Rodolfo Echeverría Ruiz. |
Aún
no ha terminado la batalla en favor del justiciero impuesto a la bebida y a la
comida "chatarra". El proceso legislativo concluyó. Convencida, la
mayoría parlamentaria votó de manera afirmativa. El gravamen entrará en vigor,
es verdad, pero las compañías perpetradoras de tan nocivos productos
industriales no depondrán sus pugnaces
armas.
Veremos
nuevas y dispendiosas campañas publicitarias preñadas del nefando propósito de
hacernos creer lo increíble: la ingestión de esas aguas superazucaradas y de
esos pastelillos y frituras saturados de grasas, sales y saborizantes químicos
es inofensiva para el desarrollo saludable de la vida humana, de las familias,
de los individuos.
Están
abiertas las vías legales para impugnar el impuesto de marras. La Procuraduría
Fiscal de la Federación y los abogados de la Secretaría de Hacienda deberán
perfeccionar sus más eficaces razones jurídicas con la mira puesta en el
objetivo superior de proteger la salud de la niñez y de la juventud.
El
gobierno tiene obligación jurídica y compromiso moral de orientar los dineros
recaudables hacia inversiones productivas y gastos urgentes concebidos para fomentar la adopción de mejores hábitos
alimentarios. Se trata de refrenar la galopante tendencia al alza de las asombrosas
cifras del sobrepeso, la obesidad y la diabetes cuya enconada virulencia atenta
contra la salud de nuestra población y supone un multimillonario, creciente
gasto público en punto a los onerosos procesos médicos, científicos y
administrativos indispensables, aptos para enfrentar a esa colosal pandemia
cuyas funestas consecuencias ensombrecen el futuro mexicano.
Los
huisacheros al servicio de las refresqueras y de las "chatarreras"
--nacionales y multinacionales-- echarán mano de trampas legaloides, chicanas
de la peor estofa y toscos trucos mediáticos con tal de salirse con la suya y
asegurar su megalucrativo negocio, productor industrial, a gran escala, de esas
miasmas líquidas y sólidas.
Los
fabricantes de toda clase de "chatarras", bebibles y comestibles,
pagarán sumas muy elevadas de dinero a sus gringoides publicistas de cabecera,
encargados de urdir estratagemas diseñadas para multiplicar al infinito una
serie de mentiras flagrantes cuyas inverosímiles audacias ofenderán hasta a las inteligencias menos agudas. Pelearán a como
dé lugar, empecinados como están en
esterilizar el impuesto aprobado por los legisladores federales.
Recurrirán a mañas y artimañas. Esperemos de ellos cualquier falacia, cualquier
insidia.
No
cesarán las invectivas procedentes de esas
compañías y de sus rijosas burocracias cupulares. No atenuarán la
belicosidad de su santa cruzada fundamentalista. Los moverá la codicia.
Tratarán de incrementar a toda costa sus utilidades desorbitadas. Intentarán
multiplicar --a pesar de todas las alarmas defensoras de la salud humana-- el
consumo mayoritario de bebidas supercalóricas y de aquellas insanas
"chatarras", disfrazadas de alimento nutritivo.
El
mefítico gas inyectado en tan adictivos refrescos de cola, cuyo color los
asemeja a ciertas deyecciones fluidas, así como las indigeribles y engordantes
grasas y productos químicos contenidos en las "chatarras"
comestibles, bautizadas con los eufemísticos nombres de botanas y de
confituras, son solo algunos de los principales causantes de la obesidad y de
la diabetes.
El
gobierno debe prepararse para neutralizar las próximas y redobladas embestidas
empresariales. Lo hará por las vías de la razón y del derecho. La salud de los
mexicanos es primero.
Resulta
imperativo multiplicar los esfuerzos gubernamentales --no solo los fiscales--,
así en lo político como en lo financiero, en lo presupuestal como en lo
administrativo y en lo jurídico, encaminados a disminuir, aunque sea de manera
paulatina, los atroces efectos de la hasta ahora imparable pandemia que asuela
a nuestro país.
El
combate contra las "chatarras" será largo y difícil. El gobierno debe
tomar otras medidas que también le competen de manera imperativa. Está
constreñido, por ejemplo, a suprimir de un tajo la venta de esos líquidos
tóxicos y de esas frituras grasosas en sus tiendas Liconsa y Diconsa, en las
del IMSS, en el Superissste… Causa vergüenza que en los mostradores de esos
establecimientos públicos se expendan tan nocivos productos industrializados.
Y
también lo siguiente es doloroso y escuece: en la inmensa mayoría de las
escuelas primarias y secundarias públicas --y en no pocas privadas-- continúa
la venta de esas “chatarras” en más de 200 mil “tienditas” llamadas cooperativas.
Es aterrador --y paradójico-- encontrar expendios de "chatarras", liquidas y sólidas, en el interior de campus como los de la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional, la UAM y otras muchas instituciones de alta cultura y educación, públicas o privadas, en cuyos patios, plazas y pasillos se venden esos productos. ¡Y proliferan en las entradas y salidas de las facultades de ciencias y de medicina! ¡Y también a las puertas y en las salas de espera y descanso en hospitales y centros de salud! ¿Hasta dónde vamos a llegar?.
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