En
su columna Sobreaviso qué René Delgado Ballesteros publica en los medios de Grupo Reforma, El Universal y El Siglo de Torreón hace
un análisis de los primeros días de la administración federal que encabeza Enrique Peña Nieto y las consecuencias que tendrán en los ámbitos
político, social y económico. ¿Estamos ante la restauración del priísmo o es el
principio de un nuevo estilo de gobernar? La entrega se publicó el sábado 9 de
marzo.
Mañana el
gobierno cumplirá sus 100 primeros días y llega a esa emblemática fecha con su
capital político incrementado y, apenas horas después de concluir ese plazo o
paso, confirmará si mantiene firme la pretensión de reformar el poder o, bien,
de sólo retocarlo o -algo delicado- reconcentrarlo. Dicho en breve, si quiere
modernizar el régimen presidencialista desde un enfoque democrático o restaurar
el régimen presidencialista desde un enfoque autocrático. Cosa, esta última,
imposible.
Decisiones y
acciones de forma y fondo, bien tomadas y bien ejecutadas, aun desde antes de
tomar el Poder Ejecutivo, cambiaron rápida y favorablemente la percepción sobre
Enrique Peña Nieto. Hoy se le reconoce como presidente de la República y, aun
cuando se dice fácil, no es sencillo conseguir ese reconocimiento y, menos aún,
conservarlo a lo largo de un mandato. Varios de sus antecesores panistas y
priistas desearon verse imantados por la investidura presidencial a lo largo de
su gestión, pero no lo consiguieron. La sola investidura no da lo que la
capacidad o la perversidad políticas niegan, como tampoco un momento configura
un sexenio.
De ahí que en la
profundidad y la calidad de la reforma en materia de telecomunicaciones se verá
la hondura del propósito presidencial de devolver al Estado su capacidad
rectora en ése y otros campos, como también si mantiene la dirección y el
objetivo claro. Al conocerse ese proyecto de reforma, se tendrán nuevos signos
del estilo y el carácter presidencial de Enrique Peña Nieto. Se sabrá también
de su posibilidad para emprender los otros ajustes que exigen la democracia y
el Estado de derecho, así como el desarrollo nacional, lastimado y postrado por
la pusilanimidad política y la voracidad de monopolios de la más variada
índole.
Es deseable que,
en ésa muy próxima ocasión, se confirme el propósito de reformar el poder y no
de reconcentrarlo.
***
Hasta ahora,
Enrique Peña Nieto ha dejado ver que se siente, se conduce y se desempeña como
presidente de la República.
Pequeñas y
grandes acciones ha emprendido el mandatario para ser y parecer presidente de la República.
Pequeña: pedirle al gobernador Graco Ramírez hablarle de usted en vez de
tutearlo o, bien, recuperar el uso de espacios históricamente señalados para
ejercer el poder presidencial, Palacio Nacional por ejemplo. Grande: proceder con fuerza y derecho
contra la ex lideresa
magisterial Elba Esther Gordillo para acotar un poder desbocado y desbrozar el
sendero hacia la recuperación por parte del Estado de la rectoría de la
política educativa y reconfigurar la imagen del presidencialismo.
Esas pequeñas y
grandes acciones, el Ejecutivo las ha acompañado de operaciones y planes para
restablecer el acuerdo como instrumento básico de la política o para impulsar
el ánimo como instrumento clave de la participación social. En el primer caso,
el Pacto por México quiso y pudo encontrar en la debilidad de las direcciones
de los partidos opositores la fortaleza para acordar acciones conjuntas en
beneficio del país y de la propia clase política, así como ofrecer un frente común ante
los poderes informales, criminales o no, que desafían al Estado. En el segundo
caso, la Cruzada contra el Hambre quiso pero no pudo constituirse en causa o
motor nacional para reponer el ánimo social que exige transformar la realidad.
Como quiera, el
saldo del conjunto de las acciones y operaciones en los 100 primeros días de
gobierno resulta favorable al propósito de reponer en la Presidencia de la
República el valor de la autoridad de quien ocupa la principal posición
política.
***
Con todo, la
reforma en materia de telecomunicaciones cifra, sí, el propósito de acotar los
poderes monopólicos que han colocado contra la pared a los poderes
constitucionalmente establecidos, pero no sólo eso. Revelará si se consolida la
plataforma política para emprender los otros cambios necesarios y si se
mantienen la dirección y el objetivo correctos para modernizar el
presidencialismo, en vez de restaurarlo.
Ahí se verá si
se avanza en la dirección correcta para conseguir el objetivo de reformar el
poder, en vez de reconcentrarlo en la sola figura del presidente de la
República.
***
Si la reforma en
materia de telecomunicaciones es ligera y cosmética, lo construido en los 100
primeros días de gobierno puede desvanecerse.
Puede ocurrir
eso porque, pese a la necesidad de las dirigencias de los partidos de derecha e
izquierda de consolidarse a partir del Pacto por México, éstas no resistirán el
reclamo y el descontento de sus propias organizaciones por haberse embarcado en
una aventura que, al final, los deja como comparsas de una reforma con más
costos que beneficios y que encorsetó y limitó su actuación en razón del
compromiso adquirido con el gobierno.
El titubeo por
parte de los pactistas en el afán de someter a los monopolios podría provocar
un doble efecto, contrario al pretendido. Por un lado, profundizaría la crisis
al interior de los partidos opositores y, por otro, suscitaría una reacción
mayor por parte de los monopolios: lejos de replegarse frente al Estado, podrían
intentar avanzar más allá de la posición que han logrado frente a la clase
política.
***
Si la reforma en
materia de telecomunicaciones es cargada y sustantiva, podría contarse con 100
segundos días y emprender otros ajustes.
Podría ocurrir
eso porque, pese a la tensión provocada por la reforma, las dirigencias de los
partidos se consolidarían y, a la par de poder proponerse otras acciones
pactadas para reformar otras esferas del poder político y no político, estarían
en condición de recolocar su propio horizonte más allá del límite impuesto por
los poderes monopólicos que han doblegado, comprado o pervertido a sus propias
estructuras.
En esa situación
pero sólo en ésa podrían asegurar la modernización del presidencialismo desde
un enfoque plural y democrático, alejando la tentación de restaurarlo desde un
enfoque personal y autocrático.
***
Reformar el
poder en su conjunto tiene límites. Uno de ellos, inmediato, lo marcan la
reforma fiscal y la energética, cuyo significado -denotativo y connotativo- complica
el acuerdo multipartidista. Otro lo marcan las elecciones, cuya naturaleza
subraya diferencias no coincidencias entre los partidos.
Este sexenio
cuenta por días. Se ha construido bastante en estos 100 primeros días, pero
falta tanto para acabar la obra que urge no perder tiempo, dirección ni
objetivo... si esa obra es la de modernizar con vocación democrática el
presidencialismo.
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