Rodolfo Echeverría Ruiz. |
Articulista en El Universal, El Siglo de Torreón y los medios de Grupo Reforma Rodolfo Echeverría Ruiz empezó a colaborar con el blog por conducto de Fernando Ramírez López. En su texto del 20 de septiembre habla acerca del vergonzoso campeonato mundial de México en el consumo de refrescos embotellados rebosantes de azúcares ultrarrefinados y Coahuila tienen en ese rubro un indiscutible primer sitio, por lo que es campo fértil para padecimientos como la obesidad, la hipertensión y la diabetes.
Nuestro
país ostenta el vergonzoso campeonato mundial en lo concerniente al consumo de
refrescos embotellados rebosantes de azúcares ultrarrefinados, propiciadores de
obesidad e inductores de la mortal diabetes. Ambas epidemias asuelan a México
desde hace décadas.
El
8 de septiembre pasado, el Secretario de Hacienda explicó propósitos y razones esenciales
de la próxima reforma fiscal.
Ofreció
cifras escalofriantes: "México es el segundo país de la OCDE con mayor
prevalencia de obesidad al ubicarse ésta en 30% de la población adulta. La
prevalencia de obesidad en la población infantil es una señal de que se deben
tomar medidas decisivas en el presente para evitar la intensificación de
problemas de salud pública en el futuro, pero también una de las mayores
contingencias previsibles para las finanzas públicas nacionales".
Como
se advierte, el problema alcanza magnitudes superlativas. La Organización
Mundial de la Salud nos cataloga como uno de los pueblos víctimas de los
mayores índices de obesidad y diabetes. A escala internacional México tiene una
de las más altas tasas de mortalidad por causa de esas dos enfermedades cuya
virulencia dispara otras muchas más. A mayor consumo de refrescos, es mayor el
incremento en los registros de obesidad y de diabetes.
Estamos
ante un verdadero desastre.
En
su Encuesta Nacional de Ingresos y Gasto en los Hogares, el Inegi nos
documenta: una familia de escasos recursos económicos destina 7.5% de sus
magros ingresos totales a la compra de refrescos. Las familias de recursos
medios gastan 12% en la adquisición de todo género de líquidos embotellados. El
gasto más voluminoso corresponde a los refrescos de cola. ¡Llega a 70%!
Por
su lado, la Encuesta de Salud y Nutrición (2006) señala: la frecuencia en el
consumo de refrescos de cola supera, y con largueza, a la ingestión de agua
natural y verduras, leche, frutas y carne. Y, para hacer completa la tragedia,
el Instituto Nacional de Salud Pública indica: el gasto en refrescos
embotellados aumentó ¡40%! en siete años (1991-1998). Las empresas productoras
intentan hacer creer a los indefensos consumidores que sus nocivos productos
contienen niveles tolerables o bajos de azúcar y que su ingestión no daña a la
salud humana. La mendaz publicidad de los refrescos embotellados se solaza en
recomendar su consumo a los deportistas, a los excursionistas, a los
bailarines, a los alpinistas y a todos aquellos cuyas aficiones, vocaciones o
trabajos se relacionan, de una u otra manera, con la naturaleza ¡y con la
salud! La desvergüenza empresarial es inaudita.
Dentro
de tan lúgubre cuadro, refulge, como una esperanza, la iniciativa presentada
hace varios meses en la Cámara de los Senadores. El documento crea conciencia
entre sus integrantes en torno de este asunto primordial para la salud de los
mexicanos y propone la configuración de un moderado, pero imprescindible
impuesto al consumo de refrescos embotellados. La iniciativa presidencial va en
el mismo sentido.
Sería
decepcionante que los poderes Ejecutivo y Legislativo se mostraran débiles o
claudicaran ante las groseras presiones y los altivos desafíos de las
multimillonarias empresas refresqueras y dieran marcha atrás o redujeran hasta
extremos risibles la instauración de ese impuesto justiciero cuyo monto a
recaudar se destinará a la salud de los mexicanos.
Las
empresas del ramo presionan, publican costosos y amenazadores desplegados periodísticos;
pagan falaces campañas en radio y cine, televisión e Internet. Inventan
patrañas increíbles; esparcen rumores catastrofistas: se atreven a decir que el
impuesto sería inflacionario y recesivo; que se perderían miles y miles de
empleos; que los trabajadores cañeros sufrirían un golpe demoledor; que la
industria azucarera se desmoronaría; que los pobres empobrecerían aún más; que
los estanquillos y las modestas misceláneas naufragarían; que... En fin,
despliegan y desplegarán toda su inmensa fuerza económica nacional e
internacional, todas sus aviesas capacidades para idear y esparcir mentiras
descomunales. El poder público no debe doblar las manos. Su responsabilidad es
ineludible. La nación vigila.
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