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Adela Celorio. |
"Quiero volverte a querer en un atardecer de inquietud tropical". La vista de María Bonita cuando era todavía bonita, jugueteando entre el encaje de las olas, provocaba que el pensamiento de Agustín Lara… lo traicionara. La sorpresa de los clavadistas que en Pie de la Cuesta se arrojan, se arrojan 30 metros en picada, estaba reservada a un turismo muy exclusivo. Acapulco era por entonces una ciudad pequeña, amable. Las siete u ocho horas de mala carretera que lo separaban de la capital, lo hacían casi inaccesible para el turismo masivo. Dice acerca del puerto guerrerense la articulista Adela Celorio, cuyos comentario editoriales se publican entre otros medios en El Siglo de Torreón.
Paraíso,
exuberancia, soles y cielos dorados. Atardeceres que estimulan la sensualidad,
y el asombro que provoca siempre la vista del mar: "Quiero volverte a
querer en un atardecer de inquietud tropical". La vista de María Bonita
cuando era todavía bonita, jugueteando entre el encaje de las olas, provocaba
que el pensamiento de Agustín Lara… lo traicionara. La sorpresa de los
clavadistas que en Pie de la Cuesta se arrojan, se arrojan 30 metros en picada,
estaba reservada a un turismo muy exclusivo. Acapulco era por entonces una
ciudad pequeña, amable. Las siete u ocho horas de mala carretera que lo
separaban de la capital, lo hacían casi inaccesible para el turismo masivo. No
así para los privilegiados que durante varios sexenios ostentaron el poder de
venderlo y comprarlo a su antojo, amasando las inexplicables fortunas que aún hoy
disfrutan sus hijos y los hijos de sus hijos hasta la quinta generación… y las
que faltan todavía.
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María Bonita. |
Para
ellos no hubo nunca problema porque ya desde entonces tenían aviones, avionetas
y helicópteros a su disposición. Ellos, los políticos de entonces y sus amigos,
se adjudicaron las playas, se construyeron palacetes y mansiones, se compraron
yates; y ahí siguen sus herederos pasándola de lujo. El mar y sus bravuconerías
los respetan. Los huracanes y las tormentas no los afectan. Ellos saben que
después de la tempestad viene la calma. Si acaso un poco de limpieza, algo de
pintura, tal vez la renovación de la tapicería de las terrazas de sus
palacetes.


se mueren de sed porque no tienen agua para beber, ni cama, ni cobija, ni vasija.
Lo
obligado es que en temporada de ciclones, alguno de ellos alcance a nuestras
playas. Lo sorprendente es la que una y otra y otra vez, la desgracia se ensañe
siempre con los pobres y que los sucesivos gobiernos se den por sorprendidos
cada vez que esto sucede.
adelace2@prodigy.net.mx
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