Buscar este blog

13 de marzo de 2013

Los Cien primeros días de Enrique Peña Nieto


René Delgado Ballesteros 
En su columna Sobreaviso qué René Delgado Ballesteros publica en los medios de Grupo Reforma, El Universal y El Siglo de Torreón hace un análisis de los primeros días de la administración federal que encabeza Enrique Peña Nieto y las consecuencias que tendrán en los ámbitos político, social y económico. ¿Estamos ante la restauración del priísmo o es el principio de un nuevo estilo de gobernar? La entrega se publicó el sábado 9 de marzo.

Mañana el gobierno cumplirá sus 100 primeros días y llega a esa emblemática fecha con su capital político incrementado y, apenas horas después de concluir ese plazo o paso, confirmará si mantiene firme la pretensión de reformar el poder o, bien, de sólo retocarlo o -algo delicado- reconcentrarlo. Dicho en breve, si quiere modernizar el régimen presidencialista desde un enfoque democrático o restaurar el régimen presidencialista desde un enfoque autocrático. Cosa, esta última, imposible.
Decisiones y acciones de forma y fondo, bien tomadas y bien ejecutadas, aun desde antes de tomar el Poder Ejecutivo, cambiaron rápida y favorablemente la percepción sobre Enrique Peña Nieto. Hoy se le reconoce como presidente de la República y, aun cuando se dice fácil, no es sencillo conseguir ese reconocimiento y, menos aún, conservarlo a lo largo de un mandato. Varios de sus antecesores panistas y priistas desearon verse imantados por la investidura presidencial a lo largo de su gestión, pero no lo consiguieron. La sola investidura no da lo que la capacidad o la perversidad políticas niegan, como tampoco un momento configura un sexenio.
De ahí que en la profundidad y la calidad de la reforma en materia de telecomunicaciones se verá la hondura del propósito presidencial de devolver al Estado su capacidad rectora en ése y otros campos, como también si mantiene la dirección y el objetivo claro. Al conocerse ese proyecto de reforma, se tendrán nuevos signos del estilo y el carácter presidencial de Enrique Peña Nieto. Se sabrá también de su posibilidad para emprender los otros ajustes que exigen la democracia y el Estado de derecho, así como el desarrollo nacional, lastimado y postrado por la pusilanimidad política y la voracidad de monopolios de la más variada índole.
Es deseable que, en ésa muy próxima ocasión, se confirme el propósito de reformar el poder y no de reconcentrarlo.
***
Hasta ahora, Enrique Peña Nieto ha dejado ver que se siente, se conduce y se desempeña como presidente de la República.
Pequeñas y grandes acciones ha emprendido el mandatario para ser y parecer presidente de la República. Pequeña: pedirle al gobernador Graco Ramírez hablarle de usted en vez de tutearlo o, bien, recuperar el uso de espacios históricamente señalados para ejercer el poder presidencial, Palacio Nacional por ejemplo. Grande: proceder con fuerza y derecho contra la ex lideresa magisterial Elba Esther Gordillo para acotar un poder desbocado y desbrozar el sendero hacia la recuperación por parte del Estado de la rectoría de la política educativa y reconfigurar la imagen del presidencialismo.
Esas pequeñas y grandes acciones, el Ejecutivo las ha acompañado de operaciones y planes para restablecer el acuerdo como instrumento básico de la política o para impulsar el ánimo como instrumento clave de la participación social. En el primer caso, el Pacto por México quiso y pudo encontrar en la debilidad de las direcciones de los partidos opositores la fortaleza para acordar acciones conjuntas en beneficio del país y de la propia clase política, así como ofrecer un frente común ante los poderes informales, criminales o no, que desafían al Estado. En el segundo caso, la Cruzada contra el Hambre quiso pero no pudo constituirse en causa o motor nacional para reponer el ánimo social que exige transformar la realidad.
Como quiera, el saldo del conjunto de las acciones y operaciones en los 100 primeros días de gobierno resulta favorable al propósito de reponer en la Presidencia de la República el valor de la autoridad de quien ocupa la principal posición política.
***
Con todo, la reforma en materia de telecomunicaciones cifra, sí, el propósito de acotar los poderes monopólicos que han colocado contra la pared a los poderes constitucionalmente establecidos, pero no sólo eso. Revelará si se consolida la plataforma política para emprender los otros cambios necesarios y si se mantienen la dirección y el objetivo correctos para modernizar el presidencialismo, en vez de restaurarlo.
Ahí se verá si se avanza en la dirección correcta para conseguir el objetivo de reformar el poder, en vez de reconcentrarlo en la sola figura del presidente de la República.
***
Si la reforma en materia de telecomunicaciones es ligera y cosmética, lo construido en los 100 primeros días de gobierno puede desvanecerse.
Puede ocurrir eso porque, pese a la necesidad de las dirigencias de los partidos de derecha e izquierda de consolidarse a partir del Pacto por México, éstas no resistirán el reclamo y el descontento de sus propias organizaciones por haberse embarcado en una aventura que, al final, los deja como comparsas de una reforma con más costos que beneficios y que encorsetó y limitó su actuación en razón del compromiso adquirido con el gobierno.
El titubeo por parte de los pactistas en el afán de someter a los monopolios podría provocar un doble efecto, contrario al pretendido. Por un lado, profundizaría la crisis al interior de los partidos opositores y, por otro, suscitaría una reacción mayor por parte de los monopolios: lejos de replegarse frente al Estado, podrían intentar avanzar más allá de la posición que han logrado frente a la clase política.
***
Si la reforma en materia de telecomunicaciones es cargada y sustantiva, podría contarse con 100 segundos días y emprender otros ajustes.
Podría ocurrir eso porque, pese a la tensión provocada por la reforma, las dirigencias de los partidos se consolidarían y, a la par de poder proponerse otras acciones pactadas para reformar otras esferas del poder político y no político, estarían en condición de recolocar su propio horizonte más allá del límite impuesto por los poderes monopólicos que han doblegado, comprado o pervertido a sus propias estructuras.
En esa situación pero sólo en ésa podrían asegurar la modernización del presidencialismo desde un enfoque plural y democrático, alejando la tentación de restaurarlo desde un enfoque personal y autocrático.
***
Reformar el poder en su conjunto tiene límites. Uno de ellos, inmediato, lo marcan la reforma fiscal y la energética, cuyo significado -denotativo y connotativo- complica el acuerdo multipartidista. Otro lo marcan las elecciones, cuya naturaleza subraya diferencias no coincidencias entre los partidos.
Este sexenio cuenta por días. Se ha construido bastante en estos 100 primeros días, pero falta tanto para acabar la obra que urge no perder tiempo, dirección ni objetivo... si esa obra es la de modernizar con vocación democrática el presidencialismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.