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Gerardo Hernández González. |
La
jornada electoral del pasado mes de julio reprodujo los resultados que se
vivieron en Coahuila en 1900, dice en su columna Capitolio que publican varios medios de la entidad Gerardo
Hernández González,
el texto tomado del espacio electrónico del periódico Zócalo de
Saltillo para compartirlo con nuestros
seguidores analiza como el Partido Revolucionario Institucional fue superado en las ciudades más importantes, excepto Torreón, y las razones que inclinaron a los
ciudadanos hacia esa decisión.
El
7 de julio reprodujo el resultado de las elecciones de 1990 en las ciudades
clave del estado. Hace veintitrés años, el PAN ganó Saltillo con Rosendo
Villarreal, y el PRI conservó Torreón con Carlos Román Cepeda. El PRI no pudo
superar los tropiezos de la administración de Eleazar Galindo. Su reemplazo por
Mario Eulalio Gutiérrez, quien ya había ocupado antes el cargo, fue
insuficiente para frenar la caída.
Después de Eliseo Mendoza, el siguiente
gobernador derrotado en Saltillo fue Rogelio Montemayor (1996). Al fracaso se
sumaron los de Torreón, Monclova, Ramos Arizpe y otros municipios. El PRI
perdió también la mayoría en el Congreso local, por primera y única vez hasta
hoy día. Esa ha sido la peor elección del PRI en su historia. Retener Torreón,
para el periodo 2014-2017, le permitirá mantenerse como primera fuerza
política. A partir del 1 de enero próximo, sus alcaldes gobernarán el cincuenta
y dos por ciento de la población del estado contra más del noventa de ahora.
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Eduardo Olmos Castro. |
Torreón le brindará a Rubén Moreira la
plataforma de operación política más amplia —aunque frágil por lo estrecho de
los comicios— en lo que resta de su administración. Las condiciones actuales
distan mucho de las que prevalecían en 1996. Miguel Riquelme estuvo a punto de
perder. La ciudad dividió su voto en dos: uno por el PRI y sus cuatro aliados,
y otro por el PAN y la UDC. La diferencia para que el PRI se hiciera con el
poder fue menor a los cinco mil votos.
Las circunstancias obligan a Riquelme a abrir
su gobierno a la sociedad y a las fuerzas políticas que votaron por Jesús de
León y otros candidatos; o se abstuvieron de hacerlo por el PRI. Entre la
votación proyectada por el comité municipal priista (ciento cincuenta mil) y la
real existe una diferencia de cuarenta y cinco mil sufragios. Casi treinta mil
menos de los que Eduardo Olmos obtuvo hace cuatro años. El resultado impone una
revisión profunda, pues a ese paso los riesgos para el PRI aumentarán en los
próximos procesos.
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Humberto Moreira Valdés. |
Para detener esa tendencia negativa y
eventualmente revertirla, la composición del equipo de Riquelme necesita ser
impecable. Si su sesgo es partidista o responde a criterios de amistad, al pago
de favores o a presiones mediáticas, retrocederá desde el principio en vez de
avanzar, como le sucedió a Olmos. Sobre todo, porque la planilla del alcalde
electo no la componen lumbreras, sino adictos a la empleomanía. Miguel Mery
Ayup, burócrata gris, desleal y engolado, es uno de ellos.
La apretada victoria de Riquelme no dejó
espacios para el triunfalismo. Enrique Peña tampoco se lo permitió después de
ganar la Presidencia. El Pacto por México y la incorporación, a su gabinete, de
figuras de otros partidos y de la administración de Felipe Calderón, obedecen a
necesidades poltíticas, no a convicciones democráticas. Rubén Moreira obtuvo
una votación récord, pero aun así formó gobierno con perfiles variados e
incluso ciudadanos (Javier Guerrero, José María Fraustro, Jorge Verástegui y
Eglantina Canales). Las condiciones lo imponían.
Riquelme fue electo para gobernar una ciudad
virtualmente en crisis, no para agradar a grupos de poder. Lo que él y su
partido se juegan es demasiado. Torreón no soporta más retrocesos. Muchos ojos,
desde muy distintos frentes, vigilarán su actuación. Además de la presión
local, tendrá la competencia del alcalde panista de Saltillo, Isidro López.
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