José María Mena Rentería. |
“Me
da miedo…” es expresión, recurrente, entre la inmensa mayoría de los habitantes
de esta ciudad. Temen, no sin razón, –cualquiera que sea la hora- deambular por
las calles debido a la inseguridad imperante, que implica daño a la integridad
física de las personas y riesgos de todo calibre.
De
haber sido Torreón una ciudad donde otrora parte del solaz de la ciudadanía fue
deambular, a cualquier hora, por sus calles y avenidas, actualmente semeja una
urbe casi abandonada cuyos moradores dejan sus domicilios únicamente el tiempo
estrictamente necesario.
De
casa al trabajo y del trabajo a casa, puede decirse sin exagerar, ya que el
hampa acecha por cualquier rumbo. Para “picar” a transeúntes y robarles, o bien
-por citar dos “especialidades”- para desvalijar a damas confiadas que tras
hacer el “super” han sido asaltadas tras haber abierto la cajuela de sus autos.
Por
citar un rumbo, en “coto de caza” han convertido el primer cuadro citadino
desvalijadores que no lo piensan dos veces cuando de arrancar una cadena del
cuello de una persona se trata, o igual, un par de aretes, un bolso, o un
anillo, o lo que llame su atención.
Todo
puede suceder en la vía pública, solitaria, recinto sus calles, de negocios, en
el primer cuadro, semiparalizados o locales comerciales vacíos porque apuesta
perdida de antemano es ocuparlos en plan de actividad redituable.
Mundo,
cabe enfatizar, diametralmente opuesto al habitado por “autoridades” incapaces
de contener el añoso embate delincuencial. Un mundo saturado -de nivel medio
para arriba- de “burócratas”, inútiles, inservibles como funcionarios públicos
aferrados del todo a no renunciar a cargos como los que ocupan pese a su letal
incompetencia.
Tal
es la metástasis que degrada el entorno social de Torreón y su periferia. Tal
es, a la fecha, el saldo a dejar por los que al satanizar anteriores ejercicios
de gobierno se ostentaron como la opción cuya altura, después de todo, no
rebasa la del betún de los zapatos.
“Me
da miedo…” es expresión recurrente de centenares de torreonenses, añorantes de
otros tiempos, transcurridos en una ciudad cuya vida, de la tranquilidad pasó a
la angustia.
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