Adela Celorio |
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En
su colaboración semanal para varios medios Adela Celorio nos habla de lo que se hace en el
nombre de Dios: “Eso
lo sabe muy bien nuestro mesiánico López Obrador, quien después de muchas vueltas
encontró en Morena
la fórmula mágica para aglutinar a sus huestes. Es inalienable el derecho de
cada ciudadano de practicar la religión, dogma o secta que su corazón le pida.
La libertad más preciada de los mexicanos, y eso incluye a los políticos, es la
libertad de culto. Lo que resulta ilegal y hasta moralmente ilícito, es
aprovechar un puesto político como púlpito para hacer declaraciones que sólo
competen a la conciencia y al reino de Dios. He dicho.” El texto se publica entre otros en Grupo Reforma, El Universal y El Siglo de Torreón, éste último de donde lo tomé para
compartirlo con los seguidores del blog.
Todo
es posible en su nombre. Dios es el líder con que contamos incondicionalmente
porque igual da esperanza al ladrón que al robado, o garantiza el éxito de
cualquier discurso político. Siempre me pareció una hipocresía la religión
vergonzante que practicaban a hurtadillas los priistas de la vieja guardia. En
la boda de una hija, se quedaban afuera de la Iglesia, o como López Mateos, se
casaban en la catedral, pero a oscuritas. Cuando le preguntaron al presidente
De la Madrid si era católico, un poco turbado contestó que sí, que vagamente.
Ahora por el contrario, los priistas andan con el Jesús en la boca.
"Bienvenido Nuestro Señor a la ciudad de Guadalupe" (Nuevo León) dijo
el presidente municipal César Garza para asegurarse la aprobación de la
asistencia. "Dios viene a establecer su reino aquí en Juárez",
decretó el primero de enero de 2013 Rodolfo Ruiz Oviedo, alcalde de Ciudad
Benito Juárez en Nuevo León: y los aplausos lo validaron como mensajero de
Dios. "Ensenada está viviendo un romance con Dios, y claro que le doy las
llaves a Jesucristo", dijo Pelayo Torres, alcalde priista. Más
recientemente Margarita Arellanes Cervantes presidenta municipal de Monterrey,
entregó -simbólicamente las llaves de "su" ciudad a Dios Nuestro
Señor Jesucristo".
Por
lo visto estos políticos de medio pelo están redescubriendo la eficacia del
nombre de Dios para conquistar la voluntad de los ciudadanos. No es difícil
imaginar los corajes que estará haciendo en su tumba Benito Juárez, quien
educado en el Seminario Conciliar de su natal Oaxaca, mantuvo siempre su
convicción de hombre profundamente religioso; lo que no le impidió darse cuenta
de la imperiosa necesidad de separar el poder de la Iglesia, del poder del
Estado. "La Iglesia y ejército se deberán concretar a intervenir sólo en
asuntos de su competencia". En otras palabras "Al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios", San Benito Juárez, que además de
letrado poseía una lúcida inteligencia, conocía la larga historia de abusos que
la humanidad ha comedido en el nombre de Dios cuando se manipula desde el
poder.
En
nombre de Dios, Alá, Jehová o cualquier otro nombre que hayamos elegido para
amparar nuestro desamparo: se bendicen las armas y las guerras se llaman
Santas. La Santa Inquisición incluidas sus horrorosas torturas, fue el brazo
justiciero de una Iglesia avalada por el poder político. Hidalgo, nuestro padre
de la Patria, un cura jugador y disipado, libre en su trato con mujeres y
negador del infierno: "no crea Manuelita, que esas son soflamas", le
dijo a una amiga cercana. Hidalgo que era casi un hereje (según el doctor en
historia Enrique Krauze), pero conocía la fuerza de la religión para convocar a
la gente, tuvo la acertada ocurrencia de extraer de un santuario cercano la
imagen de la Virgen de Guadalupe e insertarla en un palo como pendón de lucha.
Abanderado con la Guadalupana, en menos de un mes consiguió aglutinar a 50 mil
hombres de las clases más humildes (los ricos estaban tomando chocolate con
otros curas menos subversivos) indígenas en su mayoría que armados con palos y
piedras, al grito de "Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los
gachupines", arrasaron las ciudades de San Miguel, Celaya, Guanajuato; y
si el
mismo cura Hidalgo, atemorizado por la carnicería que lideraba no hubiera
ordenado la retirada, la degollina hubiera alcanzado también a la capital.
¡Ay
Dios! mira nomás las cosas que hemos hecho en tu nombre. "Celebrada la
misa del Espíritu Santo, y exhortados los diputados en el púlpito por el
vicario castrense a alejar de sí toda pasión e intereses guiándose sólo por lo
que fuese más conveniente a la Nación", el secretario del cura Morelos y
Pavón leyó el ideario que ya ponía de manifiesto los fundamentos de lo que
sería la futura constitución mexicana, y que en su segundo punto contemplaba:
"que la religión católica sea la única, sin tolerancia de otra".
Fue
así como en el nombre de Dios se vivió una larga historia de ignominias; la más
reciente que conocemos es la del emporio que construyó y las arbitrariedades
que cometió Marcial Maciel; nada menos que el fundador de los Legionarios de
Cristo. Crueldades y tiranías sin cuenta siguen cometiéndose en países cuyos
gobiernos suman a su poder político el religioso que exige lapidar a las
mujeres (nunca a los hombres) por adulterio o mucho menos que eso. Torturar,
matar y mutilar para someter a la población en nombre de Alá, Jehová o Dios
como familiarmente lo llamamos los católicos, es "legítimo" cuando al
poder político se suma el extraordinario magnetismo de la religión.
Eso
lo sabe muy bien nuestro mesiánico López Obrador, quien después de muchas
vueltas encontró en "Morena" la fórmula mágica para aglutinar a sus
huestes. Es inalienable el derecho de cada ciudadano de practicar la religión,
dogma o secta que su corazón le pida. La libertad más preciada de los
mexicanos, y eso incluye a los políticos, es la libertad de culto. Lo que
resulta ilegal y hasta moralmente ilícito, es aprovechar un puesto político
como púlpito para hacer declaraciones que sólo competen a la conciencia y al
reino de Dios. He dicho.
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