayoría de las veces, iban a parar a los bolsillos de funcionarios, líderes campesinos y empresarios sin escrúpulos.
El gerente del Banco Agrario (después Banrural o “Bandidal” como el ingenio popular lo bautizó) ejercía mayor poder político que los gobernadores. Para incrementar el rendimiento del “voto verde” por hectárea, la institución financiaba campañas de los candidatos del PRI, pagaba acarreos, condonaba carteras vencidas —como ahora el Congreso cancela el ISR a municipios que lo cobran a sus empleados y lo gastan en lugar de enterarlo a Hacienda.
La Laguna figura hoy entre las regiones más violentas del país. Ese fenómeno y la falta de inversión e infraestructura —pública y privada— se traducen en angustia social, desempleo, crecimiento limitado y descrédito internacional. En un escenario así podría pensarse que los laguneros desistirían de su intento de escindirse de las capitales de Coahuila y Durango para fundar su propio estado, nombrar su propio gobernador, valerse por sí mismos y no depender por más tiempo de las administraciones centrales.
Pero en lugar de abatir banderas y esperar momentos más propicios para lograr su “independencia”, los laguneros se crecen al castigo y vuelven a la carga. Esta vez lo hacen de manera silenciosa, no a través de los comités que apadrinan la idea del estado treinta y dos. El rumor corre de boca en boca, en los cafés, en los centros de reunión y en las mesas familiares. El “basta ya” cobra cuerpo y fuerza desde una base social heterogénea.
Sin embargo, no todos los sectores tienen acceso al poder ni a los círculos donde se toman las grandes decisiones del país. Por tanto, es relevante que figuras connotadas de La Laguna, que hasta hace poco se habían mantenido al margen, empiecen a empujar en la Ciudad de México el proyecto del nuevo estado, lo mismo en el Congreso que en otras instancias. El tema ha pasado, pues, de la coyuntura política y electoral al de la necesidad imperiosa. Plantear argumentos en vez de esgrimir agravios o posiciones partidistas le brinda sustento a la demanda.
En el centro político de la República hay corrientes que también pugnan por convertir el Distrito Federal en estado (el de Anáhuac, en su caso). Son asuntos que ameritan atención y debate serio. En La Laguna persiste el sentimiento de abandono de las capitales, a las que culpan en parte de su retraso. Conscientes de esa situación, los últimos gobernadores de Coahuila, desde Eliseo Mendoza hasta Rubén Moreira, han aumentado y reforzado su presencia en la comarca. Sobre todo, el actual.
Mas no es eso —o solo eso— lo que los laguneros esperan. Desean influir directamente en la toma de decisiones que los afectan, pues no se sienten representados por las autoridades locales ni por el Congreso. Si algunos agentes sociales y económicos recurren a canales políticos externos para sensibilizar sobre la conveniencia de apoyar el Estado de La Laguna, es porque en las capitales de Coahuila y Durango no los escuchan.

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