Luís Rubio. |
“Más
allá de crisis, pasajeras o estructurales, la gran diferencia entre un país
desarrollado como España y
otro como México
reside en la calidad del gobierno. Un gobierno tiene responsabilidades
elementales que constituyen la esencia de la capacidad de la sociedad de
funcionar de manera eficaz y exitosa. Si bien hay muchas definiciones de lo que
deben ser esas responsabilidades y diferentes posturas sobre lo que debe
caracterizar a la función gubernamental, nadie disputaría lo esencial: la
seguridad pública, las reglas del juego para la actividad económica, electoral
y política, los servicios municipales, la justicia y la infraestructura tanto
física como institucional que se requiere para que un país funcione”. El
artículo se publicó recientemente en la página editorial de El Siglo de
Torreón y el autor es Luís Rubio, quien habla
de dos premisas que no sería posible presuponer en México.
Hace
unos días, cambiando de canales en un hotel, me encontré con un programa de
discusión en TVE, la televisora española. Debatían un acontecimiento criminal
en Málaga, pero lo interesante era su marco de referencia implícito. El asunto
en cuestión era la violación de una mujer con discapacidad mental por parte de
un grupo de hombres que la habían secuestrado y llevado a un apartamento; horas
después, la policía finalmente localizó a la mujer y la llevó a un hospital. En
la discusión hubo dos cosas que me llamaron la atención por su trascendencia
para nosotros. Primero, daban por obvio que la policía sería diligente y
competente para localizar a la mujer. Segundo, en palabras de una de las
participantes del programa, citando de memoria, "pero en qué estaban
pensando estos señores: los van a detener en un momento y todos van a acabar en
la cárcel". Ninguna de esas premisas sería posible de asumir en México.
Más
allá de crisis, pasajeras o estructurales, la gran diferencia entre un país
desarrollado como España y otro como México reside en la calidad del gobierno.
Un gobierno tiene responsabilidades elementales que constituyen la esencia de
la capacidad de la sociedad de funcionar de manera eficaz y exitosa. Si bien
hay muchas definiciones de lo que deben ser esas responsabilidades y diferentes
posturas sobre lo que debe caracterizar a la función gubernamental, nadie
disputaría lo esencial: la seguridad pública, las reglas del juego para la
actividad económica, electoral y política, los servicios municipales, la
justicia y la infraestructura tanto física como institucional que se requiere
para que un país funcione. Algunos limitarían las funciones gubernamentales a
lo básico ("el mejor gobierno es el que gobierna menos"), en tanto
que otros preferirían un "estado de bienestar" integral, pero todos
aceptarían que un gobierno eficaz es factor crucial para el funcionamiento de
un país. En México somos muy dados a entrar en discusiones ideológicas sobre
estos asuntos cuando ni siquiera tenemos lo esencial, eso que las personas en
el panel de discusión español daban por hecho.
Hablamos
de crecimiento económico, competitividad, derechos humanos, justicia y otros
atributos y objetivos deseables pero no reconocemos que carecemos de lo
esencial -un sistema de gobierno- susceptible de contribuir al logro de los
mismos. Se aprueban reformas legales grandiosas que establecen nuevos derechos
ciudadanos y, en muchas, nuevas obligaciones para el gobierno, pero no se asume
la total incapacidad -física, institucional y financiera- del mismo para
lograrlo. Hablamos de corrupción con un tono moralista que haría parecer que
nunca vemos un acto semejante y, por supuesto, que jamás hemos estado
involucrados en uno. Lo esencial -la estructura, funciones y capacidad de
acción del gobierno- no existe o, cuando existe, es muy inferior a lo
necesario. Peor si miramos hacia los estados y municipios.
El
país enfrenta dos retos fundamentales en cuanto a la función gubernamental. Una
tiene que ver con la calidad del gobierno y la otra con su capacidad para
procesar conflictos y crear condiciones para una prosperidad permanente. Lo
primero tiene que ver con la administración y sus objetivos; lo segundo con la
fortaleza de las instituciones y sus contrapesos.
Históricamente,
el gobierno mexicano fue relativamente exitoso cuando se ejerció un poder
centralizado que imponía su autoridad tanto sobre la población como sobre los
otros factores de poder político y administrativo, pero eso era posible antes
de la globalización y la red de relaciones mundial que caracteriza a la
población en la actualidad. En ausencia de instituciones confiables y de una
estructura federal con responsables obligados a rendir cuentas, la historia del
país está llena de revoluciones, levantamientos, inestabilidad y/o pobre
desempeño económico. No es casualidad que el instinto del actual gobierno
federal sea hacia la centralización. La pregunta relevante es si esa centralización
será un instrumento o un objetivo: si es instrumento, podría emplearse para
construir un nuevo régimen de instituciones que permita una era de estabilidad
y prosperidad; si se trata de un objetivo, lo único que logrará será imponer un
orden temporal que, como hemos visto tantas veces en el pasado, tiende a ser
poco duradero y eso si es que acaba bien.
Por
lo que toca a las responsabilidades administrativas del gobierno, hay cosas que
funcionan, otras no. Mal que bien, por ejemplo, prácticamente la totalidad de
las zonas urbanas del país cuenta con agua potable, drenaje y electricidad. Lo
mismo se puede decir de la educación o de la presencia de policías y tribunales
a lo largo del territorio. Una conclusión a lo que esto podría llevar es que el
gobierno "hace lo que puede" y que si uno observa diversos índices de
cobertura, éstos han ido mejorando en el tiempo. Otra manera de verlo es que
los servicios tienden a ser de muy pobre calidad, el desperdicio es enorme y,
en cualquier caso, no conducen a la construcción de un país moderno, con
mejores oportunidades de desarrollo para toda la población. Ambas visiones son
ciertas y complementarias: tenemos un sistema de gobierno ensimismado, dedicado
a satisfacer los objetivos e intereses de sus propios integrantes antes que las
necesidades de la población.
El
caso de las policías y la administración de justicia es particularmente
notable: con muy pocas excepciones, ahí se evidencia una de las mayores
carencias -y lacras- de la función gubernamental. El país requiere una radical
transformación del enfoque de la función del gobierno: éste tiene que
concebirse como garante de las libertades y derechos de la población y como
promotor del desarrollo, para lo cual tiene que dedicarse a crear condiciones
que lo hagan posible. El gobierno prometió eficacia, algo necesario pero no
suficiente: no basta con que "haga que las cosas pasen"; también
necesita que se avance el desarrollo. Con el país atorado, este sería un buen
momento para reenfocar la estrategia.
Las
instituciones son el medio y la forma a través del cual una sociedad procesa
conflictos y crea condiciones para la prosperidad. En contraste con la función
gubernamental, las instituciones, para serlo, tienen que ser permanentes, es
decir, no depender de la voluntad de una persona. Una institución es fuerte
cuando crea reglas del juego a las que todos se ciñen. Esa es la clave:
despersonalización y permanencia.
Las
integrantes del panel televisivo español daban por hecho que existe un gobierno
de instituciones. Eso es lo que nos hace falta: un gobierno que funcione y que
no dependa de quien está en el poder.
www.cidac.org
@lrubiof
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.