Roberto Orozco Melo. |
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Hermanos Lumiere, inventores del cinematógrafo. |
Mentiría
si escribiera que en esa fecha era un niño prodigio, pero podía deletrear a
tropezones los subtítulos que aparecían en la parte inferior de la pantalla. La
cinta que vi fue una del "gordo y el flaco", aquella pareja dispareja
que se agredía con cachetadas equívocas, pasteles en pleno rostro y burdas
chistosadas que constituían la gracia de las comedias cinematográficas, animadas
por una pianola, que tocada a dos manos, hacía que los ejecutantes se sintieran
más como concertistas que como músicos regulares.
La
cinematografía llegó, para los niños de las generaciones del año 31 y
subsiguientes, como una fuente de diversión, así como ahora lo es la
televisión. El cine tenía una gran ventaja, la diversión subsistía sin los
anuncios comerciales que ahora los televidentes sufrimos; las buenas películas
eran las de antes y hoy en día se transmiten en la televisión. En este 2013, el
cine es más atractivo por la calidad tecnológica de su exhibición, pero no por
la parte argumental.
Recordemos
aquel día de los inocentes de 1895 en que 24 espectadores pagaron su boleto de
acceso a la primera función de cine en el sótano del café París; la
presentación consistió en una serie de imágenes documentales, de las cuales se
recuerda aquella en la que aparecen los trabajadores de una fábrica y la de un
tren que parecía abalanzarse sobre los espectadores, ante lo cual éstos
reaccionaron con un instintivo pavor: de los cinéfilos que compraron boleto en
París, sólo una docena de espectadores aplaudió esa primera función, cuya
proyección se hizo sobre una sábana blanca.
Los
franceses hermanos Lumiere tenían mucho tiempo de trabajar en la invención del
truco cinematográfico, mientras que en Estados Unidos Tomás Alba Edison se
entretenía en investigar un aparatejo que repetía las fotos fijas de una
persona, de un grupo, o de un vehículo que se desplazaba con cierta rapidez,
dando la impresión de moverse, siendo que lo hacía a través de uno de los
aparatos accesorios.
Primera Película: Tren entrando a París. |
Sea
lo que sea, el cinematógrafo fue perfeccionado en las manos de los seres
humanos del siglo XX. Hay ahora buen cine, ya trascendente o de diversión,
cultural y educativo. También hay cine inmoral, degradante y apologista de las
peores costumbres de la humanidad. Hubo igualmente, no hace mucho tiempo, un
buen cine mexicano, pero la crítica asegura que el actual resulta pésimo,
degradante, vulgar, pornográfico y decadente. El negocio resulta mucho mejor de
lo que los hermanos Lumiere esperaban. Quizá ganamos mucho y perdimos poco,
pero si hacemos un recuerdo positivo de los hermanos Lumiere, quizá saldremos
ganando.
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